Opinión

Antimonumentos por la Memoria

El 24 de marzo se conmemora el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. Todo cuenta, incluso en elegir el día del último golpe militar de 1976 en Argentina y su cauda de infamias con el terrorismo de Estado implantado con un saldo de 30,000 desaparecidos y miles de asesinados, crímenes de lesa humanidad por tratarse de una política de exterminio generalizado con participación, por comisión u omisión, de todas las instituciones estatales.

El empeño argentino en la lucha por la memoria histórica es ejemplar, de ahí sus réplicas en América Latina en donde muchos países compartimos los agravios y los dolores infligidos por el terrorismo de Estado y las consecuentes violaciones a los derechos humanos más elementales. México no es la excepción. A diferencia del país sudamericano, en el nuestro no hay políticas públicas alrededor de la memoria histórica, memoria herida ocultada y soterrada. Todos los empeños memoriosos corren a cargo de personas, colectivos y organizaciones civiles que advierten la importancia de conocer nuestro pasado, señalar responsabilidades y exigir verdad y justicia en todos los casos impunes.

La vanguardia de esta lucha la ocupan los colectivos y asociaciones de familiares organizados, apoyados por no pocos centros de derechos humanos, que emprenden con ellos y ellas las necesarias batallas legales: el levantamiento de denuncias, el seguimiento puntual de las investigaciones mal realizadas, el acompañamiento constante en las acciones de protesta y exigencia de resultados, la realización de informes detallados y todo el trabajo que requiere una lucha de estas características en todos los frentes. Con ello buscan salir al paso a los “agravios de procedimiento”, es decir, ese segundo momento en donde la búsqueda de verdad y justicia se enfrenta a todo tipo de impedimentos e insuficiencias por la incapacidad o por la complicidad manifiesta en más de un caso.

A la par de este necesario frente de lucha, hay otro producto de las solidaridades erigidas en el camino. Todos y cualquiera que asumimos como propios los agravios, acompañamos, marchamos, gritamos y producimos, desde el lugar social que ocupamos, textos, imágenes, acciones acompañantes. Comunicar e interpelar de variadas y creativas maneras, constituye un imperativo en este largo y penoso camino. De ahí la cantidad enorme de gráfica, poesía, canciones, acciones performáticas, mantas y acciones colectivas que constituyen formas de comunicación distintas por los recursos artísticos puestos al servicio de las causas urgentes.

Todas las formas de lucha incluye la construcción de un relato histórico veraz. Son de todos conocidas las cifras del horror nacional en los últimos 12 años y podemos asegurar que no hay reconstrucción nacional posible con esta realidad. De ahí la necesidad de reiterar con todos los medios posibles las justas demandas por verdad y justicia alrededor de acontecimientos terribles.

En este sentido, los antimonumentos instalados en la Ciudad de México desde 2015 constituyen una creativa y contundente forma de protesta. Todo cuenta en las acciones espectaculares de instalación de los cinco: el primero, +43, en “la esquina de la información” de Av. Reforma y Bucareli; el 49ABC, frente a las oficinas del IMSS, responsable de la tragedia en la guardería en Hermosillo, Sonora; el 65+ frente a la Casa de Bolsa en donde cotiza Grupo México, responsable de la tragedia en la mina de Pasta de Conchos, los tres colocados en distintas fechas sobre Av. Reforma, la más importante de la Ciudad de México. El 68 en el zócalo para conmemorar los 50 años del movimiento y para señalar culpables: “Fue el Estado, fue el Ejército”. El último, la “antimonumenta”, frente al Palacio de Bellas Artes en Av. Juárez, denunciante de los feminicidios a nivel nacional.

Todos han sido instalados al calor de alguna conmemoración y en el marco de una marcha, lo que brinda el cobijo social necesario para lograrlo. La sorpresa inicial se traduce de inmediato en colaboración para cargar o hacer un cinturón de seguridad para recibir a la forma escultórica (que en todos los casos rebasa los 3 metros) e instalarla con todo el cuidado posible. No hay improvisación, todo está preparado, lo cual es garantía del éxito de la acción colectiva y anónima cobijada por la fuerte presencia de las comunidades directamente agraviadas como los padres, madres y familiares de los 43 normalistas detenidos-desaparecidos, de los niños y niñas muertos en el incendio de la Guardería ABC, de los mineros aún atrapados en Pasta de Conchos desde hace 13 años o de las mujeres asesinadas o desaparecidas todos los días en México. Hay incluso uno más enfrente del +43, el dedicado a David y a Miguel, dos jóvenes secuestrados y desaparecidos en Guerrero. Este antimonumento fue instalado por familiares y amigos de los muchachos.

Las acciones son acompañadas con la repartición, al momento, de una postal que explica el sentido histórico del evento y con una petición en redes sociales exigiendo la permanencia del antimonumento. Cada uno de ellos tiene su página en Facebook. No hay marcha atrás. Los lugares quedan limpios y sin daño alguno, incluso se plantan flores a su alrededor y se constituye, por la suma de todo, un lugar de memoria viva al que se acude en lo sucesivo como punto de reunión o como escenario de resistencia y protesta. En suma, constituyen una ruta por la memoria histórica, también en disputa, en el corazón de la Ciudad de México.

Alertas visuales de gran contundencia, los antimonumentos cumplen su cometido en tanto señales permanentes de acontecimientos históricos que no terminan de acontecer ante la falta de verdad y justicia. El gobierno de la Ciudad de México ha declarado que los respetarán y que ahí se quedan, no podría ser de otro modo. El espacio público es así construido colectivamente y todas y todos somos guardianes responsables de nuestros símbolos de la memoria.