Opinión

Ariel Avilés Marín

“Américas purísimas,

Tierras que los océanos guardaron

Intactas, purpúreas”

Pablo Neruda.

Quien desconoce su historia está condenado a repetir mil veces sus errores, reza un dicho y, esta, es una verdad profunda que nos alcanza y nos condena sin remedio. El estudio de la historia, profunda, documentada, nos lleva a la luz de la verdad, por dolorosa que ésta sea. La llegada de Colón, hace quinientos veintisiete años, cambió el rumbo de la historia del mundo, lo cual es una verdad contundente e innegable de esta fusión que nos transforma en un crisol de culturas, se deriva una historia plagada de toda clase de hechos, los unos positivos, los otros deleznables. Tenemos que aprender a vivir con los unos y con los otros y, sobre ellos, construir una realidad y un futuro sin sombras ni rencores.

Escándalo y polémica ha desatado la epístola que el señor presidente de la república ha dirigido al rey Felipe VI de España y a su Santidad Francisco. De la lectura de polémicas, memes, críticas, descalificaciones, alabanzas y toda clase de productos derivados de esta misiva, uno llega a colegir que la inmensa mayoría de quienes meten su cuchara en el caldo, por cierto bastante agitado y enrarecido, no se ha tomado la molestia de leer puntualmente el texto de la carta que ha engendrado esta “disputa del Santísimo Sacramento”. Si la hubieran leído, completa, con detenimiento, nos estuviéramos ahorrando la emisión de disparates y sandeces que están circulando con una abundancia y ferocidad digna de mejores causas. Hasta gente muy culta y objetiva que ha caído en el garlito y ha aportado, con ingenio, es verdad, sus opiniones fundadas en este llevar y traer lo que los conductores de los medios de comunicación dijeron que dice la carta, pero que no es tal en realidad.

La carta de marras en lo medular dice que España y México tienen que sentarse a reflexionar y analizar juntos, y con la Iglesia también, sobre los hechos históricos de la conquista, la evangelización y la colonización, para de ahí, proceder a superar y, al fin, cerrar las heridas que esos procesos históricos han dejado abiertas; lo cual es coherente, necesario; más bien, indispensable. Todo esto se ha suscitado de la intención de que, en 2021 deberá conmemorarse la llegada de Hernán Cortés a nuestras tierras y lo que, a partir de ese momento sucedió en lo que llegaría a ser nuestra nación. El texto de la carta fue presentado “urbi et orbi” en los medios de comunicación masiva en el contexto de una exigencia del Ejecutivo de la nación a que España y el Vaticano, deben pedir perdón a México, expresión acuñada de la cosecha de los informadores y colegida de su interpretación del texto de la misiva; la cual, textualmente, no dice eso.

Pero analicemos objetivamente conquista y evangelización. Con motivo de esta polémica, voces muy airadas, desde España, han declarado: “No fuimos conquistadores, fuimos civilizadores”. ¡Hey, un momento! ¡Eso sí que no! En América había civilizaciones, en algunos aspectos como las matemáticas, la astronomía, la urbanística, la arquitectura y hasta la medicina, más avanzadas que la de la gente que nos llegó allende la mar océano. Ubiquemos, la gente que acompañó en su aventura a Colón y luego a Hernán Cortés, eran galeotes, presidiarios que cambiaron la prisión por la aventura hacia lo desconocido, pues no tenían nada que perder. A diferencia de la invasión árabe a España, que llegó con poetas, médicos, matemáticos, filósofos y otra gente de bien, la conquista de Nuestra América la efectuó una horda de gañanes que no vino a civilizar a nadie y se masacró a mucha gente. ¡Hay números comprobados, palpables! En el proceso de la conquista de América, fueron aniquilados entre cuarenta y cincuenta millones de naturales de los pueblos originarios. ¡Es el genocidio más grande en la historia de la humanidad! En una memorable entrevista hecha por Jacobo Zabludovsky a Jean Cousteau, el periodista le pregunta: “Señor Cousteau, ¿cuál considera usted el mayor desastre ecológico de la humanidad?”; sin titubear, Cousteau responde: “Definitivamente, Cristóbal Colón, su llegada significó la desaparición de más etnias que en ningún otro momento de la historia humana”. Así pues, la conquista no fue de ninguna manera, un proceso civilizador. La creación de universidades, academias y otras instituciones de saber y de cultura, no corresponden a la conquista, sino al virreinato, y esa, es otra historia.

Por su parte la evangelización fue la negación y la más profunda falta de respeto a la religión y la manera de pensar de los habitantes de este continente. Mi abuela, todas las tardes, encendía una veladora y rezaba un rosario ante las imágenes del Sagrado Corazón y la Virgen del Perpetuo Socorro, y eso, era muy respetable. Un individuo que a las seis de la tarde, todos los días, se inclina en el suelo en dirección a la Meca, también es muy respetable. El hombre que coloca en su occipucio un solideo púrpura con bordados en plata, se lleva la mano derecha sobre los ojos, y la izquierda la apoya en la pared y recita los versos de La Torá, merece todo nuestro respeto. El babalao que sacrifica palomas a Eleguá mientras quema un aromático habano y baña con bocanadas de ron la imagen del “que abre los caminos”, está ejerciendo su derecho a profesar su religión Yoruba. Ninguno de ellos puede aseverar que la suya es la buena, la verdadera; todos han de respetar la de cada uno de los otros. Lo cual no ocurrió en el proceso de evangelización de Nuestra América. Aquí fue: ¡Quita a tu Dios, para que yo imponga al mío! Y eso, no es correcto en ningún lugar del mundo.

Sin embargo, todas estas agresiones y discusiones son totalmente estériles, injustificadas. El 12 de octubre de 1992, con motivo del evento para conmemorar la llegada de Colón a América, quinientos años antes, el Profr. Luis F. Brito Pinzón dijo una de las frases más coherentes y objetivas sobre este hecho: “Ni la hispanolatría ridícula, ni el indigenismo exacerbado son el camino, si no nos reivindicamos como un continente mestizo, estamos perdidos en la historia”. Este pensamiento del Profr. Brito nos lleva a Martí.

El 1 de enero de 1891, José Martí, el filósofo más grande de América, publica su genial, trascendente y esencial ensayo Nuestra América; este texto ha de ser la guía del pensamiento de todos los pueblos de América Latina. En él, Martí reflexiona sobre quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. No hay en él, el menor asomo de rencores, inquinas, resentimientos. Es una reflexión hacia el interior de nuestra historia común y los productos y consecuencias de ella. Martí nos señala que existen dos Américas, del Río Bravo del Norte para arriba, y del Río Bravo del Norte hasta la Patagonia.

En la América del Norte no hubo conquista, hubo exterminio; las etnias que aún sobreviven están sujetas a una vida indigna en reservaciones, cuando ellos son los auténticos dueños y soberanos de esos territorios. Si a Nuestra América, en vez de conquistarla España, lo hubieran hecho los ingleses o los holandeses, no habría hoy por hoy conflicto alguno; sencillamente… no existiríamos.

En Nuestra América tenemos un pasado multicultural, somos un mosaico policromo pintado por la enorme variedad de nuestras culturas madre, pero tenemos un lazo común que nos aglutina, la lengua española.

Si miramos objetivamente a nuestro pasado, nos daremos cuenta de que, los mexicas no tuvieron noticia de la existencia de los chibchas; los mayas nada supieron del imperio de los incas; los purépechas jamás supieron de los araucanos; y así sucedió con todos y cada uno de los pueblos del pasado prehispánico. Por el contrario, hoy en día, nos entendemos con los nicaragüenses porque hablan español; los chilenos y los panameños, se entienden en español; Cuba y Venezuela se comunican en español. La lengua española es un indisoluble vínculo de unión entre los pueblos de Nuestra América.

España sí está en deuda con los pueblos de América, no fue una civilizadora, sino una despojadora, pero es necesario vivir con ello y superar estas diferencias. A España, dos elementos la salvan de la descalificación total: El mestizaje y la lengua; y a partir de estos dos elementos debemos empezar a construir un futuro brillante, dejando a un lado rencores y reproches. Los griegos fueron conquistadores, pero iluminaron el pensamiento del mundo. Los romanos fueron conquistadores, pero dieron a la civilización la técnica de organización jurídica del mundo. Tenemos que tomar estas dos herramientas, mestizaje y lengua, y construir sobre ellos una América brillante que ilumine al mundo del futuro.

A partir de Nuestra América, la de Martí, debemos arrancar la marcha hacia un futuro mejor y común de nuestros pueblos. En Martí está la respuesta a esta estéril e innecesaria polémica de hoy. ¡Esta es Nuestra América, la que habla español y le reza a Jesucristo!