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Opinión

La filosofía, de las aulas al espectáculo

Iván de la Nuez

La filosofía se ha convertido en la gran enemiga en los planes de estudio. En Europa, desde el Plan Boloña que comenzó hace dos décadas, se puso énfasis en adaptar los programas educativos a hipotéticos puestos de trabajo que generaría la globalización. En el Brasil de Bolsonaro, mucho más reciente, la filosofía es atacada por su supuesta capacidad de engendrar izquierdismo, ateísmo y una diversidad incontrolable.

El caso es que, de Asia a América Latina, se ha expandido la idea de que la filosofía y las ciencias sociales en general no son más que una rémora del mundo analógico, una conjura subversiva o una pérdida de tiempo para nuestra sociedad, tan robotizada como precaria. Los paladines de la anti-filosofía parecen pensar que, puesto que el futuro será de los robots, nada mejor que aprender a comportarnos como tales. Máquinas posthumanas entrenadas para acatar, obedecer y ejecutar, pero no para pensar, disentir y dudar.

Resulta llamativo que, mientras se produce esta debacle, está teniendo lugar un efecto contrario. Como contrapartida del vaciado de las humanidades en escuelas y universidades, tenemos el caso de filósofos que llenan teatros y arrastran millones de seguidores, sea en directo o en diferido por cualquiera de las redes que hoy se expanden por el mundo.

Ahí tenemos, por ejemplo, a Michael Sandel, catedrático de Harvard conocido como el filósofo más popular del mundo, que abarrota sus presentaciones abordando temas que van desde la donación de órganos a las necesidades morales del mercado; de la felicidad a la responsabilidad comunitaria. A sus clases se desplazan deportistas o estrellas de cine, ávidos de escuchar esta especie de liberalismo con rostro humano, en peligro tanto por la avalancha de la estandarización global como por el resurgimiento del nacionalismo.

Otro filósofo al que no le falta público es Slavoj Zizek, a quien siempre me ha gustado definir como el último filósofo chino, aunque venga de Eslovenia. Con esto me refiero a su sagacidad para llevar el llamado modelo chino al pensamiento, sin el más mínimo empacho a la hora de hacer rentables y actuales las ideas de Marx, Lenin o Stalin. Esos autores, tanto como la revolución y el comunismo, les parecen claves dentro del sistema neoliberal. Aunque habitando en sus academias, sus museos y sus librerías, ya despojados de su capacidad de asaltar los palacios de invierno. Una vez derrotados, se impone la neutralización como suvenires de una época que planteaba otro modelo de mundo. Zizek arrasa en sus presentaciones y en las redes. Se lo rifan museos y academias. Y no es imposible verlo dirigirse a las masas como activista.

Como no hay dos sin tres, vale la pena citar aquí a otro filósofo hipermediático: el francés Bernard Henry-Levi. Su gira más reciente está enfocada, nada menos, que en la salvación de una Europa en peligro. El formato empleado por este pensador devenido en icono de los medios galos, es el de un monólogo teatral en toda la línea. Esto es lo que le ha llevado a teatros de decenas de países, en los que ha contado con invitados de lujo tanto sobre el escenario como entre los espectadores.

Si Sandel se manifiesta como un evangelista, y si Zizek despliega sus teorías como una estrella del rock, Bernard Henry Levi se manifiesta, directamente, como un actor.

No importa que el profesor o profesora de toda la vida ya no tengan espacio para enseñar en las aulas. Este mundo parece darse por satisfecho con que la filosofía se haya desplazado a estos espacios espectaculares. No importa que, al final, desde allí no se nos invite a pensar sino a escuchar. O que el formato del ágora colectiva haya sido sustituido por el monólogo, el estudiantado en público o cliente.

Ya sabíamos que los filósofos no iban a cambiar el mundo. Tan sólo aspirábamos a que no colaboraran en la destrucción de la materia que sí podría ayudarnos a ese cambio: la propia filosofía.

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