Opinión

Gerardo Fernández Casanova

Dicen que nada es completo ni para siempre. Hoy que contamos con un gobierno elegido por el pueblo y a su servicio, adolecemos de una oposición a la altura de las circunstancias. La oposición hace falta para gobernar con buen rumbo; la crítica enriquece a las mentes abiertas al servicio de la sociedad, y más cuando de transformarla se trata. Ningún partido puede estar satisfecho con la tremenda realidad de pobreza e inseguridad en que estamos inmersos, aunque cada uno pueda tener fórmulas diferentes para corregirlo. Si el fin es el mismo, las fórmulas pueden estudiarse y encontrar coincidencias valiosas, siempre y cuando prive el interés superior de la Nación.

Es muy lamentable que los partidos que se vieron arrollados por la elección del 1 de julio último, no hayan podido todavía asimilar su real significado y adopten viejas recetas internacionales para tratar de recuperar algún espacio político. La combinación del golpeteo mediático sin ton ni son, diferente al de la prensa crítica seria, con las escuálidas marchas de protesta exhibiendo banderas por la paz y contra la inseguridad, son iguales en todos los países en que llega al poder un gobierno popular y nacionalista; el recetario se cae de tan manoseado. Tal es la actitud en que ha caído el otrora digno Partido Acción Nacional, en el que nunca milité pero que hasta el año 2000 respeté. El que hace las veces de dirigente, Marco Cortés, en vez de abocarse a la reconstrucción de su partido, ocupa su tiempo y su, digamos, inteligencia en encontrar materia para atacar al gobierno de López Obrador, con muy contrarios resultados, incluso colgándole título de dictador y reclamando su renuncia y, al mismo tiempo, regateando u oponiéndose a la aprobación de la ley que abre la posibilidad civilizada de la revocación del mandato, propuesta por el propio “dictador”. Francamente, me parece que el recetario no está actualizado con las fórmulas democráticas de participación popular.

Al Presidente se le critica de no gobernar y también de ser autoritario por empujar denodadamente sus proyectos. Se le acusa de estar permanentemente en campaña, porque todos los fines de semana visita entidades y ciudades del interior, donde realiza asambleas populares informativas y supervisa acciones de gobierno. Nada más falta que le echen en cara comenzar a trabajar desde muy temprano y que siempre está “desmañanado”. Se le achaca que los índices de violencia incrementan, pero se le escamotea la autorización de su estrategia de combate al crimen y de procuración de la seguridad pública. Si hace o deja de hacer, por angas o por mangas, de todos modos se le trata de golpear. Se pasan de obvios e hipócritas.

López Obrador ya conoce la película, se la sabe de memoria. Se anticipa a los acontecimientos y usa su derecho de réplica y revira a la prensa conservadora “fifí”, de manera de señalar dónde se está gestando el posible conflicto: a falta de partidos algún periódico pretende jugar ese papel, conforme al recetario de la CIA. El Reforma ya se apuntó y la gente ya se percató, incluso de los intentos de manipulación de las redes sociales. Los nefastos retrocesos observados en Nuestra América (Argentina, Brasil, Chile, Ecuador y El Salvador) han seguido el mismo recetario; a Venezuela y a Cuba se les ha aplicado con sobre dosis, pero son mucho pueblo y aguantan las desgracias que les producen los bloqueos y sostienen a sus gobernantes “dictadores” porque tienen claro de dónde vienen y el significado de regresar al estado colonial sumiso.

Desde antes del 1 de julio lo advertí en estas líneas: el triunfo electoral puede resultar efímero, si el proceso no se acompaña con la organización y la movilización popular. López Obrador hace su chamba con denodado esfuerzo, su presencia personal y mediática, tanto la tradicional como la digital, son abrumadoras y le otorgan una muy respetable aceptación, aunque todo por servir se gasta; por eso la importancia de la organización efectiva de la base social, con énfasis en la educación de y la economía, en las que la cooperación y la solidaridad son factores de importancia más que relevantes.

Hay rechazo a los megaproyectos, en buena medida basado en motivos válidos aunque también alentados por los enemigos del régimen. Con la mitad de la población en la pobreza, no podemos darnos el lujo de hacer a un lado el desarrollo y la explotación de los recursos; un régimen progresista tiene que generar empleos y crecer lo más rápido que se pueda y con las menores afectaciones posibles, asegurando la participación efectiva de los pueblos originarios. Creo que por ahí vamos caminando.