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Opinión

Entre la gente del mar también hay activistas

Adriana López*

En este momento, los barcos de Greenpeace, Arctic Sunrise y Esperanza, se encuentran en una de las expediciones más ambiciosas para esta organización: navegar desde el alto norte del Ártico, hasta el fondo de la Tierra en la Antártida.

¿Cuánto durará esta expedición?, ¿cuántos riesgos se enfrentan allá en la inmensidad de las aguas? ¿Para qué hacer una cosa como esa? Y sobre todo, ¿quiénes están dispuestos a enfrentarlos, a alejarse de sus familias, quiénes serían capaces de aventurarse en tal empresa?

Ellos y ellas, la gente del mar. Hombres y mujeres que han comprendido que el mar es más que sólo eso que hay que surcar para llevar combustible, alimentos o mercancías de un lado otro del planeta, los y las que han dejado de ver el mar como una fuente inagotable de recursos pesqueros, o el basurero más grande del planeta. Las y los que han experimentado su grandeza, su bondad y su furia, la gente de mar que han visto en él la vida y la urgente necesidad de protegerlo: la tripulación de los barcos de Greenpeace.

Este 25 de junio, decretado por la ONU, se celebra el Día de la Gente de Mar, ocasión que ha sido aprovechada para aumentar la conciencia entre el público en general sobre los 1.5 millones de marinos del mundo por su singular trabajo, y que hoy desde Greenpeace queremos aprovechar para recordar que hay un puñado de activistas, tratando de mostrar las amenazas y riesgos que enfrentan los ecosistemas marinos, investigando, defendiendo y proponiendo cómo salvarlos.

Tachados de piratas, de terroristas por interponerse a prácticas depredadoras, la gente del mar que va a bordo de las embarcaciones de Greenpeace son mujeres y hombres de diversos rincones del planeta que dejan la comodidad de sus hogares y están dispuestos y dispuestas a dejar su vida en tierra, a sus familias y amigxs por 3 meses por la fiel convicción de que necesitamos darle voz a este planeta y evidenciar el daño que le estamos haciendo.

A través de los casi 20 años que llevo en esta organización he tenido la fortuna de navegar en las embarcaciones de Greenpeace y de conocer a muchas de estas personas, algunas comenzaron siendo voluntarios o campañistas en alguna de las oficinas de la organización, otros muchos comenzaron su carrera de marinería en algún barco mercante y fueron testigos de la depredación que sufren nuestros océanos y, por ello, decidieron cambiar de bando uniéndose a la flota de Greenpeace dejando de ser simples espectadores para ser parte del cambio.

No mucha gente está dispuesta a correr riesgos, a recibir chorros de agua a presión mientras intentan evidenciar algún crimen ambiental, no muchas personas se jugarían sus carreras de marinería con tal de interponerse entre una plataforma petrolera o un barco de pesca de arrastre. Es gente que ama y cree en lo que hace, que cambia sus viejos hábitos para ser congruentes con una causa, que trabajan con pasión todos los días en distintas condiciones climáticas, desde altísimas temperaturas hasta los menos 15 grados en medio del océano ártico. Ahí a bordo, ¡nadie se raja!

Hace un par de semanas pude estar en uno de los sitios más vulnerables e imponentes de nuestro planeta, el Ártico, alcanzando casi los 80 grados Norte a bordo del Esperanza –la embarcación más grande de la organización– que, junto con el rompehielos Arctic Sunrise, estuvieron trabajando juntos en la expedición de Polo a Polo, en uno de los sitios más remotos de este planeta. Era mágico y abrumador pensar que las personas que estábamos a bordo de ambos barcos éramos los únicos humanos en esa zona del planeta, ni una embarcación más alrededor. Solos en medio de la vulnerable magnificencia de este lugar.

La expedición Pole to Pole es uno de los proyectos más importantes y ambiciosos que como organización hemos echado a andar. Ahí junto con científicos independientes de la Universidad de Carolina del Norte, trabajamos en conjunto para mostrar tanto las belleza de este sitio y sus paisajes surrealistas como comprobar mediante los estudios científicos que se realizaron en agua y hielo los cambios que este ecosistema está sufriendo a raíz del deshielo de los glaciares y las consecuencias que esto conlleva, analizar de manera minuciosa las muestras y resultados obtenidos en sitio tomará al menos un par de años para conocer los datos duros de esta primer etapa; sin embargo, lo que se ve a simple vista, esa agonía silenciosa, ver cómo esos grandes trozos de glaciar azul que llevaban miles de años en el planeta van flotando rumbo al Atlántico donde morirán, es triste y alarmante.

Los océanos me han regalado experiencias únicas en la vida, desde ver un amanecer en un mar en calma, o el sol de media noche del ártico o ser sacudida en una tormenta en medio del Océano Pacífico; sin embargo, también me ha hecho ser más consciente del impacto que nosotros como humanos con nuestros hábitos diarios podemos tener, un día en medio de mar abierto vimos decenas de delfines saltando en la proa de barco, un espectáculo maravilloso, sin embargo, lo triste, uno de ellos jugaba con una bolsa de “la Comer”. Nuestra contaminación nunca se queda donde la generamos. Tomemos conciencia.

Esperamos que pronto, de entre la gente del mar, dejemos de necesitar a los activistas que documentan los daños, a los que intentan frenar la devastación. Mientras tanto un llamado a todas y todos para cuidar estos ecosistemas que tanto nos dan.

(SinEmbargo)

* Jefa de la Unidad de Seguridad y Acciones de Greenpeace México

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