Por Jorge Javier Romero Vadillo
Los resultados electorales del pasado dos de junio permiten distintas lecturas, las cuales dependen del cristal con el que se miren. Si bien es incontrovertible que el mayor ganador del proceso fue Morena –pues obtuvo no sólo los dos gobiernos en disputa, sino que, en Baja California, estado donde el PAN gobernaba desde hace tres décadas, el partido del Presidente arrasó con carro completo, como el PRI de los viejos tiempos– es importante acercarse desde distintas ópticas a lo ocurrido el pasado domingo para tener una imagen multidimensional del estado actual de la democracia mexicana.
Una primera observación de conjunto muestra un sistema electoral que funciona y que cada vez es menos controvertido. El INE y los organismos electorales locales operaron las distintas elecciones de manera rutinaria: las casillas se instalaron en casi todos lados, los incidentes fueron minúsculos y los votos se contaron sin contratiempos relevantes. Por supuesto que hubo acusaciones cruzadas de compra de votos y de irregularidades, pero éstas no tuvieron ni de cerca la intensidad de épocas pasadas, tal vez porque quienes más se solían quejar de actuaciones truculentas de sus adversarios ahora han ganado con las mismas reglas que antes denostaban. El conflicto político en México ha dejado de girar en torno a la claridad de los procesos electorales para colocarse en la competencia entre distintas opciones políticas.
La segunda imagen que destaca a simple vista es la de una abstención abrumadora. Del total de electores convocados a las urnas en las seis entidades donde hubo comicios, sólo algo más del 33 por ciento votó. Incluso en los dos Estados donde se eligió Gobernador, la votación fue alarmantemente baja, pues en Puebla el porcentaje de votos fue similar al agregado nacional –33 por ciento–, mientras que en Baja California apenas rozó los 30 puntos. Siempre la participación en las elecciones locales es menor que en aquellas donde se elige Presidente de la República. Sin embargo, en la elección de Gobernador en Puebla en 2016 la participación fue 11 puntos más alta que ahora, a pesar de que se elegía a un gobernante que sólo estaría en el poder durante dos años. En Baja California la abstención creció ocho puntos respecto a la elección del 2013.
El escaso 22 por ciento de participación en las elecciones legislativas de Quintana Roo se puede explicar por las condiciones climáticas, sumadas al desprecio ciudadano por los Congresos locales, tradicionalmente vistos como mero instrumento de los gobernadores, que los controlan incluso cuando tienen mayorías supuestamente opositoras, gracias al reparto de recursos y al intercambio de favores. En Tamaulipas, donde también se elegían únicamente legisladores estatales, la participación fue cercana al promedio nacional, mientras que las elecciones de ayuntamientos en Durango, con un 44 por ciento de participación, y en Tamaulipas, donde la abstención alcanzó casi 62 puntos, los porcentajes fueron más cercanos al comportamiento tradicional de este tipo de comicios.
Los estudiosos de los temas electorales deberán usar lentes de mayor precisión para explicar por qué aumentó la abstención después del gran vuelco político del 2018, pero no deja de ser un signo preocupante la desmovilización de la ciudadanía precisamente cuando sería de suponer un mayor interés en el voto como instrumento para elegir gobernantes. Mi conjetura es que una suerte de presidencialismo congénito de la sociedad mexicana ha centrado todas las esperanzas en López Obrador y su influjo redentor, al grado que resultan superfluas las autoridades locales, pero se trata de mera especulación sociológica.
Si cambiamos la lente de análisis y nos enfocamos en los resultados agregados, salta a la vista una sorpresa: el partido más votado en el conjunto de las seis elecciones fue el PAN y no Morena, pues el primero obtuvo un total de 1,295,236 votos, el 33 por ciento, el segundo obtuvo 1,133,189 votos, equivalentes al 28.9 por ciento. Incluso en Puebla, donde el candidato de Morena resultó ganador, el PAN tuvo más votos como partido aislado –413,909, contra 389,382 de Morena– y el triunfo de Miguel Barbosa se debió al mejor desempeño de los aliados PT y Verde, respecto a los otros integrantes de la coalición que apoyó a Enrique Cárdenas, MC y PRD.
Desde esta misma perspectiva, si esta tendencia se consolidare de aquí al 2021, las elecciones cataclísmicas del 2018 conducirían a un reacomodo bipartidista del sistema político y no al surgimiento de un nuevo partido hegemónico a la manera del antiguo régimen. Por supuesto que el resultado del dos de junio es difícilmente extrapolable al resto del país, pero sí muestra algunas tendencias importantes. La primera es que el desfonde del PAN parece controlado y que resistió más que bien en el norte del país con sus triunfos contundentes en Tamaulipas y Aguascalientes y su buen desempeño en Durango, a pesar de su gran descalabro en su antiguo bastión bajacaliforniano. Por su parte, el PRI parece seguir en la ruta a convertirse en un partido pequeño, pues, aunque mantuvo algunas plazas, tuvo malos resultados en general y en Baja California se quedó apenas arriba del umbral del registro de partido local, con menos del cinco por ciento de los votos. Su desempeño general sólo le alcanzó para el 14.9 por ciento.
Si aumentamos el aumento, podremos ver al PRD en proceso de extinción, ya confundido con los partidos tradicionalmente pequeños, todos alrededor del cinco por ciento, con excepción del PT, que superó el 6. Movimiento Ciudadano parece consolidarse, pero sin despuntar y con un muy mal resultado en Puebla, donde sus votos eran cruciales para su candidato.
Por último, otra lente se requiere para ver con precisión los resultados de Puebla y Baja California y las razones del triunfo de los dos candidatos de Morena. En Puebla, Cárdenas se desempeñó eficazmente en las ciudades, sobre todo en la capital, donde ganó, pero no penetró en el ámbito rural y ahí parece haber operado con eficacia la maquinaria de Morena, al revés de lo ocurrido en 2018, cuando Barbosa superó a Martha Érika Alonso en las zonas urbanas, lo que lleva a especular que la maquinaria de Moreno Valle no apoyó en esta ocasión al PAN y sus votantes se fueron a la abstención. En Baja California, un candidato de perfil panista presentado por Morena y el desprestigio del Gobierno de Kiko Vega, pueden explicar el derrumbe del PAN.
(SIN EMBARGO.MX)