Víctor Flores Olea
Durante la llamada “Guerra Fría”, el miedo dominó prácticamente en todas las sociedades del planeta. Durante el siglo XXI, después de haber desaparecido las “razones” de la tensión entre los dos polos, fue la llegada de Donald Trump al poder que relanzó las causas del posible holocausto, aunque hemos de decir que sus causas de ninguna manera tenían más peso que sus pares de 50 años antes. Tal vez tampoco se han visto con la inminencia de hace cinco décadas, pero al tratarse de la posibilidad de una guerra nuclear la situación cobra las características de siempre: pavor de que estalle la conflagración.
No es que las “causas” que ha invocado Donald Trump sean más válidas que las de hace medio siglo, pero resulta que en su voz y personalidad parece anidar el peor peligro en que pueda pensarse, y cobrar todo el horror que podamos atribuirle. Por supuesto, la personalidad del Presidente encierra toda la mentira y demagogia que hemos denunciado como nefasta, y sin duda a muchos hace temblar auténticamente. De arranque en las discusiones, esta personalidad procura poner en desventaja a su(s) interlocutor(es).
Por supuesto, las amenazas al principio de toda interlocución generalmente surten su efecto de atemorizar a cualquiera que las reciba, ya que les exige entrar en un terreno desconocido y doblegarse en cierto grado antes de la negociación. Este juego psicológico ha sido una de las proverbiales ventajas de Donald Trump en sus encuentros, que con frecuencia se consideran a su favor antes de que tengan lugar. Una verdadera provocación.
“Vengar la humillación”, claman los consejeros cercanos al Presidente, “después de 40 años de la caída del Scha, o de la vergüenza de la toma de rehenes del personal de la embajada de Estados Unidos durante más de un año y el quemante fracaso de la operación destinada a liberarlos”, que fueron el año pasado los principales argumentos de John Bolton, Consejero de Seguridad Nacional, para justificar una operación militar contra los regímenes de los “ayatollas”. Desde luego, ellos no serían suficientes para detener una ofensiva contra ese país en 2019, en un contexto muy diferente. Por lo demás, vale la pena recordar que una de las principales promesas electorales de Donald Trump fue la de retirar los contingentes militares de su país en la región, algo que apenas ha logrado muy parcialmente.
La superioridad económica, informática y militar de Washington corre el riesgo de provocar una reacción severa de Teherán, que tiene reservas suficientes para poner nerviosos a las clases medias y dominantes en Washington.
El régimen iraní deseará probar que no capitula y que es tan fuerte como para imponer nuevos sacrificios a su población, frente a la tentativa de asfixia del “Gran Satán” americano, que finalizará por debilitar al ala moderada del poder, encarnada hasta ahora por el presidente Hassan Rohani, firmante del tratado nuclear del 2015 que, probablemente, abriría la perspectiva de una vuelta a los años de Ahmadinejad, el Presidente nacionalista de los años 2005 a 2013. Este es, aparentemente, el efecto buscado, contraproducente en varios aspectos: Washington aparece como el autor de los problemas, ya que su “línea dura” parece ser la principal causa de los enfrentamientos en la región.
A los ojos de la mayor parte de dirigentes de la región, Irán respetaba muy adecuadamente, desde hace cuatro años, el acuerdo internacional que congelaba su aparato nuclear militar. Los Estados Unidos de Donald Trump, en cambio, abandonaron unilateralmente el tratado e impusieron de nueva cuenta una batería de sanciones financieras y petroleras que reducen drásticamente las capacidades de exportación de Irán, y tienden a desestabilizar su régimen.
Lejos de regresar a la mesa de negociaciones como lo pretendía Trump, Teherán apuesta sobre la terminación del acuerdo del 2015 y amenaza con tomar medidas para reforzar su programa nuclear. En esta escalada de amenazas y contra amenazas, se verán también afectadas otras potencias de la región: India, China y en menor medida Rusia, ya bastante involucrada en diversos conflictos regionales.
Después de esta breve descripción de algunas modalidades del proceder de Donald Trump en las negociaciones internacionales, y también de una referencia breve a un aspecto crucial del conflicto en el Medio Oriente, no queda otra alternativa que subrayar la complicación para nuestro gobierno de tener a Trump en la vecindad inmediata, que se presenta como grandemente caprichosa y casi imposible de predecir. Los puntos a favor, sin embargo, se encontrarían en relaciones económicas relativamente estables que es a lo que aspiran los dueños del capital en el norte y también en nuestro país, sin que fácilmente admitan que se les modifiquen “las reglas del juego”, aunque esas reglas sean, en general, más favorables a los capitalistas del otro lado que a los nuestros.
Sólo nos queda agregar que, en materia internacional, probablemente más que en ningún otro de la política, se requiere de una unidad nacional a toda prueba.