Ernesto Hernández Norzagaray
La historia del primer partido creado en el México posrevolucionario es fascinante. Se nutre de los ecos de la Revolución de Octubre de 1917 y la creación de la III Internacional Comunista (IC), que nacía con el propósito de irradiar por el mundo la idea de la “revolución proletaria” y defender la “patria del socialismo”.
En aquellos años la izquierda mexicana que enarbolaron los hermanos Flores Magón prácticamente había desaparecido de la escena y sólo pululaban grupos socialistas y sindicalistas alrededor de la vida pública, todos ellos con una escasa influencia entre la pequeña clase obrera.
No obstante, la IC urgía a extender la revolución para proteger la naciente URSS que tenía convulsionada a toda Europa, especialmente a Alemania, donde los espartaquistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht intentaron en 1919 fallidamente la segunda revolución proletaria en Europa que, de haberse concretado,habría favorecido a la URSS.
Los emisarios de la IC viajaban por el mundo en busca de socialistas dispuestos a crear los partidos comunistas. Así, llegaron a México en 1918 el bengalí Manabendra Nath Roy y el norteamericano Charles Phillips más José Allen con el claro encargo de crear el PCM. Este trío de internacionalistas hicieron los contactos tanto a nivel del Gobierno de Venustiano Carranza como con los dirigentes del pequeño Partido Obrero Socialista (POS).
Y a vuelta de un año se toma la decisión de formar el PCM y esto ocurre en la Ciudad de México el 24 de noviembre de 1919. José Allen sería nombrado Secretario General, curiosamente Allen décadas después sería revelado por el historiador Barry Carr y Paco Ignacio Taibo II como un agente encubierto del Gobierno norteamericano.
No hay que olvidar que la Revolución Mexicana había sido la primera popular del siglo XX y luego vendrían la rusa y la china, entre muchas otras en los cuatro continentes, que le imprimieron su sello a este convulsionado período que llevaría a la bipolaridad mundial.
En tanto esto ocurría, la salud de Vladimir Ilich Lenin venía a menos y moriría en pleno invierno de 1924. En el PCUS se abren entonces dos tendencias: la de José Stalin que pugnaba la teoría de la “revolución por etapas” o la “revolución en un solo país” y la de León Trotsky, que alzaba el brazo con la tesis de la “revolución permanente”.
Ambas provocarían el primer cisma del movimiento comunista internacional. Es una época de persecución, deportaciones, exilios, muerte. Uno de ellos fue el de Trotsky quien luego de una larga travesía por Asía y Europa llega con su esposa Natalia Sedova a México. En nuestro país le brinda apoyo el general Lázaro Cárdenas, Diego Rivera y Frida Khalo, con quien se dice sostuvo un amorío que sacudió el barrio de Coyoacán.
Pero, si bien había tiempo para el amor fugaz, el estalinismo no dormía y preparaba acciones contra el jefe del Ejército Rojo que ya para entonces había creado la IV Internacional Comunista y tenía una red de miembros especialmente en Europa y Estados Unidos de Norteamérica, lo que el estalinismo suponía un peligro para la revolución rusa y por lo tanto Stalin llama a los comunistas mexicanos a asesinarlo.
David Alfaro Siqueiros y otros estalinistas lo intentaron fallidamente una madrugada de la primavera de 1940. Un atentado que había roto la unidad en el PCM con la renuncia de personajes del calibre de Valentín Campa y Hernán Laborde, que se manifestaron en contra de que el partido fuera un instrumento criminal de Stalin y por ello fueron expulsados del partido.
El fallo obligó al Kremlin a replantear la estrategia contra Trotsky y es donde aparece el comunista catalán Ramón Mercader, al que se le prepara pacientemente en el arte del espionaje, la seducción, el manejo de armas y se le envía a México con credenciales de comerciante. Su objetivo era entrar al primer círculo de Trotsky y asesinar al “agente del imperialismo y enemigo de la revolución soviética”.
Entonces, viene esa historia de seducción de la secretaria de Trotsky, que termina con aquel pioletazo en la cabeza que acabó con la vida de una de las figuras políticas más importantes del siglo XX. El comunismo mexicano muy impregnado de estalinismo celebró su muerte y entra en un período largo de reflujo político. Entre el desprestigio, la marginación y la persecución política, queda atrás la política de “unidad a toda costa” con el Gobierno progresista del general Lázaro Cárdenas. Son los años que Revueltas revela en su novela “Muros de Agua”.
Aquello le había granjeado un incremento sustantivo al partido, y sus militantes fueron protagonistas en las principales luchas obrero y campesinas de la época, pero sobre todo destaca su influencia en la creación de las centrales de trabajadores del naciente Estado corporativo, pero también en el mundo de la cultura y las artes. No obstante, el PCM sufre las primeras fracturas internas ante las directrices de la Unión Soviética. Que se acentuarían con la revolución china en 1948 que ofrecía otro horizonte desde donde participar en el movimiento comunista internacional.
Reaparece fuerte el PCM a finales de los años cincuenta con el movimiento ferrocarrilero que encabezaban Demetrio Vallejo y Valentín Campa junto con decenas revolucionarios del riel. Vendrían luego el movimiento magisterial, médico y el estruendo estudiantil. Sus militantes hacían acto de presencia en estas luchas sociales que convulsionaron y cambiaron a México y no estuvieron exentos, claro, las rupturas en la Juventud Comunista, donde sus dirigentes más radicales optaron por la vía armada ante la masacre de Tlatelolco y “la cerrazón del régimen de Díaz Ordaz” que fue acompañado por la guerrilla de Genaro Vázquez y del excomunista Lucio Cabañas.
La represión alcanzó a estudiantes comunistas a los que llevó a la prisión de Lecumberri bajo el señalamiento de ser parte de una conjura internacional. La insuficiencia de la vía represiva llevó al Gobierno de Luis Echeverría y más decididamente al de José López Portillo, abrir los cauces del reformismo institucional.
La llamada “apertura democrática” impulsada por Echeverría facilitó los primeros cambios en el anquilosado sistema de partidos y será a finales de la década de los setenta, cuando se decreta la ley electoral que inicia el ciclo de las reformas que en el mediano plazo permitirían los procesos de alternancia política.
Justamente, animados por los cambios de actitud en el Gobierno Federal, los comunistas hasta entonces proscritos eran tolerados en la vida pública y en coalición con la trotskista Liga Socialista lanzan en 1976 la candidatura testimonial de Valentín Campa.
El viejo comunista obtiene extraoficialmente algo más de un millón de votos que representaba el 5.6 por ciento de la votación emitida. Un resultado, aunque extraoficial, es inédito en comparación a las anteriores apariciones testimoniales de la izquierda. Su aparición en la papeleta electoral en 1979 y la obtención de veinte escaños en la Cámara de Diputados, y los primeros diputados en los Estados, fue el pivote para una gran discusión teórica que terminaría con algunos dogmas ideológicos como la dictadura del proletariado y la revolución proletaria. Más aún, en 1981 el PCM se disuelve para la construcción arcoíris del PSUM y más tarde del PMS, que termina por fundar el PRD.
Morena, si bien es hija de estos procesos de agregación política de los años ochenta, está ideológicamente más cerca del nacionalismo revolucionario y de una fuerte dosis de personalización del poder, que de lo que fue el PCM como intelectual colectivo; de un partido electoral que del anticapitalismo originario; de un partido de masas a un partido de cuadros disciplinado y profundamente ideológico de manera que todavía cimbra en el corazón de muchos militantes de la izquierda.
En definitiva, el aniversario de los cien años de fundación del PCM es un buen momento para la reflexión sobre la izquierda mexicana que la realidad le trae de nuevo su viejo debate con el nacionalismo revolucionario y la perspectiva global de un mundo donde el capitalismo tiende a desaparecer sus propias reglas y amenaza a la humanidad.
(SIN EMBARGO.MX)