Francisco Ortiz Pinchetti
Poco faltó para que Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega fuera sacado en hombros de los legisladores de todos los partidos por la puerta grande del Palacio Legislativo de San Lázaro, tras de anunciar su decisión de no aspirar a una reelección como presidente de la Cámara de Diputados, lo que requería una violación flagrante a la Ley Orgánica del Congreso.
Aún quienes impugnaron en tribuna la intentona de Morena de imponerlo de nuevo al frente del Congreso y le llamaron “espurio”, aplaudieron a rabiar su “histórica decisión” y elogiaron su congruencia y su honestidad democráticas.
Pocos políticos mexicanos como Porfirio merecen el título de controvertido. Eso ha sido toda su vida, desde que como Diputado priísta elogió “el valor moral y la lucidez histórica” del Presidente Gustavo Díaz Ordaz, luego de que el mandatario en su V Informe asumiera la responsabilidad absoluta de los acontecimientos de 1968. O cuando como presidente del PRI nacional, inauguró lo que él mismo llamaría más tarde las “concertacesiones” políticas, para arrebatarle descaradamente al dirigente socialista Alejandro Gascón Mercado su triunfo como candidato del PPS en las elecciones de 1976 por la gubernatura de Nayarit, a cambio de entregar como pago al dirigente de ese partido, Jorge Cruickshank García, una senaduría por Oaxaca.
Muñoz Ledo ha sido Diputado federal, Senador, Secretario de Estado, Embajador, dirigente nacional de dos partidos políticos y presidente del Congreso Mexicano. E impulsor también de causas ciudadanas y movimientos por la democracia, en particular de la reforma política del Distrito Federal.
En 1988, luego de buscar sin éxito la candidatura oficial a la Presidencia de la República en 1976 y 1982, dejó el PRI para sumarse con Cuauhtémoc Cárdenas a la llamada Corriente Democrática, que llevó al michoacano a la candidatura presidencial del Frente Democrático Nacional. Fue en 1989 fundador del PRD, partido que también llegó a presidir. Y en el año 2000 jugó como candidato del hoy desaparecido PARM por la Presidencia de la República, pero a final de cuentas declinó a favor del panista Vicente Fox Quezada, a cuya campaña se sumó entusiasta. Acabó siendo embajador del Gobierno del guanajuatense.
En 1991 buscó como candidato del PRD y el PPS la gubernatura de Guanajuato, que adoptó como su estado natal. Intentó su registro mediante una supuesta residencia en el terruño de sus ancestros, Apaseo el Grande, mediante un contrato de arrendamiento balín que fue rechazado por la autoridad electoral. Invocó luego su “derecho de sangre” como guanajuatense, pero su alegato tampoco prosperó.
Y acudió entonces a la anuencia del Presidente Carlos Salinas de Gortari, con quien se entrevistó en Los Pinos, y que finalmente avaló su registro. Porfirio obtuvo en esa elección un sorprendente 7.7 por ciento de la votación, lo que significó una hazaña en tratándose de un estado donde el PRD era prácticamente inexistente.
Me tocó cubrir informativamente su intensísima campaña electoral para el semanario Proceso. Pude entonces si no conocerlo, al menos tratar de cerca al polémico candidato, entonces perredista, que recorrió incansablemente la entidad de sus antepasados, según decía. “Esta elección la vamos a ganar nosotros, y el que diga lo contrario, ¡miente!”, pregonaba en mercados y plazas públicas.
Fue una campaña sumamente divertida, además, en la que menudearon las anécdotas que pintan de cuerpo entero a Porfirio como un tipo inteligente, ambicioso, brillante, embustero, habilidoso, simpático, arrogante y ocurrente que, sensible a la vena católica de los guanajuatenses, iba de pueblo en pueblo repartiendo sus “estampitas”, unos calendarios de bolsillo en los que aparecía una foto suya al lado del Papa Juan Pablo II y que ponían al pie: “Su Santidad saluda al senador Porfirio Muñoz Ledo”.
Del cúmulo de anécdotas les platico una que lo describe. Avanzada ya la campaña, durante la cual descalificó a Vicente Fox Quesada (“El Alto Vacío”, le llamó) y al priísta Ramón Aguirre Velázquez (“La Ramona”), sus rivales, decidió denunciar un fraude electoral adelantado, a través de la manipulación del padrón. Convocó para ello a una conferencia de prensa, en un salón del hotel San Diego, frente al Jardín de la Unión de la capital guanajuatense, donde hizo la acusación sin ningún sustento documental.
Al finalizar la reunión recibió una llamada de un noticiero radiofónico de la Ciudad de México que deseaba entrevistarlo en vivo. Accedió de inmediato. Y contó al conductor que acababa de presentar a los medios las pruebas documentales del fraude, lo que en realidad nunca ocurrió. “Aquí tengo los documentos”, mintió. Y tomó entonces mi libreta de notas abierta que estaba sobre la mesa. Acercó el teléfono mientras hacía sonar con los dedos las hojas de papel, como si en efecto fueran los documentos probatorios. “Aquí los tengo”, repetía al aire mientras tanto. “Acabo de presentarlos a los medios”.
Ese es Muñoz Ledo –que finalmente le levantaría la mano a Fox Quesada después de la impugnada contienda–, capaz de audacias inimaginables como dictar la nota de sus propias actividades de campaña a la redacción del diario La Jornada, ante la ausencia del enviado asignado, o entrar a una sucursal bancaria en Acámbaro y gritar a los clientes que hacían fila: “¡Este es un asalto: el voto o la vida!”.
Porfirio acabó sumándose a la causa de Andrés Manuel López Obrador, que tras de su arrollador triunfo electoral lo designó presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, cargo que la Ley Orgánica establece como rotativo entre los partidos mayoritarios, con un año de duración cada uno. Fue él quien colocó la banda presidencial al tabasqueño, el 1 de diciembre del 2018.
Al término de su período, sin embargo, sobrevino inopinadamente la intentona de la reelección, lo que habría requerido una reforma legislativa ad doc, que diligente promovió el coordinador de la bancada de Morena, Mario Delgado Carrillo. La maniobra desató la protesta de la oposición, particularmente del PAN, a quien correspondía la presidencia durante el segundo año de la Legislatura, tratándose de la segunda fuerza política en la Cámara, así como un alud de críticas al propio Porfirio, a Delgado y a Morena en los medios, que advertían el riesgo inminente de caer en una parálisis legislativa.
Es claro que Muñoz Ledo al menos se prestó al intento ilegal de reelegirlo. De manera reiterada manifestó su aspiración, que además siempre consideró públicamente “legal”.
Ante el escándalo, vino finalmente el supuesto “regaño” del Presidente de la República, que desde el púlpito de Palacio Nacional advirtió, rotundo:
“Imagínense si nosotros, que estamos planteando una transformación, permitimos eso, o un partido que porque tiene mayoría puede aprovechar para modificar una ley en beneficio personal, en beneficio de grupo, en beneficio de una facción, pues eso es retroceso”, aseveró. “Yo no podía meterme, pero era una vergüenza”.
Para atrás los fílders: Porfirio anunció haber decidido su retiro de la Presidencia en disputa y puso un colofón dorado a su carrera. “Ante la posible crisis constitucional, la solución política es propiciar entendimientos para llegar a un acuerdo que permita transitar institucionalmente”, escribió en su cuenta de Twitter. Postuló: “La principal virtud de un político es la congruencia. Se puede tener el poder y no pasar a la historia y pasar a la historia sin tener el poder”. Y Morena olvidó la reforma y aceptó entregar la Presidencia al PAN.
Sabemos que en el universo de la llamada 4T no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad del Padre. ¿Podría alguien imaginarse a Delgado Carrillo o al propio Porfirio tomar decisiones de esa trascendencia sin el previo aval, o la instrucción, de ya sabes quién? Ante todo la congruencia. Válgame.
(SIN EMBARGO.MX)
@fopinchetti