Opinión

Trump y la descomposición imperial

Jorge Canto Alcocer

Todos sabemos que en marzo del 2000, la icónica serie animada “Los Simpson” fantaseó con la idea de que Donald Trump llegaba a la presidencia de Estados Unidos. Entrevistado por el sentido de esa fantasía, el guionista Dan Greaney declaró posteriormente “Fue una advertencia… se trataba de poner al país en el peor de los escenarios posibles”. En la serie, Lisa Simpson relevó a Trump, que había dejado a los Estados Unidos sumido en el agujero, y salvó, con la inesperada ayuda de su familia, a dicho país de la terrible crisis que lo aquejaba.

La fantasía se ha hecho realidad, parcialmente. Trump llegó a la presidencia, derrotando a la desprestigiada clase política, representada por una desgastada Hillary Clinton, pero sólo para realizar barbaridades, incongruencias, agudizar las tensiones económicas y políticas, y llevar al mundo, nuevamente, al borde de la guerra. Pero, como bien establecieron “Los Simpson” hace 20 años, eso es lo único que podía esperarse de ese perturbado sujeto. Ha puesto, con sus bravatas, a Estados Unidos contra las cuerdas, aunque ello, dada la situación del orden internacional, está produciendo mucho sufrimiento en toda la humanidad, y, como es propio del sistema capitalista, mucho más en los que menos tienen.

Humillado en la guerra comercial entablada con China, derrotado en sus esfuerzos por derrocar a Maduro en Venezuela, sin ningún avance significativo en sus intentos por desestabilizar al gobierno cubano, Trump fue un paso más allá cuando apoyó un grotesco golpe de Estado contra Evo Morales, que le dio el poder a una camarilla de fanáticos neonazis en el país sudamericano, pero fue aún más lejos al ordenar el asesinato del Gral. Soleimani, un héroe popular en Irán, que ahora alcanza la categoría de mártir. El crimen de Estado, realizado justo cuando su permanencia en el cargo está en entredicho por un impeachment y por la vía comicial –en todas las encuestas para la elección de noviembre aparece debajo del candidato demócrata, sea éste quien fuere–, es obviamente una maniobra distractora y electorera, que terminará, empero sus objetivos, perjudicando al caricaturesco presidente, pero, sobre todo, al país que aún ejerce un cada vez más carcomido tutelaje imperial.

De un modo inaudito, la diplomacia iraní ha actuado con mesura, y los líderes islámicos, considerados previamente como irracionales fanáticos, le devolvieron al demente Trump la bofetada con guante blanco. Un ataque incruento a las bases norteamericanas en Irak significó en realidad un gesto de paz –que no de debilidad– que el mundo agradece. Del lado norteamericano, en cambio, la exigencia de aportar pruebas que justificaran el asesinato de Soleimani ha sido rechazada olímpicamente, demostrando fehacientemente que el terrorismo no viene de Irán, sino del propio Imperio. Ello lo sabemos, por supuesto, pero lo novedoso es ser forzado a admitirlo, como se ha hecho a través del silencio.

¿Podrá venir Lisa Simpson para corregir el rumbo? Cualquier vaticinio es complicado, pero en este caso no cabe el optimismo. Donald Trump no se robó la presidencia, sino fue electo de acuerdo con los protocolos democráticos de aquella nación, y aunque no recibió más votos que Hillary Clinton, sí obtuvo el apoyo de millones que piensan que el problema del sistema no es el sistema, y que realmente ese Estados Unidos machista, intolerante, fanático y discriminador es el modelo al que todos los humanos deberíamos aspirar. Con sus mentiras y barbarie, Donald Trump efectivamente encarna un sistema corrupto y demoledoramente injusto, y ello fue lo que permitió su elección en 2016. Y aunque su reelección es improbable, quien lo releve seguramente perseverará por la senda de mantener artificialmente un liderazgo mundial y un orden económico que a todos –con excepción del famoso uno por ciento– lastima y empobrece. La descomposición imperial continuará imparable, el reto es construir sobre sus ruinas un mundo justo y equilibrado.