Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes
El objetivo básico del nuevo régimen, reducir la tensión social que alcanzó niveles muy preocupantes al final del sexenio pasado, se ha estado cumpliendo satisfactoriamente, como lo revelan hechos sintomáticos de que el estilo implantado por el presidente López Obrador es idóneo para frenar un proceso de descomposición social y política que, de continuar como hasta el año 2018, llevaría a los mexicanos a contradicciones imposibles de manejar sin la fuerza del Estado, el único camino para lograr una gobernabilidad prendida de alfileres.
Aunque las provocaciones de los conservadores han sido cotidianas y sin recato alguno, el mandatario no ha caído en ninguna; las ha revertido gracias a su modo de hacer política. Así se confirmó durante la comida protocolaria a la que se invitó a todos los gobernadores, en la cual se reafirmó la postura de diálogo permanente con todos, abierto a la ciudadanía gracias a las “benditas redes sociales” y al imperativo de afianzar una unidad nacional, que sea el motor de la reconstrucción del tejido social para salir del subdesarrollo.
Es válido usar este término porque es el que mejor nos define: el neoliberalismo nos sumió más aún en la desigualdad social y en desequilibrios económicos que se venían arrastrando desde los años sesenta del siglo pasado. Se le pasó la mano a la tecnocracia con su codicia y corrupción, y lo que se había implementado en Washington como estrategia para facilitar la expoliación de los bienes nacionales de México, la echaron por el caño de las aguas negras.
El estilo personal de gobernar del presidente López Obrador está demostrando su idoneidad para la coyuntura que estamos viviendo, en la que cualquier error de cálculo político nos puede llevar a una catástrofe generalizada. Sin duda, esto habría ocurrido de haber permitido, los titiriteros que arriba del escenario público mueven los hilos del poder, que el PRIAN continuara al frente del Estado; cualquiera de sus candidatos habría “gobernado” exclusivamente para beneficiar a su grupo de interés.
Con menos dificultades de las esperadas se están llevando a cabo reformas de fondo para combatir la corrupción y apuntalar la participación ciudadana. Este asunto es de la mayor relevancia, porque se está abriendo la conciencia política del pueblo, antes adormecida por la inmovilidad de un régimen enemigo de permitir siquiera el asomo de las clases mayoritarias a los asuntos públicos. Sin embargo, la derecha no acepta su derrota y seguirá haciendo uso de todos sus recursos y medios a su alcance para frenar la marcha del país hacia lo que se define como la Cuarta Transformación.
Seguirán aprovechando cuantas oportunidades tengan sus voceros de reiterar sus ataques al mandatario, con resultados adversos, como se demostró en la “mañanera” de ayer miércoles, cuando el periodista “globalizado”, Jorge Ramos, intentó poner en aprietos al Presidente, al acusarlo de que la lucha contra la inseguridad pública y la violencia no ha tenido avances sino al contrario, y le reclamó no hacer cambios en el gabinete responsable del ramo.
Esos voceros no aceptan lo que el pueblo sabe por mero sentido común y experiencia propia: estamos viviendo el clímax de una tragedia nacional que se agudizó al paso de los sexenios. Se trata de una inercia dolorosa que reducirá su velocidad a medida que se corrijan sus causas. Es lo que se está haciendo, con participación ciudadana cada vez más consciente.
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