Michael Vázquez Montes de OcaEconomía popular
Comienza el año 20 del siglo XXI y América Latina amanece con un cúmulo de problemas que arrastra desde hace siglos. Una mirada rápida conduce a la hegemonía de regímenes conservadores, el golpe de Estado en Bolivia significó el regreso a los años de dictaduras y un retroceso para la democracia; también hubo masivas manifestaciones contra las políticas neoliberales en Chile, Ecuador, Colombia, Haití y Honduras que demostraron el agotamiento del modelo impulsado por la derecha.
En el plano electoral se produjeron cambios significativos. En Argentina, las elecciones constituyeron una esperanza, el peronismo logró dar un corte al macrismo; en sentido inverso, en Uruguay una coalición derrotó al Frente Amplio tras una década y media en el gobierno y en El Salvador, el conservador Nayib Bukele ganó al FMLN.
Los primeros años del siglo estuvieron signados por el surgimiento de administraciones progresistas y populares, y los últimos diez por el reflujo de esas experiencias con la parálisis del proceso de integración regional. Las derechas recuperaron terreno, apuntaladas por el poder mediático, el lawfare y los fundamentalismos religiosos, pero no obtienen estabilidad ni consenso.
La generación actual chilena ha empezado a expresar su descontento y siente que no tiene nada que perder, ha roto el mito del reino o paraíso; en Ecuador, millones de ciudadanos rechazaron el “paquetazo” que quiso imponer Lenin Moreno; el esquema de corrupción del Perú también ha despertado la indignación popular y generado múltiples movilizaciones, el presidente Vizcarra ha disuelto el Congreso y convocado elecciones anticipadas de congresistas para enero 2020, pero continuará la concentración de poder y la desigualdad social, otro caso similar es el de Mario Abdo Benítez, que acaba de cerrar acuerdos con el FBI y el Departamento de Estado para hacer de Paraguay la principal base de espionaje y actuaciones de “inteligencia” estadounidense, precio que debió pagar por mantenerse en la presidencia ante el reclamo por la entrega de soberanía en negociados energéticos con Brasil por la represa Itaipú.
Brasil se ha degradado a pieza subalterna de la política exterior estadounidense con una jefatura que ha emprendido un camino de reformas neoliberales, que remontará los avances conseguidos por Lula y Dilma, entregando parte del entramado estatal de empresas a multinacionales extranjeras. La pesadilla neo pentecostal, la manipulación mediática y la guerra jurídica son instrumentos de la oligarquía y el imperio para impedir la redistribución de riqueza y el comienzo de un nuevo orden social más justo.
Todos estos sucesos están conectados y se explican en el contexto de una conflagración desatada por la antes indiscutida hegemonía de los Estados Unidos que pretende recuperar el dominio total sobre el subcontinente, se desarrolla en todos los niveles, comercial, financiera, tecnológica, mediática, judicial, de violencia armada, de apoderamiento de recursos materiales e intelectuales, de vías de comunicación e infraestructuras, pero también de predominio cultural y geopolítico.
Desde el punto de vista de la soberanía, debe señalarse la resistencia venezolana ante el asedio económico, diplomático y mediático; los primeros meses del 2019 estuvieron marcados por una nueva ofensiva internacional para derrocarlo por la fuerza; Estados Unidos asumió explícitamente la conducción de la cruzada, amenazando incluso con una intervención militar, secundado por Luis Almagro y el Grupo de Lima. El chavismo cerró filas, logró resistir y el pueblo ha sacado a relucir la fuerza revolucionaria.
En el mismo sentido, debe anotarse la entereza cubana ante la presión de la ultraderecha republicana, hoy determinante en la administración de Trump que se ha centrado en el recrudecimiento del bloqueo y, al mismo tiempo, Cuba ha realizado una reforma constitucional y el recambio generacional en su conducción con la elección del ingeniero Miguel Díaz-Canel como nuevo presidente. Dentro del bloque de izquierdas atacado por Washington, se encuentra también Nicaragua, que resistió el embate de sanciones unilaterales por parte de Estados Unidos (Nica-Act), la OEA y la Unión Europea.
Latinoamérica, con sus 638 millones de habitantes, es hoy la región más desigual del mundo, tras un decenio de reducción de pobreza y desigualdad, los índices vuelven a resultar preocupantes; como las economías nacionales han retrocedido, un 20 % de la población se considera vulnerable y 122 millones de personas que salieron de la pobreza, pero no alcanzaron a incluirse en la clase media, podrían perder lo poco que obtuvieron. Desde el 2014, ha experimentado una fuerte caída de participación en el comercio mundial y una reducción relativa del precio de los principales productos, algunos países encabezan el aumento de la desigualdad: Venezuela, Brasil y Argentina.
Gracias a la instalación de sistemas progresistas en el continente, a partir de 1988 más de 72 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza, según datos de Oxfam. Ello se debió al aumento del salario mínimo y del gasto público en políticas sociales, y al perfeccionamiento de la educación básica, pero el actual re empobrecimiento de la población deriva de factores económicos, como el fin del boom de las materias primas y del recorte de las políticas sociales, en especial en los países donde han ocurrido golpes parlamentarios y en aquéllos que han sido gobernados por presidentes neoliberales.
América Latina aún no ha encontrado su modelo de desarrollo sustentable, sigue dependiendo de las exportaciones y de las oscilaciones del mercado. Muestra una desaceleración económica generalizada y sincronizada, completando un sexenio de bajo crecimiento, el período 2014-2020 sería el menor en las últimas siete décadas, 18 países presentarán una desaceleración de su crecimiento y 14 anotarán una expansión de 1 % o menos durante 2019, el PIB por persona de la región se habrá contraído 4.0 % entre 2014 y 2019, la desocupación aumentará a 8.2 % en 2019, lo que implica 25.2 millones de personas, a lo que se suma un deterioro en la calidad del empleo por el crecimiento del trabajo por cuenta propia y la informalidad laboral, según señala CEPAL en su último informe anual, que recoge las crecientes quejas sociales por reducir la desigualdad y aumentar la inclusión social.
Hoy, la batalla prioritaria es derrotar al neo liberalismo. En momentos de una gran arremetida, en la que Washington intentaba imponer en el continente la llamada Área de Libre Comercio de las Américas, Fidel y Chávez firmaron la declaración conjunta en diciembre de 2004 con la cual nacía el ALBA-TCP, constituida para promover la solución de los problemas acumulados por el neocolonialismo, con voluntad política por encima de intereses económicos y ha logrado transformar la manera en que muchos latinoamericanos y caribeños se relacionaban entre sí.
El ALBA es un punto de partida para una hermandad política y económica, sin hegemonismo y dominaciones entre iguales, con un alto nivel de concertación política en organismos regionales y multilaterales, en defensa de los principios del Derecho Internacional, los postulados de la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz. La Alianza se ha propuesto la construcción y consolidación de un espacio de interdependencia, soberanía y solidaridad económica a través del Tratado de Comercio de los Pueblos, el Banco del ALBA y el Sucre, lo cual se une a posiciones de principios como la condena al bloqueo estadounidense contra Cuba y la defensa del derecho de Venezuela a la autodeterminación y no injerencia en sus asuntos internos.
Como afirmara Fidel Castro en su momento ¿Hasta cuándo vamos a permanecer en el letargo? ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? ¿Cuál es el destino, además, de los países balcanizados? ¿Qué lugar van a ocupar en el siglo XXI? ¿Qué lugar les van a dejar? ¿Cuál va a ser su papel si no se unen, si no se integran?
Para conquistar el Nuevo Orden Económico Internacional hay que unirse, al igual que para alcanzar la integración económica; hay que conquistar la unidad política. En razón del proyecto de agresión antipopular emprendido por el imperialismo, el poder financiero transnacional y las oligarquías locales, es evidente que los elementos más progresivos de América Latina y el Caribe deberán gestar una unión estratégica en la diversidad; es hora de reemprender con fuerza, el camino de humanizar el mundo.
Quizás, los momentos más oscuros sean apenas la antesala del ansiado mundo nuevo.