Por Andrew Selee
El viernes pasado me tocó estar fuera de la casa, en la calle con mis hijos, cuando el helicóptero oficial del gobierno nos sobrevoló en camino al hospital con el presidente Donald Trump adentro. Fue un momento sobrio, en que nos dimos cuenta que la pandemia que ha infectado a millones alrededor del mundo en los últimos meses y acabado la vida de más de un millón de seres humanos había tocado hasta la puerta de la Casa Blanca e infectado al jefe de estado del país.
No sólo el presidente se infectó, también un gran número de asesores, tres senadores republicanos y varios otros que habían estado en el entorno oficial del país. La pandemia, que había contagiado a millones, llegó a las más altas esferas del poder en el país de repente, y cuatro semanas antes de las elecciones.
Para los fines políticos, esta nueva desventura ha sido otro golpe a Trump en su búsqueda de la reelección. Lo sacó de la campaña activa por unos días y, aún peor, puso de nuevo el control de la pandemia en el centro del debate político, algo que las encuestas nos dicen no favorece mucho al mandatario. Además, había muchas razones para creer que el descuido de las normas sanitarias básicas tenían mucho que ver con el contagio masivo entre los allegados al presidente. Pero esto fue solo uno de varios golpes que recibió en sus posibilidades de reelección en estos días.
Quizás el golpe más duro fue un autogol, el comportamiento que Trump tuvo en el primer debate presidencial contra el candidato demócrata y exvicepresidente Joe Biden, donde llegó bastante acelerado y pareció nunca poder controlarse ni seguir las reglas del juego. Se parecía a mi hija pequeña cuando toma demasiado azúcar, lo cual puede ser motivo de risa en una niña de cuatro años, pero genera susto con un líder político de 74. Gritó, interrumpió repetidamente al moderador y a su contrincante, y parecía a todas luces fuera de control y muy lejos del temperamento mesurado que los votantes esperan del presidente de Estados Unidos. Quizás su peor error era no condenar a los nacionalistas blancos cuando se le dio la oportunidad de hacerlo, y tardó un par de días en rectificar esto después.
Las encuestas registraron estos dos desaciertos rápidamente. En unos días, el presidente pasó de estar abajo unos 7 puntos en las encuestas generales a estar abajo por 8 o 9 puntos, frente a Biden, tanto en los promedios que registra www.fivethirtyeight.com como en www.realclearpolitics.com, con consecuencias similares en las encuestas en varios estados claves. Si hoy fueran las elecciones, Trump no sólo perdería, sino sería una catástrofe para el partido republicano, con pérdidas dramáticas en el Senado y la Cámara de Representantes, y probablemente algunos estados tradicionalmente republicanos se volcarían hacia Biden y los demócratas.Pero faltan 25 días para las elecciones, y mucho puede pasar en un poco más de tres semanas. El miércoles hubo un debate entre los candidatos a vicepresidente, el actual vicepresidente Michael Pence y la senadora Kamala Harris. Pence lo manejó bien, pero Harris también. Ambos probaron que tienen las capacidades para entrar en funciones si algún día las circunstancias así lo requieren, algo no tan alocado en medio de una pandemia con dos candidatos presidenciales ya grandes de edad.
No hay que olvidar que Trump estaba muy por debajo en las encuestas en este momento hace cuatro años y ganó al final, logrando una mayoría en el colegio electoral con solo dos puntos de diferencia abajo en el voto popular. Sin embargo, para lograr esto Trump tendría que remontar los daños creados por la implosión política de la semana pasada para apelar a votantes indecisos, y todavía no se ve que tenga una estrategia clara para hacer esto.
En este momento, Biden tiene todas las posibilidades de ganar, sin que esto sea un resultado seguro. Ojalá en el gobierno mexicano ya estén pensando cómo manejar ese cambio de administración, si es que se da, en el país vecino.
Twitter: @SeleeAndrew