Por Jorge Gómez Barata
La elección del presidente de los Estados Unidos se realiza de modo indirecto. En lugar de una elección nacional se efectúan 50, una en cada estado en los cuales se constituyen “Colegios Electorales” formado por un número de delegados igual al de los representantes y senadores del estado. Estas personas son seleccionadas por las legislaturas estatales.
Al votar, por el candidato de su preferencia, los electores ratifican a los delegados o compromisarios que forman el Colegio Electoral del estado. Según la tradición (no es ley), en cada estado, todos los votos del Colegio Electoral se suman al candidato ganador. En Washington se cuentan los votos de los estados. La Constitución establece que: “Será presidente la persona que obtuviere mayor número de votos si dicho número fuere mayor del número total de compromisarios designados”.
Los críticos del sistema electoral estadounidenses deberían tener en cuenta que ese formato fue creado en 1789 cuando no existía ningún precedente, ninguna república ni, en ningún país del mundo, se había elegido a un presidente y la población del estado formado por la fusión de las 13 Colonias estaba dispersa en un territorio de más de dos millones de kilómetros cuadrados, sin carreteras y sin medios de comunicación
Por otra parte, aunque el liderazgo de entonces, era una vanguardia revolucionaria, anticolonialista, republicana, demócrata y anti monárquica, aún no se había desarrollado un credo político que favoreciera a las masas populares.
Según expertos, que han revisado las actas, en la Convención donde se aprobó la Constitución, la idea del “voto popular” no fue considerada, de hecho, esa formulación no aparece en el texto constitucional. Por otra parte, en su versión original, la democracia liberal fue obviamente elitista porque las élites eran las rectoras del estado y de la vida social. Los sistemas electorales inclusivos, la participación política del pueblo y las democracias de segunda y tercera generación son conquistas tardías que incluso, aún no se han impuesto en todo el mundo y que en Estados Unidos se expresan en media docena de enmiendas.
La única “rebelión del Colegio Electoral” en un estado de los Estados Unidos, ocurrió en 1836 cuando la fórmula de Martin Van Buren para presidente y Richard Mentor Johnson para vicepresidente alcanzó la mayoría de los votos populares y electorales. No obstante, en el estado de Virginia, al realizarse la votación, el ganador Van Buren recibió todos los votos electorales como estaba convenido, pero los 23 electores del estado, se convirtieron en “electores desleales” (“faithless electors”) y, apartándose de la tradición, se negaron a votar por el candidato a vicepresidente Richard Mentor Johnson que de ese modo no alcanzó la mayoría necesaria en el Colegio Electoral.
La razón por la que los delegados de Virginia le negaron sus votos al candidato a vicepresidente es porque se le imputaron relaciones con una negra, con la cual se decía, tenía hijos, lo cual, según las leyes racistas vigentes en aquel estado era delito. En consonancia con la 12º Enmienda, la elección recayó en el Senado que le otorgó el cargo. Aunque es la única vez que esto ha ocurrido, el hecho obra como un precedente.
Una rebelión en el Colegio electoral de algún estado es técnicamente posible de hecho, hasta el presente en todas las elecciones hubo 165 de estos electores cuyos votos son usualmente desestimados.
Si bien, Trump pudiera reclutar algún elector tránsfuga, cosa técnicamente posible, difícilmente pudiera cambiar el resultado electoral en algún estado y menos aún a escala nacional. Una alianza de tránsfuga a tránsfuga usualmente suma cero.