Por José Ramón Cossío Díaz
El lenguaje de la marinería es interesante y curioso. Cada tiempo, espacio, objeto o actividad, tienen denominación propia. Basta leer novelas como Cabo Trafalgar (Pérez Reverte) o cualquiera de las de Patrick O’Brian para comprobarlo. Aun cuando las causas de la especificidad léxica deben ser variadas, he pensado en la importancia de saber, sin duda alguna, a lo que se alude dadas las azarosas condiciones de la navegación. Hablar de izquierdas o derechas en alguna parte del océano, puede arriesgar la vida de las personas y el valor de las cargas. ¿Es la izquierda de quien habla, de quien escucha o de alguno de los costados de la embarcación?
De entre las muchas expresiones náuticas, hay una que denota situaciones graves. La que alude “a la deriva”, que se refiere a que la embarcación sea arrastrada por el viento, el mar o las corrientes en alguna dirección no elegida. A desplazarse como mero efecto de fuerzas externas o como resultado de la incapacidad de afrontarlas con recursos propios. En la enormidad de los mares, en sus cambiantes condiciones, en la falta de auxilios cercanos y prontos, estar “a la deriva” suele ser peligroso.
Así como en el mar acontece con las embarcaciones, México está a la deriva ante la actual pandemia. Sin duda, el virus SARS-CoV-2 se produjo por causas biológicas fuera del control humano. La enfermedad resultante tiene igual proveniencia. Sin embargo y de manera por completo distinta, tenemos que hablar de la incapacidad de nuestras autoridades para utilizar las herramientas jurídicas para enfrentarlas.
Después de unas tardías, pero al menos existentes acciones iniciales, nuestras autoridades dejaron de actuar. Supusieron que sus primeras determinaciones eran suficientes para ordenar las cosas y que, por lo mismo, solo les restaba administrarlas. Informar, más allá de defectos reconocidos, las cifras acumuladas y defender lo decidido y lo hecho. Que lo suyo era hablar, hablar y hablar. Que nada más se tenía que hacer. A lo largo de las últimas semanas no ha habido nuevas determinaciones, ajustes o rectificaciones. Todo se limita a defender lo ya hecho. ¿Qué de nuevo se ha decidido como acción sanitaria? ¿Con qué se han complementado las fragmentadas bases para el regreso a las actividades sociales? ¿Cómo se han revisado los detonadores del semáforo? ¿De qué manera se han ajustado los indicadores de contagios y muertes después de reconocer sus propias deficiencias?
La noción marina de “a la deriva” sintetiza bien nuestras condiciones actuales. El rumbo y el puerto de arribo se perdieron (o tal vez nunca se tuvieron). La falta de capacidades de las autoridades impide afrontar las fuerzas que se ciernen sobre nosotros. Su impericia para usar el instrumental jurídico es ya patente. Como la tripulación de un barco sin rumbo, las autoridades sanitarias (Secretaría de Salud y Consejo de Salubridad) acompañan, pero no dirigen; los órganos consultivos (academias de medicina) decidieron dejar de serlo. La población, como los pasajeros, ve por sí misma en las precarias circunstancias de información y resguardo a que está sometida. Así transcurren los días. Las autoridades informan mal, y a destiempo, de las condiciones, sin aceptar que vamos a la deriva, de las nuevas posiciones, de los nuevos peligros, de los fallecidos y enfermos, pero hacen poco, porque no pueden y no saben cómo reencauzar la navegación hacia un destino. Hacia algo distinto al naufragio y la crisis.