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Opinión

Opciones para un perdedor

Por Jorge Gómez Barata

Donald Trump se encuentra ante la peor encrucijada de su vida, en la cual lo único seguro es que pronto será expresidente de los Estados Unidos. No obstante, con sus millones y su influencia, aunque le falte razón, puede patalear. Descartada la vía judicial, ante el futuro expresidente, se presentan dos opciones. Ninguna es sencilla ni ciento por ciento segura, pero la tercera que es resignarse a ser juzgado e ir a cárcel es la peor de todas. Con certeza escogerá alguna o tratará de combinar unas con otras.

Trump puede renunciar, con lo cual, automáticamente Mike Pence asumiría la presidencia, procediendo a exonerarlo, tal como hizo Gerald Ford, en 1974, cuando perdonó a Nixon por los delitos cometidos contra de Estados Unidos. Nuevamente, el presidente sustituto, invocará el Artículo II Sección II de la Constitución según el cual: “El presidente… tendrá facultad para suspender la ejecución de sentencias y para conceder indultos por delitos contra los Estados Unidos…”

Según el texto, la acción de Pence aplicaría solo para los delitos que afecten a los Estados Unidos, y tengan entidad federal, como por ejemplo la probable “colusión con Rusia” respecto a la presunta intromisión de ese país en las elecciones de 2016 y probablemente las de 2020, mientras los cometidos contra estados, ciudades o personas como es la evasión de impuestos y el fraude fiscal en la ciudad de Nueva York, son felonías locales.

Esta fórmula implicaría el suicidio político de Mike Pence que despeñará la presidencia por unos días y cargará para siempre con el baldón de haberse prestado a semejante infamia. Su crédito político no sobrevivirá a la componenda y, en su condición de creyente practicante, estaría obligado a confesar el pecado, gestionar indulgencias o ir directo al purgatorio.

La idea de que Trump se perdone a sí mismo está descartada, no sólo por la enormidad de la falta ética, sino porque significaría admitir que ha incurrido en delitos. Bien manipulada, la renuncia hace factible presentarse como víctima y buscar venganza en 2024.

La segunda oportunidad de Trump se relaciona con la manipulación del voto electoral y pudiera concretarse mediante la captación de electores “desleales” (“faithless electors”), los cuales, en algún Colegio Electoral que haya ganado Biden, se aparten de la tradición y rehúsen votar por el candidato que obtuvo la mayoría, y cedan su voto a Trump. Aunque es remota tal posibilidad existe, al respecto hay un precedente.

En Estados Unidos la elección del presidente se realiza de modo indirecto por delegados en los Colegios Electorales de cada estado. Estas personas son seleccionadas por las legislaturas estaduales. Según la tradición (no es ley federal), en cada estado, todos los votos del Colegio Electoral se suman al candidato ganador y de acuerdo con la Constitución: “Será presidente la persona que obtuviera mayor número de votos si dicho número fuere mayor del número total de compromisarios necesarios”.

La única “rebelión del Colegio Electoral” de los Estados Unidos, ocurrió en 1836 cuando en el estado de Virginia, la fórmula de Martin Van Buren para presidente y Richard Mentor Johnson para vicepresidente alcanzó la mayoría de los votos populares y electorales. No obstante, al realizarse la votación, el aspirante a presidente recibió todos los votos electorales como estaba convenido, pero los 23 electores del estado, se negaron a votar por el candidato a vicepresidente que de ese modo no alcanzó la mayoría necesaria. En consonancia con la 12º Enmienda, la elección recayó en el Cámara de Representantes.

Dado que aún en algunos estados en los cuales Biden ganó aún no han sido seleccionados los compromisarios, puede ocurrir que partidarios de Trump traten de influir para que se designen elementos políticamente afines al perdedor y protagonizar una acción con el formato de Virginia 1836. Aunque tiene poco futuro, como maniobra diversionista, la acción no carece de potencial.

La tercera opción para Donald Trump sería aceptar su derrota y enfrentar las consecuencias de sus actos, lo cual requeriría una entereza moral y un valor personal que él no ha demostrado.

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