Por Carlos Heredia Zubieta
De nuevo, la perplejidad. Donald Trump nos tomó por sorpresa otra vez. La noche del 8 de noviembre de 2016 en Washington DC, veintiún profesores mexicanos especialistas en estudios de Estados Unidos nos preguntábamos atónitos: ¿qué pasó? ¿cómo fue que no vimos venir el triunfo de Trump sobre Hillary Clinton? ¿cómo es que un hombre primitivo, sin experiencia política, derrotó a una mujer inteligente, con experiencia gubernamental y diplomática, con una visión de una sociedad abierta e integrada con el mundo?
La explicación que escuchamos fue: la mitad de los estadounidenses se siente alienada, insegura, no escuchada —los trabajadores de la vieja industria, las comunidades rurales, quienes no fueron a la universidad.
Detestan a los ‘expertos’ que supuestamente explica qué está ocurriendo, pero no conocen a su propio pueblo.
Avancemos hasta el 3 de noviembre de 2020. Entre los mismos académicos —imposibilitados por la pandemia de reunirnos en la capital estadounidense— le otorgamos una significativa probabilidad a una victoria holgada de Biden. Una vez más subestimamos el fenómeno Trump.
Hoy es más factible que Joe Biden llegue a 300 votos electorales que Trump a 270. Biden podría embolsarse los 6 votos de Nevada, más los 20 de Pennsylvania e incluso los 16 de Georgia, para alcanzar los 306 delegados, mientras Trump se quedaría sólo con 232 votos. Biden también ganó el 50.5% del voto popular directo, con 73 millones de sufragios por el 47.8% del voto popular o 69 millones de votos para Trump. Este afirmó en cadena nacional que le han robado la elección, una afirmación temeraria e irresponsable; habrá que ver quién del Partido Republicano lo sigue.
Con todo, Trump ha hecho una demostración de fuerza, dejando claro que lo suyo no es un fenómeno pasajero, sino una expresión de profundas fisuras en la polarizada sociedad estadounidense.
Su discurso dio prioridad a mantener abiertas las empresas por encima del control de la pandemia del coronavirus. Asimismo, construyó una narrativa por la cual el desafío social no es el racismo cotidiano (pecado original de EU, dijo Biden), sino las protestas sociales en las calles. Adicionalmente, se pronunció vigorosamente contra el aborto y prometió revertirlo en la Suprema Corte.
Esa narrativa tiene eco en la mitad del electorado estadounidense, incluyendo sobre todo a hombres que se hacen eco del machismo trumpista. Y al menos un tercio del electorado de origen latinoamericano cree que más gobierno es socialismo, no quieren depender de programas de ayuda, valoran el individualismo y las oportunidades para poner sus propios negocios, y cierran la puerta a posibles nuevos inmigrantes, aunque sean de su propio país de origen.
Estamos ante una profunda contradicción: el hombre que preconiza la ley y el orden es un mentiroso que desobedece la ley y evade impuestos. Hoy sabemos que no es una aberración, ni un mero interludio que dará paso de nuevo al statu quo de consenso bipartidista. Ante la polarización urbana/rural, un eventual gobierno Biden debe postular una agenda progresista para la sociedad rural, y escuchar las voces hasta ahora no atendidas. Trump ha provocado que la gobernabilidad democrática penda de un hilo; Biden deberá convocar a todas las voces hasta ahora no escuchadas para recuperarla.
Twitter: @Carlos_Tampico