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Por Jorge Gómez Barata

Otra vez se confirma que las democracias no pasan por las armas a quienes le fallan, sino que lo hacen por las urnas. Donald Trump no lo sabía, pero tenía fecha de caducidad. Su retorcida personalidad y su gestión no sobrevivieron al primer escrutinio verdadero, realizado por el pueblo de los Estados Unidos que, no obstante, necesitó más de 75 millones de votos para echarlo de la Casa Blanca.

Si el fraude cantado por Trump, fuera cierto sería muy malo para Estados Unidos, aunque lo sería también si las acusaciones del presidente fueran falsas. Nunca antes el imperio americano y sus instituciones, fueron tan profundamente denigradas y cuestionadas y jamás, por ninguna razón, el crédito del país había resultado tan dañado.

El demoledor ataque llegó desde donde menos podía esperarse y quizás por provenir del propio presidente, ha tenido mayor efectividad de la que tuvieron los ideólogos y detractores que durante más de un siglo trataron, infructuosamente de generar rechazo al paradigma levantado por la revolución anticolonial y anti monárquica que, con importantes innovaciones institucionales, dio lugar a los Estados Unidos.

Donald Trump, encargado por la Constitución y por el pueblo que lo eligió de conducir al país, preservar el orden y la institucionalidad, pilares del sistema, ha calificado de fraudulentas y corruptas las prácticas con las cuales fueron electos 44 presidentes, incluso él mismo. Los enfoques de la función pública, las políticas domésticas y el desempeño internacional de Donald Trump, así como su desprecio por personas y símbolos, su menosprecio a la mujer, las minorías y los emigrantes, el irrespeto a las leyes y la falta de compasión como la evidenciada su actitud ante las carencias de servicio de salud y la pésima gestión gubernamental frente ante la pandemia que ha afectado a casi diez millones de estadounidenses, ocasionándole la muerte a más de 200.000 son evidencias de que no es adecuado para el cargo.

La primera tarea de Biden y su administración será realizar un control de daños integral para conocer el alcance de la zaga de Trump y determinar qué hacer para limpiar la imagen del país, especialmente de su credo democrático y sus instituciones, particularmente el sistema electoral y de la presidencia. La tarea será larga y difícil, aunque no imposible.

Aunque por su modelo político basado en la democracia y el estado de derecho, la actitud abierta y tolerante ante los inmigrantes que poblaron el país y por su relevancia en económica, política y cultural, los avances tecnológicos y científicos, Estados Unidos obtuvo un reconocimiento, incluso un liderazgo mundial, su comportamiento exterior, típicamente imperial e intervencionista, con apego a las soluciones violentas, le valieron profundas críticas. Go Home, ha sido un reclamo universal.

A ello se añade el conocimiento del cisma racial que divide y enfrenta la sociedad estadounidense, donde se enseñorea la exclusión, los enormes bolsones de pobreza y el culto a la violencia que en lugar de disminuir se acrecientan con el tiempo y que Trump llevó a un punto de quiebre que incluso ha hecho temer un nuevo episodio de guerra civil.

Aunque Joe Biden y Kamala Harris no son debutantes en la política no pudieran eximirse completamente de responsabilidades, son junto al liderazgo del Partido Demócrata, los elegidos por el pueblo para conducir al país por nuevos rumbos y forjar las nuevas oportunidades.

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