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Opinión

La derecha disfrazada de centro

La derecha colombiana que detentó el poder en Colombia entre el año 2002 y el 2010 y lo recuperó con el presidente actual, ante la disminución de su popularidad, especialmente la del que se consideraba imbatible en el fervor popular, el ex presidente Álvaro Uribe, quiere ahora posar de centrista: soy de extremo centro ha dicho sin despelucarse el presidente Iván Duque, abanderado de las políticas más retardatarias.

Asomados al abismo de su paraíso perdido, buscan un ropaje que esconda su verdadera naturaleza, que se opone a cuanto intento de avance democrático propone la izquierda y –ahí sí- el centro político, para en un esfuerzo agónico, reconquistar el favor de la población a la que miran sólo como electorado potencial.

En el plano internacional este gobierno ha retrocedido frente a los avances del anterior mandatario, Juan Manuel Santos, en integración regional recomponiendo las relaciones que su antecesor había roto con Venezuela y Ecuador, con quienes nos obliga la vecindad física, así como con Cuba que tanto nos ha apoyado en la búsqueda de la paz. Duque continuó la cruzada de Uribe contra los intentos de crear organismos latinoamericanos como el Alba, para entregarse sin condiciones a las exigencias de Donald Trump..

El encarnizamiento con que ha atacado a Venezuela inmiscuyéndose en asuntos internos que son de competencia única de sus ciudadanos, lo ha hecho caer en ridículos como el de asegurar hace dos años que los días de Nicolás Maduro estaban contados. Ni hablar de cuando propuso pedirle a Guaidó que extraditara a una política prófuga, acusada de corrupción, así como ha propuesto manejar con éste los problemas que ante la pandemia representa la porosidad de la frontera común.

Un hecho que muestra el talante del actual gobierno en su política internacional es la traición a Cuba, nuestro aliado en el proceso de paz, sin el cual éste no se hubiera podido lograr, montándole una celada para hacerla parecer aliada con el terrorismo: le exige que entregue a los negociadores de la guerrilla que Colombia le había pedido recibir, sin cumplir con los protocolos oficiales que la obligan.

La entrega a Trump ha sido incondicional a pesar de los desplantes públicos en que ha tratado al presidente colombiano como a un servidor sumiso al que regaña y amenaza exigiéndole con cuentas amañadas que reinicie las aspersiones aéreas con glifosato. Este solo hecho ha tenido repercusiones graves en la implementación del acuerdo de paz en el cual se había pactado la erradicación voluntaria de cultivos ilícitos y el apoyo a los campesinos e indígenas cultivadores mediante la intervención del Estado de manera integral en sus comunidades.

La abyección ante Trump ha llevado a quebrantar la regla de oro que exige mantener relaciones con ambos partidos -el republicano y el demócrata- y ahora con el triunfo de Biden, que apoya muchas de las causas que Duque ha combatido, como el acuerdo de paz y la defensa de los líderes sociales, se encuentran con que apostaron todo a los republicanos.

Así que ahora ante el triunfo demócrata y la pérdida de popularidad en Colombia, no han encontrado mejor bandera que posar de centristas. Ya desde hace rato veníamos mirando el cinismo de un gobierno que en los foros internacionales hace alarde de lo conseguido con el acuerdo de paz mientras hace todo lo posible por torpedearlo.

Llama mucho la atención que quienes acusan de castrochavista la defensa de los Derechos Humanos, que hace esfuerzos todos los días por acabar con la Justicia Especial de Paz (JEP) que ha sido cómplice del entrampamiento a unos ex jefes guerrilleros y pide a la menor oportunidad la pérdida de las curules de quienes las ganaron en virtud de haberse sometido a las leyes de la democracia, ahora quieran posar de equilibrados políticamente, lejanos a los extremos.

Como en este país cada día se lanzan llamados a acabar con la polarización extrema que impide llegar a acuerdos para democratizar la política, de manera oportunista se pegan de esa circunstancia para posar de que acatan el pedido. Y mientras tanto los candidatos ¿decenas, cientos? de fuerzas de izquierda y de centro, se desgastan en peleas entre ellos. Ya hay varios, como Sergio Fajardo del partido Verde, ex alcalde de Medellín, la segunda ciudad del país y quien en la pasada campaña presidencial ocupó el tercer lugar en votaciones después de Gustavo Petro, ha dicho que jamás haría una alianza con éste.

Jorge Enrique Robledo, uno de los congresistas más lúcidos del país, militante del Movimiento Obrero independiente y revolucionario, Moir, abandonó las fi las del Polo Democrático que agrupa a varias organizaciones de izquierda para lanzar su campaña presidencial, tal como hace cuatro años hizo Gustavo Petro, quien lanzó su propio movimiento para las presidenciales en que obtuvo ocho millones de votos.

Pongo nada más estos ejemplos como muestra de lo que cuesta la dispersión de la izquierda y lo que se lograría si la alianza entre sus fuerzas incluyera a las muchas de centro que apoyan el acuerdo de paz y propuestas democráticas. Pero lastimosamente, por lo que se ve, esa es una posibilidad lejana.

Por Zheger Hay Harb

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