Samuel García ha sido la burla en redes sociales cuando habló de lo traumático que era para él haber tenido que jugar golf de niño porque su padre lo obligaba.
El precandidato a gobernador ya es el protagonista de muchos y geniales memes. Pero no le quiero dedicar más tiempo del necesario a este personaje. Admito, de hecho, que su desatinado comentario me sirvió para hacer reflexiones personales. ¿Qué tan privilegiados somos?
En el activismo por los derechos y una consideración moral justa de los animales, me he topado muy seguido con señalamientos como que “no comer animales es para gente privilegiada”. Esto suelen decirlo personas con el poder adquisitivo para cambiar sus dietas. Porque sí, tanto ellos como yo —y la mayoría de quienes pueden regalarse el tiempo para leer este texto— somos privilegiados.
Privilegio es decidir qué vas a comer hoy. Hay muchas personas que no pueden permitírselo. Un estudio de 2019 de la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad de la UNAM, nos avisaba que la inseguridad alimentaria ya no estaba únicamente en zonas rurales, también en el contexto urbano.
Hay familias en las que todos los miembros forman parte de la fuerza laboral y las largas y mal pagadas jornadas de trabajo no les dejan tiempo para cocinar, así que consumen alimentos procesados o de baja calidad. Por otro lado, la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares 2018 nos dice que los más ricos gastan más comiendo fuera que cocinando.
El dato más curioso es que en todos los grupos económicos el consumo de proteína animal sigue estando más presente que el de origen vegetal y de hecho, muchas familias de bajos recursos complementan sus alimentos con soya por su bajo costo y su valor nutrimental.
¿Comer animales es una cuestión de ricos o pobres? No lo sé, pareciera que está más determinado por la oferta gastronómica y las recomendaciones alimentarias oficiales del país, que a su vez están estrechamente relacionadas con actividades económicas, como la ganadería.
No niego que tuve el privilegio del acceso a la información y que mi vida, aunque muy lejana a la de alguien a quien “obligaban” a ir al campo de golf, fue más afortunada que la de otras personas. Entiendo que hay representantes del movimiento vegano, sobre todo en redes sociales, que parecen formar parte de una fracción muy pequeña y excéntrica de la población. Sí, alguien que recomienda solo comprar alimentos con etiqueta “orgánico” y carnes de imitación costosas, es privilegiado.
Dicho eso, en México tenemos el arroz, los frijoles, el maíz, los quelites, el amaranto, el jitomate, la calabaza, los nopales y una variedad gastronómica riquísima que no siempre fue dependiente de la carne y los lácteos. Somos afortunados de vivir en un país con un clima que nos da frutas y verduras frescas todo el año y para cada temporada.
Dos cosas me quedan muy claras: primero, los animales usados como alimento tienen cero privilegios. Su destino, desde que nacen, es vivir una corta vida de maltrato y hacinamiento para después morir con violencia. No merecen ser un elemento secundario de esta discusión, sobre todo cuando su propia existencia depende de ello.
Segundo, es muy bajo utilizar la situación económica de personas menos afortunadas que nosotros y compararse con ellas como pretexto para seguir oprimiendo a otros. Si tienes la oportunidad de elegir qué comer el día de hoy ¿por qué no usar ese privilegio para bien?
Por: Blanka Alfaro