Cristóbal León Campos*
I
Prometemos e incumplimos y cuando de nuestras vidas se aparta quien en la espera quedó, nos atrevemos a preguntar con tono desconcertado qué fue lo que ocurrió, a todas luces, dejamos de cultivar la amistad o el amor y para cuando intentamos reaccionar, el viento junto al tiempo, se han llevado a otra orilla la hojarasca del árbol del afecto. A diario perdemos instantes tan simples pero imperecederos a la hora del recuento de los daños. Somos inconscientes de lo simple que es la felicidad, la excusamos entre vanas materialidades y absurdas actitudes, lo real es que nada es eterno, cuando dejamos que al abono que nutre la raíz de nuestras relaciones humanas reseque antes de haber alimentado cualquier tipo de sentimiento.
No poseemos en realidad nada, sólo estamos constituidos de historias personales, de ellas forjamos nuestros actos, nada es casual, a cada acción viene una reacción y, si esto es una ley en la física, también lo es en la vida. No flagelemos el pudor cuando nosotros abrimos el sendero del olvido, la hojarasca, como el ser humano, se compone de pequeñas partes que juntas forman el árbol de la vida. Lejos de mitologías creo en la ceniza.
II
El 14 de febrero se ha convertido desde tiempo atrás, en la fecha destinada para la celebración y conmemoración del amor y la amistad, así lo reflejan los aparadores de los centros comerciales, los medios de comunicación y la tradición instituida como formalidad al establecer en tiempos modernos una relación sentimental. La mercantilización del sentimiento ha ido convirtiendo como un hecho obligatorio consumir como sinónimo de amor. De esta forma, el regalar no se mide en términos de la cantidad de afecto, sino en términos del gasto realizado, mientras más se invierte más se ama, dice la máxima del consumo afectivo de esta fecha. Esto es una verdad aceptada en muchos sentidos.
III
El amor tiene diferentes expresiones, el amor de una pareja de amantes, el amor de los padres a sus hijos y viceversa, el amor que muchos hombres y mujeres han tenido por la humanidad en su sentido más amplio. Un ejemplo de este último tipo de amor, es el que el pedagogo Eduardo Urzaiz Rodríguez narra en su obra La familia, cruz del apóstol, cuyo actor principal es el prócer cubano José Martí. El ensayo analiza mediante escritos y cartas los sentimientos, las pasiones y las contradicciones que Martí, experimentó a lo largo de su vida en relación a sus familiares. Decidido como siempre fue, Martí sorteó una serie de sentimientos que tuvo que enfrentar en su afán de liberar su patria del colonialismo español. Así, Urzaiz Rodríguez, expone la condición apostólica del autor de los Versos Sencillos, en su alejamiento familiar, y no es que Martí no haya amado a su familia, sino que el amor por la humanidad, por la libertad del oprimido, lo llevó a tener que alejarse de sus seres queridos. Este alejamiento fue físico, sus escritos reflejan el dolor que experimentaba en cada ocasión en que partía o conocía algún acontecimiento familiar del cual estuvo ausente. Martí es síntesis del amor a la humanidad, sin hacer mito al prócer, es verdad que ofrendó su vida por la causa independentista de Cuba, causa que le motivó desde su juventud, y que lo consagró como “el más universal de los cubanos”.
IV
Ernesto Guevara de la Serna y Nilda (Tita) Infante sostuvieron desde sus años de estudiantes en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, una relación de estrecha amistad que data desde 1947. Amigos y confidentes, Tita conoció a Ernesto antes de ser el “Che” y, a través de su relación epistolar, es posible conocer esos sentimientos y el grado de confianza que ambos se profesaron. En sus cartas el Che se muestra sin sutilezas, son documentos íntimos, que revelan la conformación de su carácter revolucionario y sus diversos puntos de vista, desarrollados en sus viajes por Latinoamérica. Por su parte, Tita, un poco más tímida, le confía a Ernesto sus mayores temores, sus dolores y esa búsqueda permanente de la felicidad que todo ser humano realiza. Dos escritos en particular sobresalen de esa vasta correspondencia, ambos llenos de amor, de una pasión inusitada de una mujer que, a decir de Ernesto Guevara Lynch (padre del Che), posiblemente estuvo siempre enamorada de su confidente epistolar.
El primero fue escrito el 9 de diciembre de 1956, al producirse la derrota del Ejército Rebelde en Alegría de Pío, en Cuba, noticia que se difundió ampliamente en el mundo, anunciando la muerte de todos los dirigentes del movimiento 26 de Julio. Ante esta noticia, Tita escribió una hermosa carta de despedida, conmovedora de principio a fin, donde deja ver no sólo su dolor, ante todo, su deseo de que el anuncio de la muerte de su amigo sea falso en su totalidad. Entre las líneas de esa carta puede leerse lo siguiente: “Pero, no sé por qué, le escribo en la certeza de que Ud. No ha muerto, que es mentira, que no puede ser, que es falso […] ¿Le escribo a usted? Sí, Ernesto, sé que usted está aún entre nosotros, sé que algún día en alguna parte podré verlo aún o, al menos, que podré enviarle estas líneas a algún lugar del mundo”.
El segundo escrito tuvo lugar un año después de conocer la caída en combate del Che en Bolivia. Lo realizó a solicitud de una editorial argentina que editó Testimonio Argentino, en el cual, se evoca la figura del Che. Una sentida nota biográfica de los años juveniles de quien entrara a la eternidad de forma heroica. Tita revela pasajes de una vida juntos, unidos por la esperanza y la utopía reflejada en una profunda amistad. Del texto podemos extraer unas partes ejemplares que revelan esta relación y rasgos de Ernesto que lo definieron posteriormente: “Nos unía mucha confianza y una gran intimidad, lo que nos permitió siempre confiarnos accidentes felices o desgraciados de nuestras vidas personales. Sin embargo, por ese tímido pudor que le caracterizaba, podíamos contarnos tanto sin necesidad de hablar demasiado”. “Cultivaba –Ernesto– la amistad con dedicación y esmero, nutriéndola de su hondo sentido humano. Para él la amistad imponía deberes sagrados y otorgaba iguales derechos. Practicaba unos y otros. Pedía con la misma naturalidad con que daba. Y esto en todos los órdenes de la vida”. A raíz de la muerte del Che, Tita, simplemente, no pudo seguir viviendo tras la pérdida del ser que amó platónicamente desde su juventud.
V
El poeta que no habla de esperanza como utopía, no habla de la vida, habla de pureza, sí, pureza, esa rara idea abstraída de las academias moralizadas y pretendidas hegemónicas, que dictan las buenas formas de escribir sin decir más allá de la nada. La locura es un hábito en la poesía, tienen cierto romance, unas veces sutil y otras tantas veces abierto y poco pudoroso. Cante la poesía para la esperanza, para el amor y la locura, sean los poetas impuros transgresores de la moralidad, la académica y la hegemonía.
Tírese todo lo sabido hasta hoy, constrúyase un nuevo saber, mirando desde abajo. Demos vuelta a la interpretación de la sociedad, pongamos de cabeza lo instituido y renovemos la ilusión creadora que tiene desde su origen la palabra. Devolvámosle su sentido emancipador a las letras y a la palabra su sentido humano.
VI
Palabra, pobreza y ceniza, tres grandes enunciados de pocas letras. ¿Quién se atreve a mirarlas de frente y seducirlas? ¿Dónde queda el pudor si la ceniza nos habla? ¿Qué hacer con la pobreza si se nos olvida que es más que una palabra? ¿Será tan pobre la memoria que ni cenizas vemos de la palabra? No me atrevo a responder, prefiero pensar, que dejaremos de escribir pobreza, cuando de las cenizas surja la palabra.
*Integrante del Colectivo
Disyuntivas