Opinión

Una historia sobre la guerra extractivista y la irrupción progresista... neoliberal

Ricardo Andrade Jardí

Hay veces que los sueños se vuelven pesadillas y las utopías se revelan como la distopia que es el Estado burgués capitalista. La llegada de los gobiernos progresistas en nuestra América en la década pasada al Sur del continente y más tardíamente al Norte del mismo conviene entenderla también desde la crisis civilizatoria del capitalismo extractivista. Una historia que pudo ser. Pero que en realidad ocultaba el verdadero rostro del capitalismo. A punto del estallido social, luego de los saqueos de la ola neoliberal en los años 90, llegan al poder con las mismas reglas de la democracia burguesa y el consenso de Washington una serie de gobiernos denominados y autoproclamados como “progresistas”, que si bien ofertaron un discurso popular, en oposición al neoliberalismo que tanto había maltratado y abandonado a inmensas mayorías de la sociedad, que si bien implementaron una serie de programas sociales con mayor o menor éxito, mismos que el neoliberalismo había erradicado o nulificado y con los que pretendían o pretenden, como alguna vez declaró el ex presidente de Brasil Lula Da Silva: “llevar un plato de sopa a la boca de los pobres”, aunque estos proyectos o programas sociales en el fondo, siempre o en la mayoría de los casos, fueron en realidad en beneficio de grandes empresas capitalistas, de lo cual da cuenta la hipoteca que algunos de estos gobiernos contrataron ofreciendo la soberanía territorial a grandes empresas del mal. Y si bien “llevar ese plato de sopa a los pobres” funcionó, por un tiempo, la conciliación de clases que los progresismos han pretendido ensalzó y preparó, desde la sombra, los fascismos con los que hoy se vota a Bolsonaro y se mata a pueblos originarios, de la mano de las mal llamadas clases medias, que como en Bolivia se suman o simpatizan con el golpe cívico-militar, con toda la carga de racismo que hoy regresa a Bolivia a los tiempos más oscuros de su historia, pues las oligarquías no dejaron nunca de ser poder de facto y sobre todo de recibir beneficios, públicos y ocultos, por parte de los gobiernos progresistas.

La burguesía, nunca demócrata, a través de sus masivos medios de desinformación, fomentaron durante los años del pretendido progresismo, los odios de clase, que el progresismo pretendió reconciliar bajo la falacia de que se puede impulsar un capitalismo “buena onda”, al tiempo que desde las tribunas políticas los progresistas y sus fanatizadas huestes, a coro con las oligarquías, se ocuparon de volver enemigos de sus evangélicos gobiernos a las resistencias que vieron y ven la tormenta extractivista que se esconde detrás de la mentira de que el desarrollismo es progreso en beneficio de los más desposeídos.

Así, el progresismo latinoamericano del siglo XXI, tal vez sin quererlo, se ha convertido, en la práctica, en una estrategia del extractivismo para controlar: “en nombre de la patria y del pueblo bueno”, el pensamiento, al tiempo que se desarticularon y se desarticulan, en su mayoría, las oposiciones electorales de izquierda, que una vez en el poder perdieron toda su capacidad crítica, si es que alguna vez la tuvieron, y se convirtieron en el instrumento corporativo de la justificación irracional. Haciendo de su enemigo no al capitalismo, que nos oprime a todas y todos, sino para emprender una falsa cruzada contra quienes históricamente de han opuesto y resistido al extractivismo, a la destrucción de naturaleza y vida, pues se niegan a la muerte que es a fín de cuentas lo único que en verdad puede ofrecer el capitalismo por más que la hidra se disfrace de progresismo o se tilden de socialismo (neoliberal) con toda la contradicción que supone en sí misma la falsa idea que se puede impulsar el beneficio social en una individualista y rapaz economía de libre mercado.

Y mientras el proletariado extraviado entre sus verdades absolutas y su falta de memoria se degüella entre fanatismos y odios de clase, la pesadilla extractivista bate sus tambores de guerra y nos impone el Plan Puebla Panamá, allá arriba brindan y celebran las mascaradas de su destructiva victoria.