Opinión

Karaoke

Iván de la Nuez

El mundo se ha convertido en un karaoke gigantesco. Todo es cuestión de llegar, agarrar el micrófono y empezar nuestra imitación, siempre caricaturesca, de la canción original que aparece en la pantalla.

Cuando esto pasa en una fiebre del sábado por la noche -en la que nos convertimos en Travoltas por un día-, estamos hablando de una diversión. Pero cuando se convierte en una manera de estar en el mundo cada día de nuestra vida, el asunto empieza a ser preocupante.

Pensemos en la política. Basta que Donald Trump, por ejemplo, entone su canción para que de repente salten a escena otros líderes o aspirantes a líderes, micrófono en mano, soltando su imitación. Ahí tenemos el desfile de los Bolsonaro por Brasil, o los Duterte por Filipinas, o los Orbán por Hungría, o los Salvini por Italia.

Pensemos en Madonna o Michael Jackson: ¿Cuántas estrellas no se han encumbrado cantando una y otra vez sus piezas originales, convertidas en copias menguadas del original?

¿Alguien puede contar con exactitud la cantidad de imitadores de García Márquez que sucedieron al Boom latinoamericano con un catálogo insufrible de mujeres volando mientras tendían la ropa, dictadores pintorescos, recetas de cocina o sublimaciones rurales?

El caso es que hoy vamos cantando canciones ajenas, una y otra vez, sin aportar nada nuevo. Manteniendo el círculo vicioso de una sociedad que lo masifica todo mientras arrasa, por igual, al individualismo y a la sociedad.

Todo es noticia, así que nada es noticia, pues los quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol se han convertido en una eternidad. La fama dura lo que dura un click, por eso hay que seguir cantando, seguir insistiendo, seguir copiando. Y es que, en definitiva, la frecuencia constante que demanda esta época no deja posibilidad alguna de originalidad. Nadie es original sesenta veces al día. El lema es estar, no la calidad de ese estar. En esta época, la reiteración no es sinónimo de aburrimiento.

Y así seguimos, inagotables, cantando al compás de una música ajena a la que aportamos nuestros “gallos” o nuestra voz impostada o nuestro disparate.

Al final, desafinar será nuestra mayor aportación a esta cultura.