Opinión

El delincuente… elige ser delincuente

Ariel Juárez García

Elegir, esa es la palabra clave. “El delito es la carrera más elegida por jóvenes urbanos que aspiran a algo mejor”, se leía en el titular de un periódico británico.

Por haber sido dotados de libre albedrío, los seres humanos tienen la capacidad de elegir qué camino tomar en la vida, aun en las circunstancias más difíciles. Pero… ¿Es el delito la única opción que tienen algunas personas para sobrevivir en este mundo tan complejo y adverso?

Al principio muchas personas ven el delito casi como una reacción humana normal, por no decir justificable, ante la miseria absoluta, la inestabilidad y la desesperación en la que han estado sumidos los delincuentes. No obstante, después de estudiar el tema en profundidad, han cambiado de opinión.

“El delito lo causan los delincuentes, no los malos vecindarios ni los malos padres... ni el desempleo. Su origen reside en la mente de los individuos y no en las condiciones sociales”, señala el doctor Stanton E. Samenow en su libro Inside the Criminal Mind (La mente criminal).

“Los delincuentes son lo que son por elección propia –dice Samenow–. El delito... es ‘causado’ por la forma de pensar del sujeto y no por el ambiente que lo rodea.” Y añade: “La conducta es principalmente el resultado del pensamiento. Todo acto va precedido, acompañado y seguido del pensamiento”. La conclusión del doctor Stanton fue que, más que víctimas, los delincuentes “son victimarios que han elegido libremente su modo de vivir”.

“Los estudios indican que la mayoría de los delincuentes reincidentes seguirán causando daño aun después de salir de la cárcel y que los costos, incluidos los que no se pueden calcular monetariamente, seguirán siendo astronómicos”, concluye.

Por otra parte, la impunidad de los delitos envía a los delincuentes un mensaje equivocado: que el crimen sí paga; esto los estimula a proseguir sus actividades con más osadía. Como escribió un antiguo rey: “Por cuanto la sentencia contra una obra mala no se ha ejecutado velozmente, por eso el corazón de los hijos de los hombres ha quedado plenamente resuelto en ellos a hacer lo malo”.

Sea donde sea que uno viva, parece que cada día se cometen delitos más atroces. Es lógico, pues, que surjan preguntas, como: ¿Son efectivos los métodos aplicados por las autoridades, como sanciones más severas, penas privativas de la libertad, etc.? ¿Reforman las cárceles a los malhechores? Y más importante aún, ¿está la sociedad atacando la raíz del problema?

Refiriéndose a las medidas que se adoptan con el fin de contener la delincuencia, el autor arriba citado escribió: “Tras su paso por la cárcel, el delincuente tal vez sea más astuto y más cauto, pero no deja de aprovecharse de otros ni de cometer fechorías. Los índices de reincidencia sólo reflejan el número de los que no han sido lo bastante cuidadosos para evitar que los capturen otra vez”.

En otro capítulo afirma: “La cárcel no cambia los rasgos básicos de la personalidad del delincuente. Sea que esté en la calle o en prisión, hace contactos, aprende nuevos trucos del oficio y enseña a otros algunos de su propia cosecha”. En este sentido, un joven dijo: “En la cárcel he aprobado todas las asignaturas necesarias para ser profesor de delincuencia”.

“Las cárceles son escuelas de delincuencia”, escribió el catedrático John Braithwaite en la revista de Derecho UCLA Law Review. En un capítulo de su libro Inside the Criminal Mind, el doctor Stanton E. Samenow dice que “la mayoría de los delincuentes aprenden por experiencia”, pero no las cosas que la sociedad desea que aprendan. Y continúa: “En la cárcel tienen tiempo y oportunidades de sobra para superarse como delincuentes... De hecho, algunos alcanzan gran éxito, pues se meten de lleno en el mundo del hampa al tiempo que evitan astutamente que los atrapen”.

En efecto, las cárceles suelen convertirse en “escuelas de etiqueta” donde, sin proponérselo, se ayuda al malhechor a refinar su comportamiento antisocial.

Hoy día se reconoce que hay millones de personas que luchan a diario contra la injusticia social y la pobreza o viven en familias disfuncionales y que… han utilizado su libre albedrío para elegir un mejor camino en la vida, aun en las circunstancias más difíciles,… sin convertirse en delincuentes.