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Opinión

El miedo

Ivi May Dzib

Y te despiertas con los titulares llenos de nota roja, vas hacia la cocina para empezar la jornada, el desayuno, abres el refrigerador sacas la caja de leche, te retractas, la vuelves a guardar. Sacas todo lo necesario para prepararte una torta de jamón de pavo, entonces recuerdas que el jamón de pavo no está hecho de pavo, que son restos de pollo y almidón, piensas a qué sabrá el jamón de pavo, ese que estaría hecho de pavo, a lo mejor igual, porque hemos perfeccionando la habilidad de recrear todo desde el artificio. Recuerdas entonces tu oficio. Tan cercano una palabra de otra. Todo tiene que arruinarse, desde que inicia el día nos vamos enterando que nos están matando y que poco podemos hacer para evitarlo. Abres el refrigerador, aunque sabes perfectamente que es muy temprano para tomar cerveza. Sacas del refri las dos últimas latas del six pack y te lamentas por esos anillos de plástico que unen a las seis latas y que terminarán en el mar, te sientes un poco culpable por el destino de la vida marina y, de paso, por el destino de la humanidad y del planeta. De alguna manera han terminado por arruinar todo, piensa, ni una cerveza puede tomarse a gusto. Siempre la culpa y el miedo tomándose de la mano.

Te metes a bañar con un par de cervezas encima, nadie lo notará, estás seguro de eso, y mientras el agua cae sobre tu cuerpo piensas en el momento en que todo acabará, porque de alguna manera al planeta le queda cosa de nada y tu ahí con un trabajo que no ayuda a nadie, mucho menos a aquéllos que se la están pasando mal, piensas entonces que tendrías que ser parte de la solución y de involucrarte de manera activa. Pero no eres capaz siquiera de dejar de tirar tanta agua cuando te bañas, como si el mundo no la necesitara, entonces te dices que nada servirá ser parte activa si ya no hay solución para lo que está pasando. Y toda esta culpa, este enojo, esta violencia en todos los sentidos, va sucediendo en tu cabeza cuando ni siquiera has puesto un pie fuera de tu casa.

Piensas en todo lo que contamina tu coche y los otros coches que están recorriendo ahora las calles, te das cuenta que eres parte activa de la destrucción y ya no tienes más remedio que dejar de sentirte mal, al menos intentarlo, porque si no lo haces a mitad del día, ya te habrá dado una embolia. Ves por las calles a mucha gente con cubrebocas, como si se hubieran puesto de acuerdo para llevarlo, como si fueran parte de un plan y tú estuvieras excluido. Dejaste de usar el teléfono porque te habías asqueado de no dejar de leer noticias en el que te hacían ver que todo se estaba yendo al carajo. Te empiezas a marear, sientes un poco de fiebre, te bajas antes de llegar a tu trabajo y para estar al día compras un periódico, pero bastó con leer las portadas de los demás para saber de qué iba la cosa. El del estanquillo despachaba con un cubrebocas como si eso lo pusiera a salvo. Entonces piensas que estás teniendo ahora mismo todos los síntomas de la enfermedad y que te vas a morir. No han dado siquiera las 7 de la mañana y sientes que ya perdiste la batalla con la vida. Tu cuerpo está muy débil, sientes que no vale la pena pelear porque la muerte te puede atacar por muchos frentes.

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