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Opinión

Los cien años de Federico Fellini

Víctor Flores Olea

Si quisiéramos verdaderamente acercarnos a la fantasía creadora de Fellini, deberíamos pensar en una serie de imágenes contradictorias que, a pesar de todo, se satisfacen plenamente unas a otras. Al centro, en el plano en que las hemos colocado, veríamos un horizonte pleno de las filigranas de su mundo simbólico, el director de films tiene ya entre las manos un lienzo similar al que le dedicó L’Osservatore Romano el 19 de enero último, a los cien años de su nacimiento. El director del diario de la Santa Sede, Andrea Monda, seguía el hilo que un Laudato sí, y la Strada, en tanto que otro comentarista valoraba el fondo de la obra de Fellini llamándola emblemática y sorpresivamente, por lo que tiene de realidad y de sueño, “Fellini o de la vida eterna”.

Mientras tanto, la “Rivista del Cinematografo” pediría a Federico, sin perder un milímetro de dignidad y seriedad, una sonrisa espontánea, evocando las mismas páginas publicadas inmediatamente después del estreno de La Dolce Vita, en el “L’Osservatore Romano”, ya que seguramente recordaría la fría condena de sesenta años atrás con un lapidario “Basta”, mientras otro artículo hacía el contrario del film con otro lapidario “La maldita vida”.

A Federico le vendría espontáneamente un sonrisa porque recordaría las condenas sulfurosas de sesenta años atrás junto al ¡basta!, mientras otro artículo, en las mismas páginas, se pronunciaba mucho más suavemente diciendo que “la vida era la maldita”, y que de ninguna manera era “Dolce”. Y esto debe hacerse ahora, cuanto antes.

De un lado, la opinión de un espectador ingenuo y espontáneo, para quien el mundo sería sencillamente, de un lado, una especie de “galería negra”, o que otros interpretan como una crisis de valores y, más personalmente, como revelación de la podredumbre del mundo, lo que lograría La Doce Vita: superficialidad, vanidad, vicio, banalidad, hasta la tentación al suicidio. Solamente me propondría presentar la idea a través de un ejemplo, el film “Il Bidone”. En la película tres personajes se han disfrazado de sacerdotes que pasean por la campiña romana engañando, haciendo trampa y pequeños hurtos. Esta película marca el principio de las incursiones de Fellini en el mundo eclesiástico, y estos contactos revelan el vacío, la soledad, la insatisfacción de estas vidas sin principios ni fines, huecas por dentro y por fuera.

Federico Fellini no fue un estudiante excepcional, fue a dar a un internado del cual ha narrado dos fugas, en una de las cuales casi se enrola en un circo. En su juventud, que pasó en Florencia, aprendió las técnicas de la expresión gráfica y del periodismo, dibujante de comics y de historias vía la fotografía; más adelante, en Roma, empezó a colaborar en la creación de algunos guiones cinematográficos junto a Roberto Rossellini. Entre otros títulos aparece en Roma, ciudad abierta (1945), Camarada (1946) y El amor (1948). También colaboró con otros directores como Alberto Lattuada (Luces de Variedades en 1950). Pero su primera película de importancia y en solitario fue El jeque blanco (1951), una cinta ambientada en la fotonovela del mismo nombre que fue protagonizada por Alberto Sordi.

Pero la primera cinta realmente importante que elaboró Fellini fue Los inútiles (1953), en la que se dejaban entrever algunos rasgos autobiográficos, y con la que inició su relación profesional con el músico Nino Rota.

La actriz Giulietta Masina, con quien Fellini se casó en 1943, se convirtió en su musa absoluta y, en consecuencia, en la protagonista de muchos de sus proyectos. Entre ellos La Strada, con la que ganó un Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. En 1956, Fellini volvería a conquistar la estatuilla con Las noches de Cabiria. Pero a nivel de taquilla posiblemente aquella película que más fama le aportó fue La dolce vita, la que además fue protagonizada por el que se convertiría en su actor fetiche, Marcello Mastroianni. Precisamente con él realizó otra de sus obras maestras, Ocho y Medio, película basada en sus experiencias de juventud y con la cual iniciaría su mejor etapa en el mundo del cine.

El imaginativo universo de Fellini se vio reflejado en otras de sus muchas películas, como Julieta de los espíritus, Roma y Amarcord. Pero ya en los 80, el interés hacia la obra de Fellini probablemente comenzó a decrecer, aunque su estilo de trabajo no cambió, lo que a veces hizo que sus proyectos no salieran como él esperaba.

Así, tras La ciudad de las mujeres, Y la nave va, Ginger y Fred, Entrevista y Voz de Luna, Federico se alejó de las pantallas. El cineasta, un genio en su campo, falleció en Roma en octubre de 1993 a la edad de 73 años.

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