Opinión

El shock, el virus, el extractivismo y la autogestión

Ricardo Andrade Jardí

En algún lugar de “El Capital”, escribió Marx, palabras más palabras menos, que “las crisis lejos de acabar con el capital reconfiguran su capacidad de producción volviendo más violenta la explotación.”

Hace tiempo que se anunciaba la violencia de la tormenta extractivista que vendría y nos mostraría el rostro de la crisis del capitalismo.

Una crisis que, sin dejar de ser, por supuesto, económica y de reajuste cíclico de la geopolítica del mercado, es más bien cultural, una crisis sobretodo y fundamentalmente: civilizatoria.

Nada mejor para el capitalismo que la aparición de un virus mortal que obliga a desarticularnos.

El coronavirus abrió las puertas para la implementación de la doctrina del shock en su fase más violenta, casi distópica, mostrando su capacidad para intentar contener, dominar y extinguir el fuego transformador que en los últimos meses sacó a los chalecos amarillos a las calles de París; que nos asombró con la rebeldía de la sociedad surcoreana; que inundó como nunca antes en la historia las avenidas y las plazas con la rabia del ¡ya basta! de las mujeres en todos los confines del mundo. Que nos ha dejado entender que Chile fue la cuna del neoliberalismo en América, pero también será, tarde o temprano, la tumba del mismo, al tiempo que sonaron por todo el planeta las ancestrales y nuevas resistencias originarias contra los megaproyectos de muerte que pretenden imponer un modelo de desarrollo (del saqueo) que sólo ofrece degradación, destrucción y muerte, por más progresista que se pretenda el disfraz de la hidra.

El coronavirus aparece justo en el momento en que se da el quiebre que pone en duda el pensamiento hegemónico y se dibuja un arcoiris de diversidades posibles para la organización social muy distinto al discurso falaz del “fin de la historia”.

Por un lado, nos llegan las alarmas de amigos/as, compañeras/os y familia en la vieja Europa, haciendo un llamado a no minimizar el asunto del contagio, a prepararnos, en este lado del mundo, para lo que se avecina y a proteger sobre todo la salud de las y los mayores, considerado el grupo social de mayor riesgo. Nos invitan a estar listos a un confinamiento sanitario que por ahora no parece tener fin. Ni amuleto que lo salve.

Pero por otro lado el obligado distanciamiento social, no debe ser un factor de desmovilización como lo pretende el capital, bajo el pretexto del coronavirus, todo momento de repliegue propone un estratégico potencial revolucionario que puede ser canalizado para fortalecer redes de trabajo solidario, para repensar y soñar nuevos mundos, para construir procesos solidarios de apoyo mutuo permanente entre familias, colectivos, redes de producción local, etc.

La cuarentena nos invita también a pensar y pensarnos en la autogestión, a fortalecer el comercio del barrio, el cuidado mutuo de todas y todos hacia las y los individuos de mayor riesgo ante el contagio, a profundizar saberes y conocimiento, a practicar en las ciudades la agroecología urbana que nos re-conecte con la tierra y que pueda, en el futuro próximo, alimentarnos y nos dé algo de autonomía y armas para enfrentar el posible caos que dejará la tormenta del coronavirus y el nuevo orden mundial que se pretende implementar disfrazado de control sanitario para imponer el rescate social de las deudas privadas de las grandes empresas transnacionales.

Nunca como hoy es urgente que utilicemos este encierro del cuerpo para pensarnos y romper con los colonialismos del pensamiento crítico y para impulsar las nuevas subjetividades de lucha y resistencia anticapitalistas, que puedan hacer frente a la imposición opresiva y represiva con el que el nuevo orden mundial intentará imponer sus fascismos sanitarios bajo el pretexto del control del virus.

Que la imposibilidad de nuestras movilidades ante la emergencia sanitaria fortalezcan los afectos y cuidados mutuos de todas y todos, pues la lucha por la vida, en oposición al extractivismo de despojo y muerte, demandará nuestro mayor esfuerzo en los meses posteriores a la cuarentena.