Zheger Hay Harb
Mérida ofrece siempre ese significado antiguo y majestuoso de misterios milenarios que nunca llegan a desentrañarse del todo, que despierta un cierto sentimiento de reverencia por lo que para los profanos apenas se intuye.
No es sólo la imponencia de Chichén Itzá y los innumerables vestigios de ese imperio poderoso y sabio que se encuentran en los pueblos de Yucatán. Es también su gente, con ese hablar dulce y melodioso que conserva la cadencia del antiguo y actual maya que deja entrever que hay algo más, vedado a los profanos, con una dignidad amable y acogedora que reclama respeto por su sabiduría de siglos.
El vestido tradicional, mestizo de tantas culturas, que se lleva con orgullo a pesar de las imposiciones del mercantilismo cada vez más avasallador, sorprende a quienes llegamos a Mérida desde lugares donde los trajes “típicos”, también mestizos, hace tiempo fueron borrados de las costumbres y sólo sirven como elementos folclóricos para ferias.
Mérida brinda regalos insospechados: la visita a sus mercados, la forma como ofrecen las frutas, muchas de ellas desaparecidas en casi todo el Caribe, los ingredientes para sus delicias culinarias que nos entregan medio camino andado a quienes nos atrevemos con sus maravillosos moles, cuyo secreto no alcanzamos a penetrar completamente.
Los mercados de Mérida nos muestran una ciudad con sabor provinciano en medio de la modernidad.
Las noches de serenata en la plaza de Santa Lucía tienen para los colombianos un sentido especial de cercanía por los orígenes comunes de su música y la hermandad del bambuco.
Sus ceibas que por esta época nos reciben florecidas dan un aire majestuoso aún a esas urbanizaciones nuevas con las que se ha ido extendiendo la ciudad y que, si bien no tienen la belleza serena de las construcciones del centro, las de su imperio henequenero y las caribeñas de mitad de siglo, ofrecen esas sutiles y danzarinas flores como prueba de que en Mérida todo tiene encanto.
Pero la ciudad tiene especialmente un tesoro oculto, valioso por lo raro, podría decirse que exclusivo: una ventana a la libertad de expresión y pensamiento, los diarios POR ESTO! Muchos hemos encontrado en sus páginas la posibilidad de hablar con la libertad que en otros espacios se nos niega.
En Colombia conocimos a su director Mario Renato Menéndez por allá por los años 60, cuando se atrevió a realizar una entrevista al todavía nuevo Ejército de Liberación Nacional –ELN– que tantas esperanzas despertó en ese entonces. Nadie se había atrevido a esa osadía periodística porque era sabido que las represalias serían graves.
La forma como Mario afrontó la represión inmediata ha creado una hermandad con quienes participamos de esas ilusiones libertarias. Es una verdadera fortuna que persista en esa quijotada.
Para él, su esposa Alicia que tanto empeño dedica al periódico y a Alicita que ahora asume junto con su padre la conducción de esa casa común a todos, mi reconocimiento y felicitación fraternal.
Estos tiempos de pandemia nos han obligado a posponer el encuentro anual en que festejamos nuestra dicha de pertenecer a la familia POR ESTO!, pero no es más que un compás de espera que deseamos corto. Estoy segura de que Mérida será de las primeras ciudades mexicanas en superar esta calamidad. Como nos decían los yucatecos cuando en 1985 nos estremeció el terremoto en Ciudad de México: cuando se acabe el mundo me voy a Mérida, para remarcar su invariable serenidad. Tampoco esta vez se acabará el mundo, afortunadamente, y esta ciudad amable estará como siempre abrazándonos con su afecto.