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Claudia Sheinbaum ofrece perdón al pueblo Yaqui: "Es importante para que nos escuchen"

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Opinión

María Teresa Jardí

Tomo el título de mi colaboración del Facebook de la Dra. Alejandra Quintanilla, quien nos hace saber que es un comentario de Kitty O’Meara, que dice lo siguiente:

“Y la gente se quedó en casa. Y leía libros y escuchaba. Y descansaba y hacía ejercicio. Y creaba arte y jugaba. Y aprendía nuevas formas de ser, de estar quieto. Y se detenía. Y escuchaba más profundamente. Algunos meditaban. Algunos rezaban. Algunos bailaban. Algunos hallaron sus sombras. Y la gente empezó a pensar de forma diferente. Y la gente sanó. Y, en ausencia de personas que viven en la ignorancia y el peligro, sin sentido y sin corazón, la Tierra comenzó a sanar. Y cuando pasó el peligro, y la gente se unió de nuevo, lamentaron sus pérdidas, tomaron nuevas decisiones, soñaron nuevas imágenes, crearon nuevas formas de vivir y curaron la Tierra por completo, tal y como ellos habían sido curados”.

Y pienso, mientras lo leo, que el instinto de conservación de los pueblos es innato. Y llego a la conclusión de que hoy Trump es aún más odiado que ayer y Felipe, que como rey, herencia de Franco cobra a los españoles una millonada, descubiertos sus cochupos con el padre delincuente de altos vuelos, es muy probable que caiga y que pasada la crisis el cacerolazo se convierta en música de bienvenida de inicio de la III República.

Las calamidades decididas por los que mandan en el mundo sin que los pueblos les hayamos dado permiso, al punto de conservar al frente de la OEA a un fascista como Luis Almagro, están cambiando una vez más la historia. Y así ha sido como después de cada Edad Media se alza un Renacimiento.

Los dueños de las empresas extractivistas, que son los mismos dueños de las empresas farmacéuticas, productoras de los virus y propagadoras de las enfermedades, están tocados. Criminales que han convertido a las personas en negocio, como venden los televisores que enajenan, tocados por un coronavirus que se les salió de control. Tiempos interesantes y a la vez inquietantes los del inicio de este siglo que pintaba para convertirse en siglo expulsor del animal humano de la Tierra. Siglo destinado, puede ser merced a un virus descontrolado, a dar un giro encaminado a la recuperación del Planeta. Es el momento de los pueblos que o nos salvamos a nosotros mismos o nos acaba la respuesta de la Tierra más enojada que las mujeres que llenas de ira iniciaron esta marcha a otro mundo posible. Y todo parece indicar que así se está entendiendo en países tan afectados como Italia y España. Regreso a la civilización, tomando ejemplo de las jóvenes, diciendo ya basta a los que lo quieren todo para ellos porque envidian hasta la felicidad que da a los pobres el tener en la mesa frijoles y tortillas para dar de comer a los hijos. Por acercar un plato de lentejas a los pobres viene el odio por AMLO, que sienten los fascistas que alberga en su gabinete.

Que no de las contradicciones de los que antes fueron oposición y hoy aceptan la construcción del tren de la ignominia con sus polos de desarrollo. Lo que no puede soportar una Península con un subsuelo lleno de cenotes y de piedras. Una península que por no tener, no tiene ni drenaje profundo. Una península donde se ha permitido la contaminación del agua a los mismos dueños de las empresas globalizadas que tienen a su servicio a los que imponen, de manera ilegítima, como jefes de los países sometidos a sus mandatos. En América hay varios ejemplos al respecto empezando por Trump y siguiendo por Bolsonaro, continuando por la golpista apoderada del Ejecutivo en Bolivia y por el espantajo que anida en El Salvador...

Y cuando no pueden convencer a los legítimos, antes de tumbarlos como hicieron con Lula, les imponen a los poderes tras el trono, como sucede aquí con Alfonso Romo.

Poderes globalizados que mereced al coronavirus se empiezan a identificar por los pueblos como depredadores y productores de muerte.

Poderes con los que podemos acabar si empezamos a ser autosuficientes en materia alimentaria, rompiendo el envenenamiento con el que nos mantienen sometidos.

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