Iván de la Nuez
En medio de las medidas de confinamiento que se van radicalizando en todo el mundo, los animales han comenzado a tomar las ciudades vacías. Empezando por los perros, a los que todavía tenemos permiso para sacar a pasear pese a la reclusión por la pandemia. La cosa, sin embargo, no se detiene en las mascotas domésticas. Animales más salvajes ya empiezan a campar por los espacios urbanos, o por sus costas, aprovechando la ausencia humana en estos predios.
En Venecia, por ejemplo, la ausencia de cruceros ha permitido la entrada de algún delfín sustituyendo a las góndolas. En Barcelona los jabalíes han copado avenidas. En Madrid familias de pavos reales pasean por las calles antes superpobladas de viandantes. En cualquier plaza de cualquier ciudad de cualquier país, las palomas se han adueñado por completo de la situación; desplazándose además hacia los supermercados porque no hay quien les eche pisto o arroz en los parques. (Los mismos que las alimentaban, las personas mayores, son hoy población de alto riesgo o mueren en masa).
En el apogeo de la catástrofe, de los miles de muertos, del abandono de las personas mayores en residencias trampas, el mundo se dobla sobre sí mismo. La circunstancia actual evoca otras pandemias reflejadas por la literatura o la pintura: la peste y la fiebre amarilla, el cólera y la peste bubónica, la locura y el Sida.
El primer signo de un déficit humanitario es, precisamente, este desplazamiento de la condición humana, sea esto lo que sea. Un adelantado de las distopías, como Orwell, ya decía que, más importante que sentirnos vivos, era sentirnos humanos. Aunque no muy humana resulte, a la vista de los acontecimientos, el desmantelamiento de la sanidad pública que ha señoreado la historia reciente y que ahora nos deja con esta alarmante cifra de personas muertas y de animales vivos como una señal estremecedora y vergonzante.
No sabemos cuándo podremos caminar otra vez por las ciudades o navegar por sus orillas con la normalidad con la que ahora la hacen los animales. Pero será más importante que lo hagamos con la dignidad que nos ha faltado hasta ahora. Sea porque nos la han esquilmado, o porque la hemos vendido, alquilado o regalado a postores que ni siquiera eran merecedores de ella.