Opinión

En efecto, AMLO es el Presidente de nuestro país y, para realizar su trabajo con eficiencia, necesita en estos momentos de crisis de la unidad de la sociedad mexicana.

Unidad, sí. Pocas definiciones del Diccionario de la lengua española son más precisas: la unidad es la “propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere”.

Si nos dividimos, esto es, si rompemos la unidad, vamos a perder lo más importante que tenemos: aquello que nos identifica a todos como mexicanos.

Después de décadas de autoritarismo nos costó trabajo llegar a un acuerdo democrático, pero lo logramos: encabeza el Poder Ejecutivo la persona elegida por la mayoría en comicios libres, equitativos, pacíficos y basados en la ley.

‘Comicios’ es una palabra que viene del latín, comitium, que significa “el lugar al que todos van juntos, asamblea” y se relaciona con comes, comitis, “el que va con, compañero”.

Cada mexicana, cada mexicano, todos los hombres de este país, todas las mujeres acudimos en el 2018 a las urnas como compañeros, compañeras. La democracia moderna en países como el nuestro es la asamblea de millones que se reúnen durante todo un día para elegir un gobernante.

Tuvimos opciones y millones de personas elegimos a Andrés Manuel López Obrador como presidente de México.

Todos sus rivales aceptaron la derrota, con ejemplar dignidad el priísta José Antonio Meade, de mala gana el panista Ricardo Anaya, con política corrección el independiente Jaime El Bronco Rodríguez.

Conocíamos el proyecto de gobierno de Andrés Manuel y lo votamos. Tiene el derecho de intentar llevarlo a la práctica. Que a las minorías derrotadas no les guste, se entiende. Si fueran demócratas, sus dirigentes tendrían que esperar para intentar cambiar las cosas a nuevas oportunidades electorales. Desgraciadamente no está ocurriendo así en México. La oposición, apoyada por ciertos medios de comunicación, está yendo más allá de la crítica legítima y democrática.

Desde meses antes de que estallara la crisis del coronavirus, la oposición, sobre todo la del PAN –terminará unido el panismo al partido de Felipe Calderón, México Libre–, bien coordinada con ciertos grupos empresariales sumamente conservadores, acometió contra el presidente AMLO con una campaña de desprestigio basada en mentiras, calumnias e insultos.

Hasta ahí, algo más o menos aceptable en una sociedad plural que, en condiciones de normalidad, tolera esos y otros excesos en el ejercicio de la libertad de expresión.

Las cosas se agravaron con la pandemia. Se han complicado notablemente no sólo por el crecimiento en el número de contagiados y muertos, tampoco nada más por las consecuencias ya durísimas en término de desempleo de la parálisis económica; se han complicado también –y sobre todo– porque se ha ahondado la división entre los mexicanos, algo que podría imposibilitar salir medianamente bien librados del terrible problema causado por el coronavirus.

“Nunca desaproveches una crisis”. ¿La expresión es de Churchill? ¿De Einstein? Mis fuentes de internet no se ponen de acuerdo. La utilizó en el 2009 Hillary Clinton, en Europa, en el contexto de la anterior recesión global. Ella pretendía inspirar a distintos líderes del viejo continente para motivarlos a ver lo bueno de las dificultades económicas, que necesariamente iban a acelerar la implementación de nuevas tecnologías y conducir al mundo a establecer medidas firmes para combatir el cambio climático.

En México, como buitres, los dirigentes de oposición decidieron aprovechar la crisis de la pandemia para subir el tono a su campaña de desprestigio contra el presidente López Obrador. Se escudan en las libertades y aun en el periodismo crítico, pero sin negar que existen personas que cuestionan a la 4T desde la buena fe o desde la objetividad periodística, lo cierto es que la mayoría de quienes participan en la guerra sucia contra Andrés Manuel lo hacen animados por un abierto afán de sembrar condiciones para desestabilizar el gobierno más democrático que hemos tenido en México.

Se vale no estar de acuerdo con el presidente AMLO –yo no lo estoy en el tema de las medidas que ha diseñado para combatir los efectos nocivos de la recesión: personalmente me gustaría que, después de asegurar que nada les faltará a los más pobres, tomara deuda pública para financiar a las pequeñas y medianas empresas e inclusive a algunas grandes compañías que sin un fuerte apoyo no van a sobrevivir–, eso es sano y democrático, pero ir más allá, mentir para desprestigiar al líder de la 4T, dar información falsa sobre la pandemia, inventar ridiculeces como que el IMSS dota a sus médicos de guantes de cocina, presionar a un prudente dirigente empresarial como Carlos Salazar para que hable sobre la revocación del mandato de López Obrador, decir sin ningún fundamento que el número de muertos por el Covid-19 es mayor al dado a conocer por las autoridades, todo esto, especialmente si se le analiza como parte de un mismo proyecto político, puede sin exagerar considerarse parte de un plan golpista.

Andrés Manuel se defiende. Utiliza las conferencias de prensa mañaneras para responder a sus críticos de mala fe. Aclara que simplemente está ejerciendo el mínimo derecho a la réplica. No miente, no tergiversa. Dice las cosas como son. ¿Qué responden sus rivales? Se victimizan, como los editores de El Universal, que presumen de sólo hacer crítica periodística, lo que si fuera cierto merecería aplausos; pero no lo es: el pasado sexenio ocultaron durante mucho tiempo, doy un solo ejemplo, la nota de la casa blanca de la señora Angélica Rivera.

Sólo cuando el gobierno de Peña Nieto decidió que todos los medios entraran a este asunto, El Universal lo hizo. Antes de que se le autorizara a hacerlo, simple y sencillamente no publicó nada sobre el asunto. Las hemerotecas no me dejarán mentir. No debería asombrarles, entonces, a los directivos y propietarios del mencionado periódico que el Presidente de México les diga que juegan en la cancha de la oposición. Si el sexenio pasado hubieran apoyado a las instituciones de la administración pública, lo seguirían haciendo ahora mismo. Pero su apoyo fue a un gobierno, el de EPN, y a un partido, el PRI, en específico. Hoy por hoy, como no les convence –o no les conviene– lo que hace la 4T abren sus páginas no sólo a notas y artículos críticos, sino a verdaderas calumnias como la mencionada de los guantes de limpieza.

Si creemos que el plan de reactivación económica de AMLO no será suficiente para evitar la quiebra de no pocas empresas, debemos decirlo. Pero con argumentos, es decir, sin odio; con razones, no con insultos; con serenidad, esto es, sin sembrar pánico. Y, desde luego, partiendo de lo único que podemos hacer en una democracia: reconocer que la decisión última la tiene el Presidente electo por la mayoría de los mexicanos. Expresemos nuestra inconformidad, pero, por más que nos disguste, apoyemos lo que haga el Presidente de México. Para eso lo elegimos. Si las cosas no salen, insistamos en que se cambien las medidas de reactivación, y nada más. Seguir defendiendo nuestras verdades, pero sin tratar de obligar al gobierno, por medios no democráticos, a que adopte proyectos distintos a los suyos. Esto último es golpismo, algo quizá peor que la propia pandemia.

(SDP Noticias)