Miguel Carbonell
En estas semanas en las que la mayor parte de los tribunales de justicia han permanecido cerrados, nos hemos dado cuenta de lo valiosa que es su tarea y lo importante que resulta, para millones de personas, el poder acudir a una instancia que les permita resolver de la mejor forma.
Una vez que las cosas vuelvan a la normalidad, deberíamos sacar varios aprendizajes en materia de impartición de justicia. No sólo porque se trata de un tema esencial, sino porque es un área del Estado mexicano en la que tenemos demasiadas cosas por mejorar. Hay que decirlo con todas sus letras: la justicia mexicana necesita con urgencia ser modernizada y puesta al día. No es momento de repartir culpas ni de señalar responsables; en realidad, todos hemos descuidado ese sector esencial para el desarrollo del país. Si no tenemos un aparato de justicia moderno, ágil y funcional, va a ser imposible que México salga adelante.
El abogado inglés Richard Susskind, que lleva décadas analizando el desarrollo de la profesión jurídica, se pregunta en su más reciente libro si la impartición de justicia es un servicio o es un lugar físico. Es decir, si lo que la gente busca en los juzgados es acudir a un sitio para reunirse con otras personas y desahogar trámites, o si lo que quiere en realidad es que le resuelvan sus problemas. Si lo que se busca es lo segundo, como es evidente, entonces deberíamos diseñar un sistema de justicia que permita atender de manera rápida, eficiente y a bajo costo a las personas.
La solución no consiste solamente, como a veces se suele afirmar de manera muy simplista, en inyectarle más dinero a los Poderes Judiciales, en construir más salas de audiencia o en incrementar el número de juzgados. Aunque algunas de esas medidas pueden ser necesarias, la solución de fondo debe buscarse con el uso de la tecnología.
Debemos comenzar a poner en práctica, sin demora alguna, los juicios en línea y las soluciones basadas en los recursos que nos proporcionan los avances tecnológicos. Es probable que en los próximos meses o incluso años, debamos mantener en alguna proporción las medidas de distanciamiento social para evitar un rebrote de las infecciones por el coronavirus. No será posible seguir impartiendo justicia en lugares abarrotados, en los que es imposible mantener un distanciamiento mínimo con las demás personas. Basta darse una vuelta por cualquier Junta de Conciliación y Arbitraje, o por los juzgados familiares de muchas entidades federativas para ver la enorme acumulación de personas que se produce cotidianamente en su interior. Esa forma de trabajo no es sostenible en el corto plazo.
La alternativa en lo inmediato no es si los tribunales deben permanecer o no cerrados. Deben abrir. Y lo deben hacer de inmediato. Pero no de una forma en la que todos se pongan en riesgo. Se debe trabajar de una forma inteligente y planeada. La Suprema Corte ya ha empezado con sesiones remotas, en las que los Ministros discuten y votan los asuntos desde sus casas. Lo mismo debe aplicarse en todos los tribunales del país, los cuales para empezar deben resolver enseguida todos aquellos asuntos que ya estaban listos para dictar sentencia.
No hay razón alguna para que en el ámbito de la justicia no se utilicen aplicaciones digitales, mensajes de WhatsApp, videollamadas, chats en vivo, etcétera. Imaginemos lo veloces que serían las notificaciones realizadas por WhatsApp o el tiempo que nos podríamos ahorrar si no tuviéramos que desplazarnos hasta el juzgado para desahogar una audiencia.
Las mismas aplicaciones tecnológicas deben ser utilizadas para desahogar procedimientos administrativos seguidos en forma de juicio, tanto ante los órganos autónomos como en las dependencias de la administración pública, a nivel federal y local. No tiene sentido que los interesados tengan que seguir acudiendo a oficinas municipales, estatales o federales, a fiscalías o procuradurías, cuando mucho de lo que hacen se puede llevar a cabo perfectamente de manera remota.