Víctor Flores Olea
En un artículo excepcional, por la calidad de la información y de la interpretación, Ignacio Ramonet ha elaborado probablemente uno de los escritos recientes más completos e iluminados sobre la pandemia del coronavirus. Deseo felicitar profundamente al ensayista y a las publicaciones que lo tomaron, en primer lugar a La Jornada, por supuesto, y a las distintas versiones en español de Le Monde Diplomatique que también lo publican.
En el artículo, en realidad un verdadero ensayo, con el título de La Pandemia y el Sistema-Mundo, Ramonet nos presenta una historia abreviada del surgimiento de la pandemia, de las múltiples advertencias que sobre su aparición hicieron un buen número de organizaciones científicas, organizaciones políticas internacionales, especialistas de reconocida capacidad, medios de difusión de gran prestigio y del retraso y la lentitud con que un gran número de países reaccionó ante las advertencias, con los resultados aterradores que hoy conocemos. Saltan a la vista el caso de los Estados Unidos y el de los principales países de Europa occidental. En cambio, Ramonet elogia a algunos países asiáticos, entre ellos a Singapur y a Corea del Sur. “El planeta descubre estupefacto –nos dice– que no hay comandante a bordo… Desacreditada por su complicidad estructural con las multinacionales farmacéuticas, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha carecido de suficiente autoridad para asumir, como le correspondía, la conducción de la lucha global contra la nueva plaga”.
Y continúa diciéndonos: “Los Gobiernos asisten impotentes a la irrefrenable diseminación por todos los continentes de esta peste nueva (…). Mientras el germen siga presente en algún país, las reinfecciones serán inevitables y cíclicas. Lo más probable es que esta epidemia no logre pararse antes de que el microbio haya contagiado en torno al 60 % de la humanidad”. Se ha calculado, con optimismo, que la confección de la vacuna podría durar, hasta que esté al alcance del conjunto que la requiera, entre 9 y 16 meses. Agrega Ramonet: “Los gritos de agonía de los miles de enfermos muertos por no disponer de camas en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) condenan para largo tiempo a los fanáticos de las privatizaciones, de los recortes y de las políticas de austeridad”. El resultado más obvio de un neoliberalismo a ultranza, que también afectó gravemente a los sistemas de salud.
Por supuesto, es bien conocido que en las redes sociales ha circulado profusamente la tesis y la contratesis de que el coronavirus es un arma biológica que favorece a China o a Estados Unidos. Ramonet es tajante al respecto y menciona, entre otras fuentes, al profesor de la Universidad de Sydney, Edward C. Holmes, que es el mejor experto mundial en el nuevo patógeno y que afirma: “Nuestros análisis demuestran claramente que el SARS-CoV-2 no es una construcción de laboratorio ni un virus deliberadamente manipulado”.
Pero existe un amplio acuerdo entre los investigadores para reconocer que este nuevo germen ha surgido del mismo modo que otros: saltando de un animal a los seres humanos… Murciélagos, pájaros y varios mamíferos (en particular los cerdos) albergan naturalmente múltiples coronavirus. En los humanos hay siete tipos de coronavirus –tres que originan el resfriado común– y otros de aparición reciente, como el SARS-CoV-2. Éste se detectó en el mercado de mariscos de Wuhan, en diciembre de 2019, con el murciélago como “huésped original” y otro animal –aún no identificado– como “huésped intermedio”, desde el cual, después de volverse particularmente peligroso, habría saltado a los humanos. Pero lo que distingue específicamente al SARS-CoV-2 de otros virus asesinos es precisamente su estrategia de irradiación silenciosa. O sea, su capacidad de propagarse sin levantar sospechas, ni siquiera en su propia víctima, por lo menos durante los primeros días del contagio, en los que la persona infectada no presenta algún síntoma de la enfermedad.
Pero el problema es que los contagios pueden ser masivos y simultáneos, hasta el punto de “…colapsar el sistema sanitario de cualquier país por muy desarrollado que sea”. Varios países en el sur de Asia se han convertido en algo así como los paraísos de la cibervigilancia (Corea del Sur, Singapur, Taiwán y China) que implica casi siempre una aplicación digital en nuestro teléfono móvil, con la consecuente invasión en la vida privada y el establecimiento de una hipervigilancia con la inevitable intervención el Estado. “…los Gobiernos –incluso los más democráticos– podrían erigirse en los Big Brother de hoy, no dudando en transgredir sus propias leyes para vigilar mejor a los ciudadanos”, nos dice Ramonet.
“En esta situación, la sospecha y la desconfianza han crecido. Muchos extranjeros o forasteros, o simplemente ancianos enfermos, sospechosos de introducir el virus, han sido discriminados, perseguidos, apedreados, expulsados… Es cierto que las personas mayores constituyen el grupo con mayor índice de mortalidad. Ignoramos por qué. Algunos fanáticos ultraliberales no han tardado en reclamar la eliminación maltusiana de los más débiles”.
Por lo demás, nos dice Ignacio Ramonet, se ha observado con la pandemia una honda “disparidad de salud”, por ejemplo, “en Estados Unidos, en que las minorías, afroestadounidenses o hispanos, sufren efectos de letalidad muy superior a su representación social. En Nueva York, por ejemplo, afroamericanos y latinos suman el 51% de la población, pero acumulan un 62% de los fallecimientos por COVID-19. En Chicago, los afrodescendientes e hispanos son el 30% de la población, pero representan el 72% de los fallecimientos”. Como dijo recientemente el filósofo francés Edgar Morin: “Crear una sociedad auténticamente humana significa oponerse a toda costa a ese darwinismo social”.
Ojalá se busque y se lea el texto original completo de Ignacio Ramonet, altamente ilustrativo y provechoso.