Por Carlos Ramírez
Indicador Político
Todavía no termina de causar sus últimos estragos y ya la pandemia del coronavirus necesita de una perspectiva de salida en el tema menos mencionado y sin duda más importante: el efecto económico y productivo y sus consecuencias en el desarrollo como el nivel de bienestar en los diferentes sectores sociales. El frenón económico y productivo para romper los contactos del virus llevará el PIB de estados y del mundo al nivel negativo que se quiera.
Pero lo que importa es tener un diagnóstico de sus efectos en la planta productiva y el empleo, en la desarticulación de cadenas productivas y en la capacidad de participación de los habitantes del planeta a los beneficios del bienestar. Partimos del hecho que ilustra el cuadro de la economía y el bienestar, dividido en la zona Norte rica que tiene el 80% de la riqueza y el Sur pobre que se reparte el 20% restante.
Mapa tomado de http://trazandocamino.blogspot.com/2018/05/la-desigualdad-norte-sur.html
Por razones de sus desigualdades sociales, los países del Sur contaminan sus estabilidades con la disputa por la riqueza por las vías institucionales o las guerras internas. En México, por ejemplo, el 80% de las personas tiene apenas el 20% de la riqueza, en tanto que el 20% restante acumula el 80% del ingreso. En este nivel de desigualdad, los 15 empresarios más ricos tienen una fortuna personal del alrededor del 12% del PIB.
La desigualdad social actual en las dos zonas económicas del mundo había sido producto de las grandes crisis financieras, económicas y productivas del pasado: el crack de 1929, la salida de la economía de guerra en 1944 con el Acuerdo de Bretton Woods que dio vida al sistema financiero capitalista vigilado por el FMI, la crisis del patrón oro en 1970, la crisis de los precios petroleros de 1973, la crisis de deuda en Iberoamérica en los ochenta, las crisis bursátiles de 1987 a 2004, las crisis en países que tuvieron repercusiones mundiales y el colapso de 2008-2009 y su efecto recesivo por un lustro y ahora la crisis por Covid-19.
Si las crisis son oportunidades, entonces la del virus y su impacto en una recesión brutal de dos dígitos abriría la expectativa para construir el viejo ideal de un nuevo orden económico, financiero y social. Al ser una crisis mundial, por tanto, los daños productivos serán severos en una economía de bloques comerciales y de globalización de plantas productivas. El peor error sería regresar a las economías locales, aunque se tendrá que pasar por esa fase en tanto que cada país buscará el camino más corto para reactivar su economía.
Lo que no debe ocurrir está ocurriendo: la falta de un cuerpo institucional para discutir salidas y reactivaciones. Los organismos financieros fallaron en el funcionamiento de medidas de emergencia, salvo autorizaciones para déficit presupuestales de emergencia. Pero las estrategias de Estado y de mercado apenas podrían reactivar el viejo modelo económico por partes, pues el reinicio productivo será desigual en tanto que en algunas naciones aún no salen de la emergencia sanitaria.
A finales del siglo XX se dio un gran debate en torno al nuevo orden económico mundial, pero los países ricos respondieron con la globalización y el poder ideológico de la Organización Mundial de Comercio. La Unión Europea reacciona en función de sus afiliados, sin preocuparse por los efectos en el funcionamiento del bloque, sobre todo de sus vecinos del Sur africano, árabe y asiático. La salida de los acuerdos de comercio libre ha beneficiado más al bloque europeo que a sus asociados externos. Pero el problema es social, que no resuelven las mallas fronterizas porque los migrantes del Sur las salvan de manera ilegal.
La crisis del coronavirus debe llevar a retomar la reflexión de la igualdad posible con modelos de desarrollo interrelacionados. El problema no radica en la globalización del comercio exterior, sino en la desigualdad de niveles de desarrollo de las naciones por falta de reflexión económica y programas de integración más funcionales.
La oportunidad está planteada por el virus; sin embargo, no se advierten voces intelectuales que insistan en la desigualdad social mundial que provoca el capitalismo internacional. Los espacios de la ONU para debatir el desarrollo son burocráticos, indicativos y carecen de reflexión crítica.
El nuevo orden internacional no resolverá las crisis nacionales, pero sí ayudará a disminuir la distribución mundial del ingreso y la riqueza y aliviar la marginación de miles de millones de seres humanos.
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