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Opinión

El juicio que acabó con la vida de Jesucristo

Ariel Juárez García

La forma en que Jesucristo fue arrestado, enjuiciado y ejecutado, la describen cuatro relatos bíblicos, conocidos como Evangelios. Pocos casos judiciales de la antigüedad han llegado a ser tan famosos como el juicio que acabó con la vida de Jesucristo.

Aunque a las autoridades religiosas judías se les concedía el derecho de administrar justicia entre el pueblo según sus propias leyes, no les confería el derecho legal para ejecutar a los delincuentes. En aquella época, Palestina estaba bajo el dominio del Imperio Romano, por eso los romanos dieron muerte a Jesucristo, aunque fueron los líderes religiosos judíos quienes lo arrestaron porque les incomodaba tanto la predicación de El, que decidieron matarlo. No obstante, trataron de dar una apariencia legal a su ejecución… Un profesor de Derecho que analizó este caso lo describió como “el peor delito del que se tiene constancia en la historia de la jurisprudencia”.

La Ley que Moisés dio al pueblo de Israel ha llegado a conocerse como “el mayor y más avanzado sistema de jurisprudencia nunca antes promulgado”. Sin embargo, para el tiempo de Jesucristo los rabinos legalistas le habían añadido un sinnúmero de reglas orales.

¿Hasta qué grado tuvo el juicio de Jesucristo fundamentos bíblicos y legales?

Tras un análisis cuidadoso del caso, se percibe claramente que desde el inicio de su arresto fue sucediendo un atropello tras otro. Las autoridades judías sencillamente “buscaron de qué manera les sería eficaz deshacerse de El”. Una buena oportunidad para arrestarlo sería de noche “sin que estuviera presente una muchedumbre” (Ver evangelio de Lucas 22:2, 5, 6, 53).

Nunca hubo cargos en su contra. No fue sino hasta que lo detuvieron que los sacerdotes y el Sanedrín –el tribunal supremo judío– se pusieron a buscar testigos, pero ni siquiera hallaron dos que concordaran en su testimonio (Ver evangelio de Mateo 26:59). Legalmente, no correspondía al tribunal buscar testigos… El jurista y escritor A. Taylor Innes comentó: “Celebrar un juicio capital sin especificar con antelación el delito que se le imputa al acusado es una verdadera atrocidad”.

Después de su arresto, la turba llevó a Jesucristo a la casa de Anás, quien había sido sumo sacerdote. Anás comenzó a interrogarlo (Ver evangelio de Lucas 22:54; y evangelio de Juan 18:12, 13). Lo que hizo violaba la ley, pues las acusaciones de un delito castigado con la pena de muerte no debían atenderse de noche, sino de día. Además, cualquier investigación tenía que hacerse en audiencia pública, no a puertas cerradas. Consciente de que tal interrogatorio era ilegal, Jesucristo respondió a Anás: “¿Por qué me interrogas? Interroga a los que han oído lo que les hablé. ¡Mira! Estos saben lo que dije” (Ver evangelio de Juan 18:21). Y es que eran los testigos –no el acusado– quienes se suponía que debían declarar. Con las palabras de Jesucristo, un juez honrado habría entendido que debía seguir el procedimiento correcto, pero ésa no era la intención de Anás.

La respuesta de Jesucristo sólo logró que uno de los oficiales le diera una bofetada, una de tantas agresiones que tuvo que soportar aquella noche (Ver evangelio de Lucas 22:63; y evangelio de Juan 18:22). La ley sobre las ciudades de refugio –registrada en el capítulo 35 del libro bíblico de Números– señala que el acusado tenía derecho a ser protegido mientras no se le declarara culpable. Jesucristo merecía tal protección y nunca se le concedió.

Luego, sus captores lo condujeron a la casa del sumo sacerdote Caifás, donde el juicio ilegal continuó durante la noche (Ver evangelio de Lucas 22:54; y evangelio de Juan 18:24). Allí, por encima de los principios de justicia, los sacerdotes “buscaron testimonio falso contra Jesucristo a fin de darle muerte”. (Ver evangelio de Mateo 26:59; y evangelio de Marcos 14:56-59).

De modo que Caifás lo instigó a hacer algo que lo inculpara preguntándole: “¿No respondes nada? ¿Qué es lo que estos testifican contra ti?” (Ver evangelio de Marcos 14:60)… Taylor Innes, antes citado, afirmó: “Plantearle preguntas al acusado y condenarlo en función de su respuesta constituyó una violación de la justicia formal”.

Finalmente, el sumo sacerdote le preguntó: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?”. A lo que Jesucristo contestó: “Lo soy; y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y viniendo con las nubes del cielo”. Los sacerdotes interpretaron esta respuesta como una blasfemia, y “todos ellos lo condenaron, declarándolo expuesto a muerte” (Ver evangelio de Marcos 14:61-64). La blasfemia consistía en usar de forma impía el nombre divino o en usurpar el poder o la autoridad que pertenece sólo a Dios. Los acusadores de Jesucristo no aportaron ninguna prueba de que El hubiera blasfemado.

De acuerdo con la Ley mosaica, los juicios se debían realizar en público (Deuteronomio 16:18; Rut 4:1). Pero el de Jesús se celebró en secreto. No se le dio la oportunidad de presentar testigos en su defensa. Además, el jurado nunca emitió un veredicto oficial.

Como se dijo antes, parece que los judíos no tenían autoridad para ejecutar a Jesucristo. Por tanto, lo llevaron ante el gobernador romano Poncio Pilato, quien les preguntó: “¿Qué acusación traen contra este hombre?”. Sabiendo que la blasfemia no era un delito en Roma, trataron de que lo condenara sin presentar pruebas. “Si este hombre no fuera delincuente, no te lo habríamos entregado”, replicaron (Ver evangelio de Juan 18:29, 30).

Pilato rechazó tal argumento, lo cual los obligó a fabricar el siguiente cargo: “A este hombre lo hallamos subvirtiendo a nuestra nación, y prohibiendo pagar impuestos a César, y diciendo que El mismo es Cristo, un rey” (Ver evangelio de Lucas 23:2). De modo que cambiaron astutamente la falsa acusación de blasfemia por la de traición.

Jesucristo jamás prohibió pagar impuestos, y los judíos lo sabían. De hecho, El había enseñado lo contrario (Ver evangelio de Mateo 22:15-22). Ahora bien, ¿cómo reaccionó Pilato ante la acusación de que Jesucristo se había hecho rey a sí mismo? Era tan obvio que el acusado no suponía ninguna amenaza para Roma, que declaró: “Yo no hallo en El ninguna falta” (Ver evangelio de Juan 18:38). Pilato sostuvo esa misma postura durante todo el juicio.

Este gobernante romano trató de liberar a Jesucristo valiéndose de la costumbre de soltar a un preso con motivo de la Pascua. No obstante, terminó liberando a Barrabás, quien era culpable de sedición y asesinato (Ver evangelio de Lucas 23:18, 19; y evangelio de Juan 18:39, 40).

En un nuevo intento de liberar a Jesucristo, Pilato ofreció una solución intermedia: mandó que lo sometieran a la flagelación romana y dejó que lo ataviaran de púrpura, le pusieran una corona de espinas, lo golpearan y se mofaran de El. Entonces volvió a declararlo inocente. Fue como si hubiera dicho a los sacerdotes: “Ya estarán satisfechos, ¿verdad?”. Quizás pensó que si veían a Jesucristo flagelado se compadecerían un poco o saciarían su sed de venganza (Ver evangelio de Lucas 23:22). Sin embargo,… no fue así.

“Pilato siguió buscando cómo ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaron, diciendo: ‘Si pones en libertad a éste, no eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César’.” (Ver evangelio de Juan 19:12.) Los gritos de la muchedumbre suponían una amenaza indirecta para Pilato, un chantaje que le infundió miedo. De modo que cedió a la presión e hizo que Jesucristo, un hombre inocente, fuera fijado en un madero de tormento (Ver evangelio de Juan 19:16).

Muchos comentaristas jurídicos que han analizado el relato evangélico del juicio de Jesucristo han llegado a la conclusión de que fue todo un engaño, una pantomima, pues no se hizo verdadera justicia. “Un juicio que iniciara, concluyera y en el que se pronunciara formalmente la condena, entre la medianoche y el mediodía siguiente, se oponía por completo a las reglas de la ley hebrea y a los principios de justicia” –declaró Taylor Innes.

“Todo el proceso estuvo lleno de ilegalidades tan crasas e irregularidades tan flagrantes que el resultado puede considerarse un verdadero asesinato jurídico” –dijo un profesor de Derecho.

Entre las múltiples irregularidades en el juicio de Jesucristo sobresalen las siguientes:

? El tribunal no solicitó argumentos ni testigos a su favor.

? Ninguno de los jueces intentó defenderlo; todos estaban en su contra.

? Los sacerdotes buscaron testigos falsos para condenarlo a muerte.

? El caso se atendió de noche a puertas cerradas.

? El juicio comenzó y terminó el mismo día, en la víspera de una fiesta.

? Antes de su arresto, no existía ninguna denuncia o cargo contra El.

? No se hicieron investigaciones sobre la acusación de blasfemia por llamarse a sí mismo Mesías.

? Al presentar el caso ante Pilato, se cambió la acusación.

? Los cargos eran falsos.

? Pilato lo declaró inocente; aún así, lo mandó ejecutar.

Jesucristo era inocente. Con todo, sabía que la salvación de la humanidad obediente dependía de que entregara su vida en sacrificio (Ver evangelio de Mateo 20:28). Tanto fue su amor por la justicia que se sometió a la injusticia más atroz nunca antes perpetrada. Sí, Jesucristo murió por los pecadores, entre los cuales se cuenta todo aquél que se entere de este juicio. Algo que… jamás se debe olvidar.

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