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Opinión

León García SolerA la Mitad del Foro

Si alguien necesita pruebas del vuelco de 360º que dio el desencuentro del Estado de Derecho al del caos anarquizante, que revise las quejas y acciones de los mexicanos que viven en Ciudad Juárez. Y los recuentos de cadáveres en las tierras del desierto y en el patético sistema de Salud. Aunque cueste trabajo enlazar el intento de debatir la clasificación de feminicidio en las mañaneras del Palacio Nacional, con el de la impunidad ante el drama de jóvenes momificadas cuyo número enlutó al viejo Paso del Norte y escandalizó a los medios de comunicación de la globalidad.

El crimen organizado fija linderos y tiempos, mientras el poder gubernamental desorganizado revive cotidianamente su combate imaginario contra la corrupción del pasado y los daños del neoliberalismo al país que resolvió en las urnas llevar a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República. Ahí rompió el de Tabasco con la visión edénica de la transición democrática que había dado paso a la Derecha extrema y de una inesperada reposición de la Derecha conservadora, la del capitalismo financiero, en el Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. El movimiento de quienes proclaman es un honor estar con Obrador, sumó más de treinta millones de votos en un sistema electoral al que su dirigente y guía calificó de instrumento de la corrupción.

No hubo sorpresa alguna cuando el tres veces candidato asumió el poder y declaró que no había sido una elección sino una revolución la que lo puso al frente de la Cuarta Transformación de la Historia. Nadie pudo ni podría acusar a López Obrador de golpista. Si acaso, los leales seguidores de la bondad cristiana, acudieron al llamado de quien predicara, “por el bien de todos, primero los pobres. Y cuando se añadió la imagen de Lázaro Cárdenas del Río a los tres retratos de Miguel Hidalgo, Benito Juárez y Francisco I. Madero, nadie objetó que la Cuarta Transformación resultara Quinta en espera de la imagen de López Obrador. A alguien se le había olvidado la etapa de la revolución social cardenista que reorientó y consolidó al Estado moderno mexicano.

Ya tenían guía y prócer los que aplaudieron el año cero del calendario al que Porfirio Muños Ledo bautizó en aras del arribo a su propio destino manifiesto al lado de López Obrador. Hay aves que cruzan el pantano... y lo sobrevuelan. Entre los giros y vuelcos de la 4T, Muñoz Ledo no se mareó: Vaya donde fuere y al lado de quien fuera, el verbo tenía el tono y el son de la educación formal y palaciega; a favor o en contra, siempre sostenía las premisas del buen orador; Cicerón en espera de un enviado de Marco Antonio. Secretario del Trabajo con Luis Echeverría, brevemente secretario de Educación con José López Portillo y representante de México ante la ONU, quedó en la imaginaria al asumir la Presidencia Miguel de la Madrid.

No acabó ahí. En San Lázaro alzó la mano y dijo a Miguel de la Madrid: “¡Señor Presidente! Miguel Montes, presidente de la Cámara de Diputados, intervino rápidamente y le recordó que no aceptaba interpelaciones el reglamento. Muñoz Ledo dejó su curul para abandonar el recinto entre insultos y gritos de priístas, uno de los cuales intentó golpearlo y otro hubo que le diera al pasar una patada en la espinilla. No había redes sociales, pero hubo alguno entre los de oposición que proclamara: “¡Porfirio, valiente, callaste al Presidente!” Y el mito se hizo leyenda. Llegó la oposición firme y convencida contra la candidatura de Carlos Salinas. Cuauhtémoc Cárdenas sería candidato a la Presidencia en el 88. Muñoz Ledo al lado del hijo del general. Y éste tuvo el acierto de integrar un partido de oposición que permanecería.

Hasta la hora en que López Obrador decidió dejarlo y con el apoyo del PT iniciar la travesía de quince años. De ahí al milagro de vencer a un PAN desarbolado y a un PRI en espera de resucitar al muerto designando a un candidato ajeno, distante, al partido que nació para entronizar a Miguel Alemán y cincuenta y cinco años después confesaría estar desprestigiado a tal punto que no tenía más opción que postular a quien jamás militara en el tricolor. Y así fue. Y así llegó la hora de la Cuarta Transformación, entre aclamaciones de conservadores y radicales deslumbrados por discursos populares y de entonación religiosa que invocaba a la fraternidad cristiana y llegaría a decirse favorable a la separación de Iglesia y “Gobierno” porque “A Dios lo que es de Díos...”

El problema estaba en separar la voluntad de poder de la voluntad política, en la tarea de gobernar, en la definición clásica de la política como arte de lo real y lo posible. Hay quienes juran que es virtud enorme la de predicar que el bien es de Dios y el mal es del Demonio, que haber transformado en tribuna la conferencia de prensa diaria, utilizar a los asistentes como peticionarios ante la Corte, delegados del pueblo bueno para transmitir el milagro cotidiano de la agenda dispersa y los funcionarios al servicio del titular del Poder Ejecutivo, cortesanos atentos a la voluntad del mando y decisión de un hombre solo, de quien los sube al podio para pedirles cuentas y silenciarlos con la ya afamada frase de “Yo tengo Otras cuentas”.

Cinco meses en el cargo de Presidente de la República. Y la aprobación de sus partidarios, el respaldo firme de su clientela, se mantienen en las alturas según los encuestadores y los augures. A pesar de la terca realidad que se ha empeñado en hundir la economía y alterar el orden de la razón en el manejo de las instituciones que alguna ocasión mandó “al diablo”. Extraño lenguaje el que proclama que es innecesario el crecimiento de la economía y el desarrollo es simulación de los dueños del gran capital, que acumulan éste mientras los del pueblo llano nada reciben y se hunden en la miseria.

Así como todos los días se culpa a quienes lo precedieron en el poder de todos los males que en el mundo han sido, AMLO decreta el final del neoliberalismo. Y no deja de invocarlo como fuente de todo mal. No es cuestión de semántica. Nadie podría negar la responsabilidad de los tecnócratas amparados por el catecismo de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, convencidos de la eficacia del capitalismo financiero para multiplicar utilidades en el mercado global, y ciegos a la incapacidad de ese capitalismo para distribuir la riqueza creada por todos. Sin eliminar los centavos de los de abajo, enviados desde el otro lado del Bravo. Las remesas de dólares, cuyas cuentas presumen y aplauden los de la 4T y así emulan a los reaccionarios, extrañamente llamados conservadores en la era de AMLO.

Esos mexicanos están allá, donde Trump, el amigo de López Obrador, se desploma ante la implacable pandemia del coronavirus. Hay ya más de treinta millones de solicitantes de registro entre los desempleados en el país más rico del mundo. Y cuando se logre contener el mal, las muertes causadas por el virus, en el mundo entero vamos a padecer una recesión, tan grande, tan grave, nos dicen los que saben, como la Gran Depresión de 1929.

No hay medicina. Mucho menos hay todavía una vacuna. Y con millones de enfermos y muertos, asoman los sicofantes, alzan la voz los del coro de aduladores. Nadie podría negar que el sistema de Salud nuestro fue descuidado y explotado hasta afectar a instituciones de Salud que fueron orgullo del sistema político mexicano y reconocidos en el entonces llamado primer mundo. Pero así hayan sido demolidos por la corrupción, se redujeron sus presupuestos hace seis meses, por la Legislatura de la Unión que ahora imita la política de confrontar a la prensa y a los periodistas que ha llevado a Trump al borde del abismo, a verse ante una derrota inesperada en las elecciones presidenciales de 2021.

En México vimos ascender a funcionario ejemplar y expositor incomparable, al doctor Hugo López-Gatell. Las quejas y las denuncias por falta de equipos, de material de seguridad para los trabajadores de la salud, seguían el curso de los usos y costumbres. Cada quien sus cuentas y uno que siempre tendría otras cuentas. Pero al crecer el número de muertos y aproximarnos a la insuficiencia de camas y ventiladores para atender al mal de Covid-19, estallaron actos de protesta y de violencia. Nada alteraba el ritmo de las mañaneras. Por la tarde intervendría el doctor López-Gatell y veríamos el rumbo y formas de las líneas que ascendían hasta aproximarse a la cúspide.

Y de ahí a abandonar el encierro colectivo y volver al trabajo poco a poco. Pero The New York Times, El País, The Washington Post y el Wall Street Journal coincidieron en reportajes que ponían en cuestión los sistemas de cuentas y sobre todo las del número de muertos causados por el Covid-19.

Y el encargado de las cuentas respondió con ataques a los de la “extraña” coincidencia; expuso largamente los argumentos y sistemas empleados a lo largo de la pandemia y la metodología seguida, que exige separar los cadáveres entre muertos certificados como fallecidos por el virus y otros que no se cuentan porque no disponen más que de simples certificados médicos de rigor.

Y ya hay para semanas enteras de combates verbales, de cargos sobre conspiraciones y complots que añadir a las presunciones de amenazas de golpes de Estado “blandos”, para despojar del poder al Presidente legítimo entre los legítimos. Pláticas de sacristías de las que no hay que hacer caso. Hasta que pasen, si iban a pasar. Por ahora, será la prensa, seremos los periodistas, culpables de las malas intenciones y ataques contra el predicador del bien para combatir al mal.

Amén.

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