Gerardo Fernández Casanova
Quiero ser optimista y hasta pecar por ello. Quiero suponer que la pandemia logró cimbrar al mundo para sacudirse de tantos virus que lo aquejan; que la humanidad haya aprendido a distinguir entre la basura que nos agobia y lo válido que ofrece vida; entre el egoísmo ecocida y la solidaridad venturosa. No cabe ser pesimista; sería como aceptar como fatal la degradación y la abolición de la humanidad en la Tierra. Creo que ahora deberá nacer un nuevo mundo posible, no sólo una nueva normalidad.
Pero estoy cierto de que el optimismo requiere de mucho pensamiento para trazar la ruta hacia el nuevo mundo posible. Es la hora de la filosofía y del esfuerzo intelectual colectivo gestor de la nueva cultura; una que aquilate los valores y las virtudes afirmativas de una nueva y mejor realidad, y que sea capaz de socializarlas. Una filosofía capaz de enriquecer el esfuerzo tecnológico para ponerlo al servicio de una sociedad justa y feliz.
Es preciso repensar la cultura, en primerísimo lugar la que se refiere a la relación del individuo con los otros y con la naturaleza; rediseñar las formas de organización de la sociedad, desde la familia hasta la humanidad, pasando por la comunidad y la nación. Es obligado, entonces, concebir nuevas formas de democracia y de libertad, que ya sabemos que no pueden ser únicas sino diferenciadas a cada peculiaridad histórica, incluyendo las religiones.
Ahora caigo en la cuenta de cosas que no alcanzaba a comprender (y aún no alcanzo) producto del pensamiento de sabios de carne y hueso, tan al alcance de la mano como Iván Illich, cuyo Centro Intercultural de Documentación en Cuernavaca, Morelos, gestó un vigoroso movimiento crítico, ampliamente consignado en libros y documentos que hoy, a la luz del derrumbe de la cultura mal llamada occidental, cobran una enorme relevancia, antes limitada al alcance de los eruditos y muy lejos de la sociedad y sus dirigentes. Me atrevo a recomendar la lectura de la Antología Iván Illich. Un humanista Radical, coordinada por Braulio Hornedo Rocha y publicada por Ediciones La Llave. Es un documento para la actualidad. Enrique Dussell es otro gigante a seguir, está muy presente.
Bueno, de todo esto sólo espero que los estudiosos debatan y nos involucren a los que sólo sentimos sin saber, dejo aquí lo esencial y me limito a señalar algunos aspectos de lo accidental como, por ejemplo, el consumo.
En el nuevo mundo posible, el consumo tendrá que retomar su función de satisfactor de necesidades reales, diferente de su concepción como motor del desarrollo y la acumulación del capital. Esta confusión ha derivado en la enajenación cultural y la destrucción de la naturaleza y de la salud humana. Ejemplo suficiente es la propagación de la obesidad y la diabetes, más letales que todos los coronavirus juntos. El esfuerzo tendrá que aplicarse a la correcta relación cualitativa y cuantitativa de la oferta y la demanda de alimentos. El campo debe ser recuperado y repoblado.
La generación del conocimiento, además de multiplicarse, tendrá que identificar y vincular las necesidades reales con los satisfactores idóneos; inventar soluciones que respondan al objetivo del bienestar del pueblo y con su participación. Apunto aquí que el nuevo Consejo de Ciencia y Tecnología está dando importantes pasos en esta ruta, con énfasis en la relación con la naturaleza como madre nutricia de ese bienestar.
Se requiere un nuevo concepto de lo industrial para que sea oferente de satisfactores socialmente válidos, que elimine la imitación consumista y ocupe los recursos humanos y naturales de manera racional. Que el ingenio y la vocación emprendedora encuentre utilidad en negocios que atiendan a este nuevo concepto y contribuyan a su creación.
Andrés Manuel López Obrador se define a sí mismo como un humanista y concibe a la política como el instrumento para lograr el poder de servir a la humanidad y procurar su felicidad; tal es la buscada e inacabada Cuarta Transformación. Hay mucho camino por recorrer y muchas soluciones por inventar para no volver a caer en el error de imitar o asumir soluciones ajenas; abrevar en ideas antes desechadas por contradecir el pensamiento único predominante.
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