Carlos Ramírez
Indicador Político
En el libro VII de La República, Platón utiliza una imagen para ilustrar sus dos mundos: el sensible y el inteligible. Y describe el modelo de la caverna: una persona está atada en una caverna y no puede moverse, pero mirando hacia dentro. Detrás avanza el mundo, pero no lo puede ver en directo, sino por sombras reflejadas en la pared que tiene enfrente; a sus espaldas pasan personas y animales y se reflejan a través de una fogata. En este sentido, la persona atada ve las sombras de la realidad.
Toda crisis política implica, de suyo, en una crisis de comunicación, entendida ésta como las relaciones sociales y de poder. El impacto del coronavirus en la comunicación ha involucrado a gobernantes, políticos y de manera sobresaliente a los medios de comunicación que alimentan la paranoia de una epidemia que ha llevado a la paralización de la vida cotidiana.
No se trata de un fenómeno nuevo. En los hechos, medios y políticos viven fuera de la caverna y el ciudadano está atado mirando de frente la pared que le refleja una realidad no tan real. En los hechos cotidianos los medios se han olvidado de la destinataria de la información: la sociedad. Los analistas y reporteros trabajan para probar sus percepciones, no para explicar comportamientos públicos ni crisis sociales. Por lo tanto, los lectores reaccionan no en función de la comprensión de la realidad, sino de las sombras que ven en la pared que tienen enfrente.
La lectura desde Iberoamérica de los principales diarios y sitios de internet de noticias y análisis de España lleva a mirar una lucha entre un presidente de gobierno que quiere imponer su enfoque de la realidad y medios de comunicación que quieren imponer su enfoque de la realidad. No hay indagación desde lo social, desde la víctima, desde la impotencia ciudadana. Los medios no han logrado reflejar el enojo ciudadano sobre la forma de conducir el poder en una crisis. Pocas investigaciones se han leído sobre la enfermedad, sobre las nuevas relaciones sociales, ahora mismo vemos a ciudadanos a los que no les importa la enfermedad y sólo desean salir a disfrutar la vida en bares y terrazas. La queja de filósofos, politólogos y sociólogos ilustra el tamaño descomunal de la incomprensión ciudadana de una pandemia que ha lastimado personas y familias.
En los EEUU vemos a un Trump desquiciado por mantener el poder y acercarse de manera inevitable a la reelección, con una oposición deslavada, dedicando sus mayores esfuerzos a tapar los abusos sexuales de su candidato Biden. Pero no tenemos indagaciones de la pandemia en zonas pobres, en hacinamientos de migrantes detenidos, en cárceles, de los efectos morales en comunidades religiosas, de lo que siente el estadounidense común ante una enfermedad que lo puede matar de forma radical.
En México tenemos medios confrontados con el enfoque unilateral del presidente López Obrador. De la noticia los medios saltan a la opinión crítica, sin pasar por los géneros periodísticos explicativos, indagatorios, exploratorios. Cada desliz del presidente es multiplicado en medios. Del lado gubernamental hay sólo dos voces: la del presidente y la del subsecretario de Salud como vocero de la pandemia. En medio no hay más explicaciones que las oficiales y los medios no hacen sus propias investigaciones, sino que se dedican con facilidad a desvirtuar y desprestigiar las versiones oficiales sólo con opiniones críticas. El debate reciente fue la acusación de El País, el The New York Times y el The Wall Street Journal de que las cifras oficiales estaban manipuladas hacia la baja, pero la respuesta mediática fue criticar al presidente y al vocero, pero sin realizar indagatorias en hospitales, funerarias o crematorios para probar o desmentir dichos de los medios extranjeros. Del yo debo indagar al simple no te creo.
En los últimos días se introdujo un factor inesperado que movió los escenarios: en una de las semanas más críticas para el presidente López Obrador por errores, falsas percepciones y deslices verbales y en medio de una ola de críticas y hasta de burlas, las encuestas registraron un repunte en la aprobación presidencial. La crítica no ha sabido explicar las razones y sólo se ha concretado a poner en duda las encuestas. Sin embargo, ahí podría darse una dilucidación en el modelo de la caverna: el ciudadano no le cree a los medios y el gobernante pasa la prueba de la credibilidad, aunque sus opiniones sean equivocadas y hasta manipuladas.
Si dentro de doscientos años los historiadores —de existir, claro— quisieran documentar una crónica de la epidemia del coronavirus que paralizó al planeta durante medio año, lo peor que pudieran hacer sería consultar los medios escritos y electrónicos. Pero se encontrarían con la desesperanza de que no tendrían más fuente que esos medios porque nadie está haciendo hoy la crónica para la historia de pasado mañana. No, el periodismo en el caso de la pandemia no ha podido ser el primer borrador de la historia.
A lo mejor la crítica está acertando sus dardos contra los políticos y funcionarios, pero toda crítica periodística debiera estar sustentada con hechos. Ha ayudado a la crítica fulminante el hecho de que los gobernantes —y los tres mencionados son ejemplo tipológico— han carecido de sentido de Estado, de sensibilidad social y de frialdad política y sólo han accionado sus resortes de poder para no perder el poder. Y como no tienen analistas en contra sino opinólogos, entonces al final entregan la suerte de su cargo a ciudadanos atrapados en la caverna de Platón.
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