Sergio Sarmiento
“El arma más poderosa contra una pandemia es la verdad”.
John Barry
CIUDAD DE MEXICO, 27 de mayo de 2020.– La primera regla para construir una buena política pública es medir bien. Sólo así podremos saber si vamos por buen camino o hay que corregir. En México, sin embargo, prevalece la filosofía del “Yo tengo otros datos”. Primero se establece una conclusión ideológica, luego se crean mediciones artificiales para comprobar el resultado.
Nos estamos acercando al momento de iniciar una apertura gradual de la economía. Tenemos que hacerla a pesar de los riesgos porque, después de dos meses de confinamiento, millones se están quedando sin ingresos. El problema es que lo estamos haciendo a ciegas.
En México, hasta el 25 de mayo, se habían aplicado 225,650 pruebas de COVID-19. ¿Son muchas? Sólo 1,752 por cada millón de habitantes. En contraste, Islandia ha aplicado pruebas a toda su población de 341 mil personas y Bélgica a 68,664 personas por cada millón. Los Emiratos Arabes Unidos tienen el mayor número ponderado: 209,804 pruebas por millón.
México ha aplicado menos pruebas por millón de habitantes que Zimbabwe, con 2,496, Bolivia, con 1,913, o Antigua y Barbuda, con 1,870. Incluso Cuba tiene 8,564 pruebas por millón y Venezuela, pese a todos sus problemas, 29,269 (worldometers).
En México las autoridades de Salud han sido omisas al aplicar pruebas, lo cual quizá podría justificarse por el costo y la escasez, pero además han tomado medidas para impedir la realización de pruebas en hospitales privados. Parecería que hay una decisión específica para reducir, en el grado de lo posible, la toma de pruebas. Quizá alguien piensa que así se evitará generar alarma entre la población, pero se está equivocando.
La falta de pruebas hace virtualmente imposible saber si la situación de la pandemia en México es la que nos reportan cotidianamente las autoridades sanitarias. Cuando nos dicen que México tenía el 25 de mayo 71,105 contagios y 7,633 fallecidos, debemos suponer que las cifras no son ni siquiera una aproximación a la realidad. No hay datos para saber cuáles son los números reales.
Si lo que se busca con la falta de pruebas es mostrar que a México le está yendo muy bien con la pandemia, el resultado puede terminar siendo exactamente el contrario. La falta de datos genera desconfianza, pero también distorsiones en las estadísticas.
Chile, por ejemplo, tiene una población de 19 millones de habitantes. Con 25,552 pruebas por millón de habitantes, registra un número oficial de contagios de 73,997, apenas superior al de México, pero sólo 761 muertos, una décima parte de los mexicanos. Parecería que México tiene así una tasa de mortalidad de 10.7 por ciento y Chile de sólo 1 por ciento, lo cual es sorprendente en el caso del mismo virus. Podría uno pensar que Chile simplemente tiene un sistema de salud inmensamente mejor que el mexicano, pero otra posible explicación es que Chile ha aplicado 14 veces más pruebas que México. En México sólo se hacen pruebas a pacientes que ingresan muy enfermos a hospitales públicos. Por eso la mortalidad es tan alta.
Es cada vez más urgente abrir la economía. Nuestro país no puede soportar un confinamiento mucho más prolongado. Los pobres están resintiendo los estragos. Lo ideal, sin embargo, sería abrir la economía con mejores instrumentos para medir la pandemia. De momento lo estamos haciendo a ciegas. Esto significa que las posibilidades de equivocarse se incrementan de manera muy importante.
Excedentes
Una forma de estimar el verdadero número de muertes por COVID-19, aun sin pruebas, es comparar las muertes excedentes frente a años anteriores. Un estudio de Mario Romero Zavala y Laurianne Despeghel publicado en Nexos sugiere que en la Ciudad de México se registraron 37 por ciento de muertes excedentes en abril sobre el promedio de los cuatro años previos. En mayo la cifra se eleva a 120 por ciento.
Twitter: @SergioSarmiento