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Opinión

Por Lorenzo Gonzalo

Durante el proceso electoral de Estados Unidos, a lo largo del año 2016, se hizo notoria la presencia de dos corrientes nacionalistas. Una representada por Donald Trump, quien planteaba otorgar las mayores libertades y beneficios a la industria nacional y al gran capital, mientras ponía en marcha un plan anti inmigrante, cerrando fronteras arbitrariamente, sin consideración a la situación migratoria de los indocumentados quienes requieren de una especial atención, al margen del ordenamiento requerido por la política migratoria en general.

La segunda tendencia la representaba Bernie Sanders, quien plantea restringir al máximo la fuga de las industrias nacionales, como primer paso para defender el sector laboral y hacer viable un aumento mayoritario del confort colectivo. Respecto a la inmigración asumió la tesis de atender con prioridad a los millones de indocumentados facilitándoles un tránsito justo a la residencia y posteriormente a la ciudadanía. Acompañando estos planteamientos resaltan su defensa de un seguro universal de salud, educación universitaria gratuita, condonación de las deudas por préstamos estudiantiles y un sinfín más de beneficios sociales.

Ambas tendencias se han adueñado de la escena política estadounidense.

En medio de ese despertar de los sentimientos nacionales, llegó por sorpresa y sin invitación previa, el coronavirus. Con irresponsabilidad, torpeza y tardanza, ante la avalancha infecciosa, el gobierno no tuvo otra alternativa que paralizar las ciudades.

Mucho antes de la oleada nacionalista, China había comenzado otra similar, priorizando el mercado interno y sustituyendo un porcentaje de su manufactura por producción tecnológica de punta, aspecto que, por su naturaleza, implica un aumento de las tensiones con Estados Unidos.

El impasse económico originado por la consigna de permanecer en casa, extendida ya por varias semanas, aún desconocen cómo y cuándo podrá revertirse. Dichas medidas han paralizado la economía, desconociéndose no sólo por cuánto tiempo, sino qué modalidades deberán introducirse al momento de reiniciar las actividades de manera que nuevos contagios puedan evitarse. Esto último, en mi criterio, tendrá gran incidencia en el aceleramiento de la robotización.

Entre las cosas que la crisis del virus ha puesto al descubierto es que cuando sucesos semejantes tienen lugar a nivel mundial, determinadas producciones adquieren un carácter de vida o muerte. Esto ha servido de estímulo a los defensores de priorizar políticas nacionales en detrimento de las globalizadoras. Hay tecnologías críticas, recursos críticos, capacidad de fabricación de reserva, que Washington y otros países, quieren controlar dentro de su territorio.

Este criterio lo avala en gran medida las disposiciones acordadas por algunas naciones en medio de la crisis. Entre ellas la del ministro francés de Finanzas, quien ha orientado a las compañías francesas que busquen con urgencia la manera de evitar al máximo depender de las “cadenas de suministro” que tienen su origen en China. Por otro lado, el departamento de Aduanas y Protección de Fronteras U.S. ha dejado perfectamente claro que incautará las exportaciones de ciertos productos médicos.

Las radicalidades en este sentido han llegado a extremos tales como el planteamiento reciente del senador Lindsey Graham, sugiriendo que, a modo de castigar a China por sus desinformaciones sobre el virus, Estados Unidos no debe continuar pagando la deuda pendiente con ese país. Haciendo alusión a dicha propuesta, la economista Elizabeth Economy, una eminencia del think tank Counsil on Foreing Relations, ha manifestado que eso supondría poner en alto riesgo el papel de los Bonos del Tesoro de Estados Unidos y como consecuencia el dominio del dólar. Especialmente en estos momentos que el Tesoro, maniobrando con destreza de artesano para conservarle el status al billete verde, ha puesto en práctica un nuevo programa que permite a otros países obtener dólares, comprometiendo bonos del Tesoro como garantía. En adición ha abierto líneas de intercambio con 14 bancos centrales en el extranjero, lo que les permite inyectar dólares en sus sistemas bancarios nacionales, para evitar que una escasez global de dólares paralice la economía mundial.

Ahora bien, aunque todo esto apunta a procurar una recuperación, la misma presenta dos caras. Una a corto plazo y otra a mediano o largo plazo.

Si las economías se guían por la capacidad de recuperación de las empresas, no les queda más remedio que apostar por el largo plazo, pero es obvio que, existiendo opciones para lograrlo con relativa brevedad, ninguna va a optar por la espera, en cuyo caso tendrían que prescindir de mecanismos esenciales creados durante la globalización. Muchos economistas piensan que es muy difícil que las empresas estén dispuestas a sacrificar sus buenos resultados trimestrales con la consiguiente afectación de la Bolsa de Valores, basándose en la confianza que tengan en sus propias capacidades de recuperación, o sea, apostando al mediano o largo plazo, que sería el tiempo necesario para recomponer las cadenas de suministro y distribución, al tiempo que sus países de origen pondrían en riesgo sus intereses hegemónicos.

Para obtener resultados más inmediatos las economías de los grandes territorios: Unión Europea, Rusia, América del Norte anglosajona, China, la India y unos pocos más, deberán concentrarse en sus capacidades territoriales y mercados internos. A lo sumo quizás les resulte necesario la creación de bloque regionales. Pero es difícil concebir que los mercados globales, tal y como los conocemos, surjan de nuevo, tras el final de la pandemia.

Sin unirnos a las predicciones de los gurús, siempre prestos a esperar un desastre para predecir otros, diríamos que las políticas nacionalistas, comenzadas hace apenas un quinquenio, continuarán, aunque no necesariamente serán de naturaleza fascista, pero esto último dependerá de los gobiernos.

Si Trump continúa en el poder los movimientos de tendencias fascistas, tanto los adalides de las grandes corporaciones, aun a costa del confort mínimo del individuo, como los racistas y supremacistas de todos los colores (no sólo los hay blancos), enfilarán las velas hacia esos rumbos. Si fuerzas progresistas, especialmente las más cercanas a las ideas de líderes como Bernie Sanders, alcanzan el poder, tanto en Estados Unidos, como en la Europa revuelta, esas políticas tendrán un carácter esencialmente social. Por el momento la bola está en manos del virus.

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