Opinión

Dos acontecimientos al parecer inconexos (hasta que se les mira con mayor detenimiento) causados por grandes del escenario geopolítico internacional han suscitado reacciones parecidas en terceros –de no menor relevancia– afectados.

El anuncio del regreso de Estados Unidos a los viajes espaciales tripulados en la modalidad de participación de la iniciativa privada (SpaceX-NASA) hacia la Estación Orbital Internacional, vía un cohete reutilizable.

Inocuo en apariencia, el evento despertó la incomodidad de Rusia, un rival por antonomasia de la Unión Americana en la carrera espacial, bajo acusaciones de rearme.

Previsto para el 27 de mayo, el evento –al que siguió el anuncio unilateral de la inopinada salida de Estados Unidos del “Tratado de Cielos Abiertos” con 34 países, Rusia incluida, que no lo adoptó total– se suspendió de última hora por el clima, posponiéndose para el 30 de mayo.

El otro ha sido la controversial reforma legislativa al estatus jurídico de la isla china de Hong Kong, vía una nueva Ley Básica de seguridad que, según los isleños, da al traste con la llamada política de “1 país, 2 sistemas” a que se comprometió la República Popular de China dando base a la retrocesión del enclave británico, poblado por 7 millones, a China en 1997.

La aprobación por la legislatura local hongkonesa de una ley que prohíbe ultrajes al himno nacional chino y la posterior de Asamblea Nacional Popular a la ley de marras ha suscitado intensas manifestaciones desde días anteriores y provocado la irritación de Estados Unidos (aunque también la Unión Europea y el Reino Unido) reflejada por la rispidez en la diplomacia occidental y sus amenazas de sanciones económicas –mutuas–, según replicó la cancillería china.

El gobierno de Estados Unidos ha violado con desatino una de las reglas estratégicas más socorridas: no abrir 2 frentes de pelea simultáneamente. Ha abierto muchos más. Su presidente ha conseguido además del recelo de sus enemigos declarados y potenciales, la animadversión de socios y aliados e incomodar a los países amigos. Aparte de Rusia y China, su obsesión con Cuba y Nicaragua, a los cuales asocia a Venezuela, ha precipitado que ésta última fortalezca su relación con Irán que se esfuerza por ser una potencia nuclear, y frustrado expectativas de mejorar relaciones con Norcorea que ya lo es.

Pero su distanciamiento de la Eurozona es ostensible (más de Francia y Alemania), de la OTAN, además de Turquía y recientemente de la propia Arabia Saudita. En su cacareada obra “El arte de la negociación”, Donald J. Trump ofrece una visión triunfalista de su capacidad negociadora como empresario, cuando tiene una posición de fuerza incontrastable, desmentida sin reparo en el cargo presidencial con “fau pàs”, traspiés y metidas de pata que distan mucho de situarlo ni remotamente cerca de Sun Tzú (“El Arte de la Guerra”) y Niccolo Maquiavelo (“El Príncipe”).

Otro príncipe, el protagonista de “El Principito”, el breve pero increíblemente rico en sabiduría libro de Antoine de Saint-Exupèry, nos enseña, al hacer el recuento de su periplo por los mundos que visitó previo al nuestro donde conoció una serie de personajes entre quienes destaca por su desagradable talante imperativo un rey mandoncito quien no tolera la desobediencia, pero que al propio tiempo no se permite dictar órdenes irracionales que contraríen la naturaleza de aquéllos que están –o cree– sujetos a sus mandatos.

De manera tal es capaz de ordenar al Sol que se ponga en el horizonte, pero sólo a la hora del crepúsculo y, consecuentemente, su voluntad se ve complacida.

Tarde (se pensó que hasta el 2047) o temprano –parece que será más temprano– el sistema político de China engullirá a Hong Kong. A fin de cuentas se trata de un asunto interno. Lo que incomoda a sus habitantes y a las naciones civilizadas de la Tierra son las formas.

Represora implacable de cualquier forma de disidencia, la potente China continental asusta a los hongkoneses, familiarizados con el régimen de libertades burguesas y progresividad de derechos humanos (una asignatura pendiente para Pekín que no muestra demasiado interés por la aprobación internacional, menos cuando para la diplomacia la medida ética de las relaciones es el establecimiento prioritario de mega lucrativos acuerdos de comercio con el gigante asiático.

En el caso de la carrera armamentista, recomenzó en febrero de 2019 luego que Washington se retiró del Tratado que limitaba los misiles nucleares alcance intermedio y Moscú lo imitó, concretándose en el verano con el anuncio de pruebas de un nuevo proyectil norteamericano (sin carga nuclear) y de una detonación de prueba rusa. Acosar a la gente como se ha hecho a Venezuela y al propio Irán de los ayatolás termina por unirlos.

La cosa es simple: Napoleón, estratega brillante, no pudo vencer en Leipzig, ni en Austerlitz y tampoco en Waterloo, a la superioridad numérica; Estados Unidos solo, apenas puede con Rusia o con China, pero no combinados, y menos contra todas las enemistadas que Trump le ha conseguido.

El inquilino de la Casa Blanca, aceptémoslo, es un sembrador de vientos algo más limitado que aquél y su cosecha va que vuela para tempestuosa (para pesar del mundo).

Por Jorge Lara Rivera