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Opinión

Por Jorge Lara Rivera

Quien vive en la incertidumbre del confinamiento en casa puede creer que todos están preocupados por conservar la salud, cuidar los empleos y encontrar una vacuna para poder volver pronto a la vida conocida antes de esta pesadilla que se niega a desaparecer al despertar. No es así. Se dice que el mal no duerme y siempre está al acecho de ocasiones para perpetrar su nociva actividad.

Así sus adláteres, los diosecillos de la guerra, quienes desprecian a la pobre humanidad doliente y se desentienden del sufrimiento y las penurias que causan sus crueles juegos, a menos que los roce el infortunio (como en la obra ‘Todos eran mis hijos’ de Arthur Miller). Por eso, en su ya larga juerga sangrienta en el Oriente Medio, mientras la pandemia del Covid19 se ceba en la gente más desprotegida de aquellos lares, la perversidad prosigue febrilmente su obra de maldad.

Estas terribles semanas para el mundo han dado oportunidad a que en los subterráneos de la diplomacia más discreta, la orgullosa teocracia iraní buscara una tregua con Washington –mientras lo culpa por los estragos producidos en su gente con la gripe SARS Covid19, atribuyéndole, contra toda evidencia, su diseño genético enderezado contra los persas; y rechazando en público la “ayuda humanitaria” que su archirrival le ofreciera– para que relaje las sanciones que le ha impuesto a causa de su desarrollo nuclear y así poder conseguir en el mercado internacional suministros de medicamentos y equipo clínico que le permitan capear el temporal de la pandemia que está diezmando a su pueblo, al tiempo que mina la credibilidad del régimen de los ayatolás en los creyentes, su base social duramente golpeada por la enfermedad, por culpa en gran parte atribuible a la imprevisión gubernamental, sobre todo tras el impacto que la guerra de precios en el mercado internacional entre Arabia Saudita, su rival, y Rusia, su socio circunstancial, provocara en su ya precarizada economía.

De ahí que incluso pidiera recursos económicos al Fondo Monetario Internacional. Pero su injerencismo en Siria, su creciente influencia en Líbano e Iraq, así como en Yemén y su patrocinio en Gaza, prosigue menguadamente. No obstante, aunque parezca ridículo e increíble, la crisis de salud no ha impedido que menudeen en la conflictiva región incidentes potencialmente explosivos, como el de las once lanchas artilladas de los Guardianes Republicanos de la Revolución Islámica que el 16 de abril se aproximaron peligrosamente y cruzaron repetidamente con naves de guerra estadounidenses que maniobran en el llamado Golfo Pérsico, a punto de provocar ser embestidos o intercambio de fuego, llevando las tensiones entre los dos países a niveles peligrosos. Ni que el derroche de enormes recursos en el programa militar espacial iraní haya dado a sus poderosos jerarcas religiosos ocasión para el trago agridulce de colocar el 22 de abril con un cohete portador Qassed de fabricación nacional al ‘Noor’ (‘Luz’) su primer satélite militar en órbita (poniendo en alerta a Estados Unidos e Israel), mientras las carencias de su sistema de salud quedan en evidencia, impotente para responder a la cantidad de contagios y de casos críticos causantes de miles de muertes en su gente que las cifras oficiales maquillan.

Aun el ámbito de la propaganda continúa imperturbable. Como ejemplo está el rumor –no confirmado por Israel (que no suele admitir nada), desmentido por Rusia (pues la eficiencia de los equipos militares que vende allí se vería seriamente comprometida)– esta semana difundido de una improbable incursión violatoria del espacio aéreo persa por naves de la aviación hebrea (que se quiere remite a la exploración previa a la destrucción de Osiris, el reactor nuclear iraquí), supone un ascenso en el gradiente de la tensión que enfrenta a ambas naciones, tal vez como un mensaje directo a la teocracia y sin importar el trasfondo humano de la grave epidemia que afecta, aunque en proporción diversa, a ambos pueblos. El peligro sigue ahí, acechante.

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