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Opinión

Por María Rivera

Tenemos muchas preguntas. Preguntas que nos asedian, querido lector. La semana pasada escribía sobre el cambio radical que la pandemia ha representado en nuestras vidas. Las maneras cómo nos vamos adaptando, poco a poco, a las nuevas condiciones de vida. Nuestras llamadas telefónicas, al menos las mías y las de mi familia, se van en buena medida en comentar los métodos que vamos inventando para lidiar con los riesgos de contagio, comentando las horas que pasamos desinfectando una compra, y compartiendo las ideas que tenemos para minimizarlos. Cómo hacer un tapabocas, con qué, cómo hacer uno parecido a los cubrebocas N95, o al menos que brinde más protección que una mera telita. Usar servitoallas, filtros de aspiradora, usar googles y cuáles, ¿los de nadar de los niños?, ¿ese viejo visor que guardamos en el closet?, ¿se me quedarán mirando como extraterrestre? Lo cierto es que hay de todo en la viña del Señor. Gente que no ve la utilidad de un cubrebocas, mal informada por el Subsecretario de Salud, López-Gatell, sobre su función, o gente que, como yo, cree que lo mejor, si uno va a tener contacto con una persona, así sea con sana distancia, es que sea con equipo de protección completo: mascarilla, lentes y guantes. Debo admitir, sin embargo, que las últimas semanas he llegado a la conclusión fatídica de que lo mejor es, sencillamente, no ver a otro ser humano que no cohabite con nosotros, ni de lejos, al menos estas semanas.

Al principio, por ejemplo, recibía el súper con todos los implementos: no hubo repartidor que no me viera con sorna: una señora con cubrebocas, guantes y un visor de niño. Mi familia se burlaba mucho de mi atuendo, porque en ese entonces (ah, ese tiempo de ¡apenas un mes y medio!) todavía la gente no estaba familiarizada con el riesgo y carecía de información suficiente. Mi hija hizo un sticker que mandó subrepticiamente a mis hermanos que se convencieron de que, muy probablemente, sufría algún tipo de colapso “en serio, ¿el visor?”, me escribían por WhatsApp, entre risas. A mí no me quedaba más que reírme con ellos y tratar de explicarles la naturaleza de los riesgos. Por supuesto, los repartidores venían sin tapabocas y como si no estuviese ocurriendo nada. Era inútil explicarles las precauciones que debían tomar, gritándoles desde la puerta de entrada: parecía que les hablaba en chino y tenían que acercarse más para entenderlo. Obviamente, la cultura mexicana, obsesiva con las formas, no podía leer la “sana distancia”, sino como desprecio: todo un problema cultural que parece que ya vamos superando y, como en algunos Estados la disposición es oficial, vienen con tapabocas obligatorio.

Aunque yo voy, sin embargo, un paso adelante: ahora sencillamente ya no abro: dejo la puerta abierta para que entren al patio, depositen las cosas, y, sobre una mesita una bolsita con el dinero (o la tarjeta) con una nota con indicaciones, ¿cómo no se me ocurrió antes? Y es que así vamos, entre todos, descubriendo métodos cada vez más sofisticados para minimizar los riesgos. Nada ha salido de las instrucciones del Gobierno, por cierto, que de manera errática ha ido adoptando, contra su voluntad y a destiempo, medidas indispensables para protegerse, como el uso obligatorio de tapabocas. Esa es nuestra nueva normalidad, esa y las dobles jornadas, sobre todo si una es cabeza de familia: encargarse de los niños y que cumplan sus labores de la escuela a distancia, encargarse de las labores de la casa que se convirtieron en labores de alto riesgo: pedir el súper, desinfectarlo, perder horas en tareas que no realizábamos antes, encargarse de trabajar. No, no nos damos abasto, esa es la verdad.

Luego, como tema aparte, están los empaques. Ah, los temidos empaques que antes nos eran completamente irrelevantes: la leche, el jugo, las latas, las botellas de agua, las croquetas. Adaptar contenedores para todo: jarras oficiales para la leche, para el jugo, bolsas y topers para las pastas, las croquetas, cubetas para la arena de los gatos. Reutilizar empaques, vaciar contenidos: el sueño de los ecologistas vuelto realidad súbitamente. Y es que, ya entrados en ese camino, comenzamos a notar que, en realidad, no necesitábamos todos esos empaques y que el comercio a granel no parece tan descabellado.

Por aquellos lejanos días de febrero, precisamente, me parecía que, idealmente, una de las maneras de sobrevivir mejor a la pandemia sería implementando un pequeño huerto que nos permitiera tener verduras frescas y conseguir algunas gallinas que nos dieran alguna autosuficiencia alimentaria. Sí, si no hubiera una pandemia, sin duda, sonarían estas ideas delirantes, en personas citadinas. Uno de los efectos de la crisis que vivimos es que nos ha abierto nuevas rutas de pensamiento, ¿qué haremos como familia ante esta situación? De acuerdo a la información internacional, queda claro que nuestra vida, mientras el coronavirus siga entre nosotros, sin una vacuna o un medicamento específico, no podrá volver a ser la misma. Podrán, más responsable o más irresponsablemente, tratar de que la vida se restaure, pero será imposible tal cual era.

Hoy, por ejemplo, es el cumpleaños de mi madre: cumple 82 años. Es una mujer muy sana y fuerte, pero es una persona de alto riesgo, ¿cómo protegeremos a toda nuestra población vulnerable? A diferencia de Europa, en América Latina, las personas mayores no suelen vivir solas, sino con su familia extendida. No es extraño que convivan, en un mismo hogar, tres generaciones. Esto los pone en una situación de riesgo, por ejemplo, si los niños vuelven a la escuela y se potencia el contagio. Lamentablemente, también comienzan a haber evidencias en Italia, España y Reino Unido, de que la infección por coronavirus no es tan benigna en algunos niños. Recientemente, distintas asociaciones de pediatría han reportado casos de síndromes inflamatorios sistémicos graves, en casos confirmados por COVID-19. Hasta donde se sabe, han sido pocos casos, pero han sido suficientes para lanzar la alarma entre la comunidad médica internacional. ¿El Gobierno estará al tanto de todo esto?, ¿qué políticas implementará? ¿Seguirá su plan, del todo irresponsable, de regresar a los niños a las escuelas en junio?

Al día, vamos transitando por estos tiempos. Esperemos que el dolor y la tragedia para las familias sea el menor posible, mientras buscamos maneras de protegernos, salir avante entre cubrebocas y lentes, charlas y velitas de cumpleaños, reuniones remotas y virtuales y el amor y el cariño que nos sostiene.

(SIN EMBARGO.MX)

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