Dolia Estévez
Felipe Calderón Hinojosa se estrena en el exclusivo club de “autobiografías” a modo de ex presidentes de México. “México, un paso difícil a la modernidad”, de Carlos Salinas de Gortari; “Cambio de Rumbo”, de Miguel de la Madrid; “Mis Tiempos”, de José López Portillo y, ahora, “Decisiones Difíciles”, de Calderón. Libros marcados por omisiones y realidades discrecionales. Brochazos sin matices ni sombras. Retratos monocromáticos y simples.
No es mi intención reseñar el libro de Calderón, otros más versados en las intrigas del PAN y en la sórdida carrera pública del autor lo han hecho. Alvaro Delgado en Proceso. Me limitaré a destacar las omisiones y exageraciones sobre la relación con Estados Unidos, que pese a calificarla como la “más compleja” de México, le dedica menos de diez páginas de un total de 584.
Felipe Calderón se pone la medalla por haber logrado que Estados Unidos, “por primera vez en la historia de la relación”, asumiera su responsabilidad y colaborara con la militarización de la guerra contra las “bandas criminales” mediante la polémica Iniciativa Mérida. Estados Unidos contribuyó con 1.4 mil millones de dólares para entrenamiento, equipo, inteligencia y apoyo tecnológico a través de la Iniciativa Mérida. Pero no asumió el compromiso de reducir el consumo de drogas y el tráfico de armas de fuego a cambio de que Calderón declarara la guerra a los cárteles.
Los fondos de la Iniciativa Mérida fueron condicionados a que México se volviera satélite de las agencias de procuración de justicia y del Pentágono. En materia de seguridad, el país dejó de ser soberano.
Se vanagloria de haber sido el único con el que Barack Obama se reunió antes de asumir la presidencia. Al parecer no sabe que las reuniones con presidentes electos mexicanos es una tradición que empezó con Díaz Ordaz y Johnson en 1964, y concluyó con Peña Nieto y Obama, en el 2012.
Calderón no se arrepiente de haber entregado la seguridad nacional del país y la formación de la Policía Federal a un presunto colaborador de los cárteles, “quizá uno de los legados institucionales más importantes que fueron creados durante mi gobierno”. Corrupción y tácticas gangsteriles de los altos mandos, tráfico de puestos de confianza, desalojo de policías de carrera para poner a ineptos en las oficinas de inteligencia y coordinación regionales, trato indigno al personal de campo y encarcelamiento de los que se atrevían a denunciar las tropelías, ese fue el legado de la Policía Federal de Genaro García Luna y Calderón.
Simultáneamente, García Luna construyó y destruyó la Policía Federal. A través de la Unidad de Investigaciones Sensibles (SIU), que dirigía Iván Reyes Arzate, preso en Nueva York acusado de nexos con los narcos, los policías federales se convirtieron en lacayos de la DEA. Órdenes de allanamiento, cateo de inmuebles y seguimiento de pistas in situ, por lo general falsas, venían de la DEA. García Luna, con la anuencia de Calderón, delegó el mando operacional a la DEA.
Calderón critica la falta de voluntad política de Vicente Fox para extraditar capos a Estados Unidos prefiriendo pasarle el costo político a él. No dice que los cientos de extraditados en su sexenio fueron principalmente los enemigos de “El Chapo” Guzmán, a quien García Luna presuntamente protegía.
Paradójicamente, Calderón extraditó a Osiel Cárdenas Guillén en el 2010 sin investigarlo por planear asesinarlo, según alega. Osiel saldrá libre en el 2024, luego de cumplir dos tercios de una generosa sentencia de 25 años. Quizá creyó Calderón que le darían cadena perpetua, sin saber que la justicia estadounidense es benévola con los que colaboran.
Tampoco aborda la misteriosa emboscada realizada por elementos de la Policía Federal de García Luna contra dos agentes de la CIA en Santa María en el 2012, el episodio que el Embajador Tony Wayne califica como el más tenso de su gestión. Wayne pidió una reunión de urgencia con el Presidente. Duró más de una hora. Calderón echaba chispas. El cable “secreto” que el segundo emisario de Obama envió a Washington, describiendo a Calderón como “muy perturbado”, sigue clasificado 90 por ciento.
Calderón usa más tinta que la necesaria en detallar sus presuntas presiones para que el gobierno de Obama aceptara discutir formalmente el “espinoso tema del régimen legal de drogas” en Estados Unidos. Narra que lo trajo a colación en un almuerzo en la Casa Blanca con Obama y Hillary Clinton, quienes respondieron que una medida de legalización unilateral puede llevar a sanciones comerciales. “Interrumpí y les dije que si habíamos llevado adelante una relación de tanta confianza no había lugar a deslizar semejantes amenazas”. Pese a las “presiones e insinuaciones” que se dieron de un lado y del otro, “nunca tensaron a reventar ninguna cuerda”.
Las cuerdas en la relación son muy elásticas. Pueden tensarse al máximo, pero difícilmente reventar. Estilarlas demasiado, sin embargo, tiene consecuencias como evidenció el linchamiento público de Carlos Pascual, primer embajador de Obama. “Hablé con Hillary Clinton y le dije que el embajador se tenía que ir. Que lo removían ellos o lo expulsaba yo. Fue una conversación tensa. No hubo respuesta inmediata y tampoco quise reaccionar de manera impulsiva (sic), pero estaba decidido”.
Pascual dimitió. Fue el segundo embajador en ser expulsado desde que México acusó a Henry Lane Wilson de intervención y rompió relaciones con Estados Unidos hace más de un siglo. Calderón ganó una batalla pírrica en un pleito que Obama jamás le perdonó. “Desde entonces quedó muy resentido conmigo. Así ocurren las cosas”. Pascual partió de México sin despedirse del presidente. Calderón dejó de ser bienvenido en la Casa Blanca. Como un pie de página registrará la historia de la diplomacia estadounidense su soberbia y malos modales.
(Otro ejemplo: “¡Y juntos, o por separados, nos las pelan a los mexicanos!”, respondió a Chávez tras escucharlo decir a Lula que “juntos, Brasil y Venezuela, vamos a invadir México! Ja,ja,ja,ja”, en una cena de líderes latinoamericanos).
Luego está, mejor dicho, no está, el tema Harvard. Nada dice de su polémica estadía de año y medio como “investigador y conferencista” en la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard en medio de fuertes protestas de repudio dentro y fuera del campus.
Aprovechando su viaje pagado por los mexicanos para asistir a la Asamblea General de la ONU en septiembre del 2012 en Nueva York, Calderón se entrevistó secretamente con Ginna Angelopoulos, una acaudalada filántropa griega que había fundado la Beca para Líderes Públicos Globales en la Kennedy. En una cena privada en el Hotel Palace, Angelopoulos aceptó pagar por el exilio dorado de Calderón y su familia en las orillas del Río Charles.
Ni una línea de agradecimiento le dispensó a la generosa griega, como sí hizo con el empresario Bernardo Gómez por haber patrocinado su primer pase por la Kennedy en el 2000. Tal vez no quiso revelar que su nueva etapa como ciudadano privado la negoció mientras seguía en funciones, con fondos del erario.
“Decisiones Difíciles” no es un texto que contribuya al atendimiento de la relación con Estados Unidos. O al esclarecimiento de hechos clave aún latentes. Tampoco creo que haya sido el propósito. Rebasa su capacidad. Entender al país con el que se tiene la relación “más compleja” no se aprende con becas de oropel en la Kennedy.
Twitter: @DoliaEstevez
(SIN EMBARGO.MX)