Opinión

Esquizofrenia o Cómo destruir un país

Por Jorge Lara Rivera

No pasaron ni 2 días y la predicción se cumplió. Clarividencia no se necesitaba. Era “bola cantada”. El sembrador de vientos de ira Donald J. Trump cosecha ya 8 días de tempestuosos disturbios por 50 ciudades –entre ellas Nueva York, Los Angeles y Washington D.C.– de la hoy, por culpa de su retórica incendiaria (des)Unión Americana.

El mal manejo dado a la crisis subsiguiente al alevoso asesinato perpetrado por la policía de Minneapolis contra el afrodescendiente George Flyod –brutalidad experimentada que se repite con impunidad– se agravó exponencialmente por la imprudente retórica incendiaria del presidente Trump, con sus gestos de prepotencia, pero incongruentes (tal ir con una Biblia a tomarse fotos a San Juan, una histórica capilla episcopal –cuyo obispo desautorizó el acto– cercana a la residencia oficial, luego de que agentes del servicio secreto le abrieron paso rompiendo con lujo de violencia una manifestación pacífica) de bravucón teatral (nadie ha olvidado que se valió de un ardid para eludir el servicio militar) y de amenazas como “invocar la Ley de Insurrección para desplegar al ejército” contra el pueblo estadounidense –el propio Mark Sper, su Srio. de Defensa, se ha deslindado de tan megalomaníaca intención; y los militares no deben tomarse a la ligera, además hay que considerar que la mayoría de los efectivos de las fuerzas armadas norteamericanas son “gente de color”– y de amenazar a los gobernadores de estados de línea demócrata para que sofoquen a la fuerza las manifestaciones –algo por lo cual justamente critica a China en Hong Kong y le achaca a Venezuela. Primero multitudes furiosas en las calles, saqueos e incendios; luego toque de queda en grandes y pequeñas urbes, desafiando, además, manifestaciones pacíficas con disrupción de la policía, plantones frente a una Casa Blanca a obscuras “por seguridad de los Trump” refugiados en un búnker subterráneo para vergüenza de la que se ostenta líder de las democracias occidentales y pretende dar cátedra a otras naciones, insubordinación de policías que se unen a los manifestantes. Y protestas de la gente y de gobiernos en países de Europa (Reino Unido, España, Francia, Alemania) son el resultado.

Intelectuales –como el lúcido Noam Chomsky– a quienes (igual que Boris Johnson en el Reino Unido, Vladimir Putin en Rusia, Jair Messia Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, etc., otros supuestos “populistas” –el Populismo fue un movimiento libertario, una de cuyas últimas expresiones tuvo lugar con la unión de pequeños productores del campo y obreros en Estados Unidos a fines del siglo XIX–) pagado de sí mismo desoye y desprecia, se lo habían advertido: su discurso segregacionista está llevando al pueblo norteamericano a un enfrentamiento violento; incluso, tal vez, a una guerra civil (tal propone la serie “The Man in the High Castle” donde nazis y militaristas nipones ganaron la II Guerra Mundial y se han dividido al país de la bandera de las barras y estrellas; o aquella otra que especula sobre la llegada a la Casa Blanca un gobierno totalitario). Donald Trump puede estar feliz, ha triunfado donde los enemigos de Estados Unidos fracasaron: romper la Unión. Las secuelas de la esclavitud, las heridas del racismo y de la discriminación (cierto que los afroamericanos han mejorado su ingreso económico, pero la brecha con respecto al de los blancos se mantiene; aparte, la policía los criminaliza a priori por razón de su etnia, color, cultura) están abiertas y manan dolor. Sin embargo, algunos comentaristas dicen que “no es la primera vez que un presidente estadounidense (Lincoln, Kennedy, Lyndon B. Johnson y Nixon) encara protestas multitudinarias”, pero nunca, luego de la Guerra de Secesión, las diferencias entre norteamericanos estuvieron tan crispadas y jamás fue en medio de la peor crisis de salud y económica de su historia simultáneamente; ni cuando, además, su dirigente ha ganado enemistades nuevas por doquier, abandona a amigos, defrauda a socios (como Alemania en el caso de la OMS), rompe con aliados y provoca a sus antiguos enemigos declarados y potenciales en el exterior.

Sí, el 30 de mayo despegó con éxito de Cabo Cañaveral el reutilizable cohete SpaceX-NASA –fruto de la colaboración de la empresa privada y el gobierno– hacia la Estación Orbital Internacional y el 31, como se previó, logró acoplarse a ella sin contratiempos. Más abajo, el país de donde partió la misión espacial tripulada está herida y cualquier chispa puede incendiarla ¿Y? Et pluribus…ex multis (y de muchos…otros más).