Por José Rubinstein
La historia no se presiona, se toma su tiempo para colocar a cada uno de los personajes que en ella intervienen en su justa dimensión. El presidente López Obrador, ávido estudioso de las distintas etapas históricas de México, actúa atento del testimonio que legará la Transformación por él encabezada a las futuras generaciones. No obstante, resulta en vano buscar convencer a la historia, exaltando méritos propios al tiempo de desacreditar los ajenos.
Los mexicanos comunes, quienes a diario salimos a ganarnos la vida –supuestamente nos la ganamos al nacer– hemos presenciado a la distancia sucesivos cambios de gobierno, confiando en cada relevo en que esta vez sí sea la buena, que las promesas de campaña se tornen en realidad. Sabíamos entonces que el candidato del PRI resultaría el agraciado, hasta llegar la insólita alternancia, cuyo mayor mérito fue sacar al PRI de Los Pinos. Pero hasta allí, en ningún momento nos supimos conservadores o liberales, ni que en un futuro la 4T nos requeriría pedir disculpas por haber guardado silencio, apoyando a un conservadurismo rapaz o a un neoliberalismo corrupto, como si hubiésemos sido cómplices de traición a la Patria.
En días pasados AMLO sostuvo que con Felipe Calderón, en su momento, había un narcoestado, con un gobierno que estaba tomado y al servicio de la delincuencia. El ex mandatario se dijo víctima de un hostigamiento político, de una revancha política, “Si el presidente no tiene pruebas, que se calle…como decía el Chavo del 8: todo yo, todo yo”. La réplica de AMLO: “No es conmigo, es con el juez de Estados Unidos; yo qué culpa tengo… como decía el clásico: ¿Y yo por qué?” La postura de López Obrador con respecto a enjuiciar a los ex presidentes es que dicha situación sólo se daría con el aval de la población por medio de una “consulta ciudadana”.
Emilio Lozoya, al verse en la disyuntiva de salvarse él y los suyos a costa de hundir a quienes sea necesario, optó por convertirse en testigo colaborador –soplón– acusando formalmente al expresidente Enrique Peña Nieto y a su secretario de Hacienda Luis Videgaray por “ordenarle” recibir y luego repartir una serie de sobornos –¿en contra de su voluntad, sin opción a negarse?– de la constructora brasileña Odebrecht, aparentemente totalizando 504 millones de pesos, de tal manera que Lozoya pagó sobornos de la campaña electoral, así como honorarios a asesores extranjeros de la misma, compró voluntades de legisladores en las reformas estructurales del 2013-2014, además de procesar el proyecto –durante la administración de Calderón– Etileno XXI. Lozoya respalda sus acusaciones con los testimonios de 4 testigos, recibos del dinero involucrado –¿moches con recibo?– y un video.
¿Será AMLO el incólume justiciero que resurja a personajes ya instalados en la historia? A Salinas por entregar empresas públicas a particulares. A Zedillo por convertir en deuda pública la de unos cuantos. A Fox por participar en el operativo de fraude electoral para imponer a Calderón. A Calderón por utilizar la fuerza pública para convertir al país en un cementerio. A Peña por lo que viene.
¿Cómo juzgará la historia a López Obrador?