Opinión

Por Zheger Hay Harb

La Corte Suprema de Justicia acaba de ordenar prisión domiciliaria para el ex presidente y senador Álvaro Uribe Vélez. Desde hace por lo menos 20 años había sido una figura intocable; pese a que sus más altos funcionarios han sido condenados por delitos en los que era imposible que él no hubiera estado involucrado como el cohecho para asegurar su reelección que llevó a la cárcel a varios de sus ministros, éste salió sin romperse ni mancharse.

Cuando durante su presidencia se dio el sonado proceso de la parapolítica por el cual la Corte Suprema condenó a medio congreso de la República –de su cuerda política- y sobre el cual el ex jefe paramilitar Salvatore Mancuso dijo que el 38% era “suyo”, tampoco fue enjuiciado.

En medio de ese proceso se descubrió que la Corte estaba siendo espiada por el gobierno para conocer sus deliberaciones secretas; hubo altos funcionarios condenados pero quien los dirigía, el mismo Álvaro Uribe, ni siquiera fue mencionado. Tampoco le hizo ni siquiera un rasguño la comprobación de que llamó al presidente de esa corporación de justicia para preguntarle por el proceso de su primo –que finalmente fue condenado por paramilitarismo- lo cual constituye una presión indebida por la importancia de su cargo. Pero no pasó nada.

Cuando se destapó el horror que encerraba el organismo de inteligencia del Estado –DAS- que operaba bajo órdenes directas del presidente y se supo que su director le pasaba al jefe paramilitar Jorge 40 los listados de quienes debía asesinar, el director fue condenado pero su jefe salió como purificado por aguas baptismales.

Desde hace muchos años viene cursando un proceso contra su hermano Santiago por conformación de grupos paramilitares –el llamado de los Doce apóstoles- y en él se ha hecho mención del ex presidente; se han escrito libros de investigación muy populares sobre el caso, muchos ex paramiltares lo han mencionado como involucrado en los hechos, el hermano ha estado en la cárcel y ha salido por vencimiento de términos, el caso sigue en estrados judiciales, pero al ex mandatario no lo vinculan formalmente.

Pero como prueba de que la justicia poética existe, un dardo envenenado que él lanzó contra un senador de izquierda a quien demandó porque supuestamente estaba comprando testigos entre los ex paramilitares presos para que declararan contra él, se convirtió en un bumerang porque la Corte determinó que quien había cometido ese delito había sido él e inició la investigación correspondiente.

Mientras tanto se han ido conformando grupos más o menos organizados de ciudadanos que en redes sociales denuncian malos manejos de Uribe, destapan hechos de corrupción en el gobierno del cual él es quien tiene las riendas y todos los días aparecen nuevos datos de compra de lealtades pagadas con puestos en la diplomacia y en otros cargos del gobierno.

En la prensa un número importante de columnistas nutren con datos y análisis académicos a la oposición y en el Congreso de la República la fuerza de izquierda y centro izquierda es combativa dentro de los cauces de la democracia, cada día pule sus argumentos y formas de enfrentar a una mayoría comprada con prebendas.

En el entretanto, los dos periodistas más leídos de la revista Semana que salieron de ella por sus fuertes posiciones de denuncia, conformaron un periódico digital al cual se unió un columnista semi retirado de mucho prestigio y desde ahí fustigan al gobierno por incompetente y corrupto.

Por otra parte, dos periodistas crearon una serie de mini programas llamado Matarife que atribuye ese calificativo al ex presidente. Uribe los demandó porque presuntamente atentaban contra su buen nombre y pidió que les prohibieran utilizar ese calificativo y fue derrotado. La serie sigue apareciendo, cada día más virulenta.

El proceso que Uribe mismo había provocado por su denuncia temeraria seguía su curso y cada día se conocían más testimonios y declaraciones a la prensa de sus acusadores; aparecieron las pruebas de que su abogado pagó testigos para que cambiaran sus testimonios y lo favorecieran y quedó claro que existía la posibilidad cierta de que el ex presidente fuera condenado.

El miedo cundió en las filas uribistas, el presidente de la República olvidó su papel de jefe del ejecutivo e hizo profesión de fe por quien lo puso en ese puesto asegurando que Uribe era la cumbre de la honorabilidad, el Centro Democrático sacó aviso de prensa de media página en todos los principales periódicos y revistas en el cual poco menos que amenazaban a la Corte Suprema con una ola de violencia si se condenaba a su líder y una senadora de ese partido no tuvo empacho en afirmar que en el Acuerdo de Paz se había pactado meter a Uribe a la cárcel.

Ante eso las altas cortes conjuntamente emitieron un comunicado pidiendo respeto a sus decisiones que, aseguraron, sólo tienen como base el orden jurídico sin aceptar presiones de ningún tipo.

Y así llegamos al carcelazo de Uribe, final lánguido para quien manejó el país con el mismo perrero con que arrea el ganado de su inmensa hacienda.