Opinión

Desarme nuclear, asunto de empatía y justicia

Por Gabriela Cuevas

Entre tantas crisis que nos aquejan, esta semana nos recuerda de un problema latente, pero no menos agobiante. Hace 75 años, miles de vidas fueron borradas en un instante en los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, y otras miles más sufrirían por la exposición a la radiación y por la desolación de la devastación de la totalidad de sus vidas. Estos hechos podrán parecernos lejanos y abstractos, pero la existencia de armas nucleares es un tema vigente.

En primer lugar, aquí no hay que dejar de lado la parte humana. Aún y cuando estas armas tuvieron un potencial destructivo inédito para esa época, hay quienes sobrevivieron. Se les conoce como hibakusha. Es importante recordar a estas personas. Este aniversario de los bombardeos será de los últimos en el que podremos escuchar, no solamente sus testimonios, pero también sus llamados al desarme de viva voz. La tragedia que han sobrellevado es inmensurable; es cuestión de justicia que los hibakusha puedan ver un mundo que marcha hacia el desarme nuclear antes de partir.

Sin embargo, los hechos no son alentadores. Datos de la Oficina de Asuntos de Desarme de las Naciones Unidas (UNODA) nos indican que actualmente hay 14,500 armas nucleares en nuestro planeta. Solo basta la detonación de un puñado de ellas para causar devastación que puede llegar a ser mayor en alcance y en intensidad de la sufrida por Hiroshima y Nagasaki en 1945. El riesgo de detonación es aún mayor si incorporamos la posibilidad de accidentes, que no es menor. Cientos de las armas nucleares que existen en el mundo se encuentran listas para usarse en cuestión de minutos.

Hay quienes han comprendido la amenaza que representan y que han actuado con contundencia para hacer algo al respecto. Aquí hay que recordar la incansable labor de un diplomático mexicano, el Embajador Alfonso García Robles, quien dejó un legado para el mundo y para nuestro país en la agenda de desnuclearización. Sus esfuerzos se vieron reflejados en el Tratado de Tlatelolco de 1967, que prohíbe las armas nucleares en América Latina.

Pero por más loable que sea el legado del embajador García Robles, no hay ningún motivo para aceptar que la agenda de desnuclearización permanezca un esfuerzo acotado a países que no cuentan con armas nucleares, mientras que quienes sí cuenten con ellas no tengan más que una efímera o inexistente voluntad política por sumarse a desnuclearizar el mundo. La Asamblea General de la ONU aprobó el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares en 2017, pero ningún país que posee armas nucleares lo ha firmado. Es importante señalar que no se trata únicamente de un riesgo latente, sino constante: además del riesgo de accidentes, también hay que resaltar que se han realizado más de 2 mil ensayos nucleares desde 1945, según UNODA.

Debemos honrar la memoria de los hibakusha. Alzan su voz precisamente porque desde la empatía, uno de los sentimientos humanos más elementales, quieren evitar que otras personas tengan que padecer las dolencias que ellos tuvieron que sobrellevar. Es inaceptable que ante sus llamados se opte por la omisión, por la indiferencia, por la “normalización” de la existencia de un arsenal que puede borrar toda vida de la faz de la tierra. Recordemos y actuemos en consecuencia. Jamás permitamos que los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki se repitan en nuestro mundo.