Opinión

El temblor y la importancia de construir ciudades resilientes

Los temblores de 1985 y 2017 causaron un gran número de pérdidas humanas, así como afectaciones de diversa índole en las ciudades que los sufrieron, como destrucción de inmuebles y daños en la economía local. Así también, los terremotos mostraron cuán vulnerables somos como ciudades y como sociedades ante las emergencias y las crisis que de pronto llegan y tambalean nuestros cimientos. Un caso parecido, aunque de naturaleza distinta, es la emergencia sanitaria por el COVID-19 que vivimos en la actualidad. Pero también lo fue la inundación que sufrió mi pueblo natal, y toda la zona norte del estado de Veracruz, en 1999 y que jamás olvidaremos por los fuertes impactos que trajo en nuestras comunidades.

De esta forma, lo que todos estos sucesos tienen en común es el mostrar la vulnerabilidad en la que nos encontramos, sea por vivir en edificios que, debido a la corrupción, no cumplían las reglas básicas de protección civil, o por habitar en las márgenes de un río que en cualquier momento puede retomar su cauce; o bien por carecer de una producción y un abasto local que garanticen nuestra autosuficiencia alimentaria ante cualquier eventualidad.

En 1999, recuerdo que comimos pan con mermelada todos los días porque el agua y luego el lodo cerraron las vías de comunicación y los alimentos dejaron de entrar, por suerte mi mamá, que vendía pasteles, tenía algunas reservas en casa. Así también, estos acontecimientos nos muestran las profundas desigualdades existentes en México, por ejemplo, ahora con la crisis sanitaria el acceso a los servicios de salud no es igual para todas y todos, ni en todos los lugares del país. Por todo esto es importante que aprendamos de las experiencias que como país y como comunidades hemos tenido para construir ciudades resilientes que puedan enfrentar las crisis por venir, como la crisis climática que también se cierne sobre nosotros y cuyos impactos son cada vez mayores en forma de sequías e inundaciones o fenómenos meteorológicos extremos.

De acuerdo a la Asamblea General de la ONU, la resiliencia es una habilidad que tiene una sociedad o comunidad expuesta a peligros para resistir, adaptarse, transformarse o recuperarse de los efectos de estos peligros de una forma eficiente. Cuando las crisis llegan, la severidad de sus impactos en cada uno de nosotros o en nuestras sociedades dependerá de nuestro nivel de vulnerabilidad, de nuestra preparación y de nuestras capacidades de recuperación. Por ello, debemos convertir estos retos en oportunidades y comenzar a prepararnos. Por ejemplo, ante toda crisis, es muy importante asegurar el acceso a alimentos de calidad para todas las personas, por ello apostar por la producción y el consumo local es clave.

Debemos reducir nuestra dependencia de alimentos ultraprocesados que vienen de lugares lejanos, que ante el cierre de las vías de comunicación su llegada se puede ver dificultada y que generan impactos en nuestra salud. En cambio, podemos optar por fortalecer las cadenas cortas agroalimentarias que reducen los intermediarios entre productores y consumidores y nos garantiza un abasto local de productos naturales, frescos, de temporada, y más saludables. Con una redefinición en las prioridades, como en este ejemplo, podemos reducir nuestra exposición y vulnerabilidad, proteger nuestro medio ambiente y nuestra salud.

Finalmente, cabe decir que estos sucesos también han traído la solidaridad de las y los mexicanos que nos unimos para salir juntos de las crisis como comunidad, apoyando a los vecinos que lo perdieron todo, llevando alimentos y agua, haciendo donaciones, limpiando los escombros. Si bien en los momentos más álgidos de las crisis, la solidaridad del pueblo organizado es incluso digna de admiración internacional, conforme pasa el tiempo va perdiendo intensidad. Por ello es importante que seamos conscientes de que para ser menos vulnerables requerimos asumirnos como comunidades, dejando atrás los egoísmos individuales, pero de una forma que perdure en el tiempo, de modo que en conjunto sea posible plantear soluciones a los problemas complejos que enfrentamos, como el COVID-19 y el cambio climático, que sean justas para todas y todos.

Por Ornela Garelli