Por Francisco Valdés Ugalde
Se inició el penúltimo periodo ordinario de sesiones de la Legislatura que concluirá con las elecciones del 6 de junio de 2021, marcado por el sainete de Fernández Noroña para sabotear la elección de la mesa directiva. En su informe de gobierno el presidente despachó los graves asuntos del año pintando un panorama de optimismo que solo puede existir en las cabezas de quienes se empecinan en someter la realidad a su propia imagen. Estamos seguros de que no se informó del “estado general que guarda la administración pública federal”, sino del lamentable estado de las intenciones del Presidente.
Mañana arranca el proceso electoral 2021 y todas las baterías están enfiladas hacia él y sus inciertos resultados. ¿Qué está en la agenda para el 2021? ¿Acaso la “restauración” del viejo régimen, como lo afirma el Presidente al referirse a sus opositores, o el encauzamiento del cambio dentro de un curso genuinamente democrático? Si el gobierno hubiera ofrecido un proyecto de amaestramiento del capitalismo salvaje, de disminución de la desigualdad y oportunidades para que las mayorías ingresen activamente a la decisión de los destinos del país, podría decirse que quienes se opusieran a esos fines serían restauradores de un orden conservador. Pero lo cierto es que la amenaza de restauración proviene de que este gobierno y sus cortes han puesto en el centro del futuro nacional los hechos y símbolos más retardatarios de los que se tenga memoria reciente: austeridad suicida, estrictamente neoliberal, que ahoga a la población con la contracción económica provocada por las decisiones del gobierno (hasta antes de la pandemia). Y por si no bastara con esa tozudez y la pandemia sirviera de advertencia, quien debería recapacitar no lo ha hecho, sino que ha reiterado esa política al grado de que el endeudamiento del país será mayor por la caída económica que si se hubiera recurrido al crédito para evitarla dentro de un acuerdo económico nacional.
El talante autocrático del Presidente se exhibe permanentemente en una constante: su férrea voluntad de no considerar ninguno de los argumentos críticos a sus desplantes y políticas. La obligación de los gobernantes de escuchar la voz pública no se cumple en nuestro caso. La única razón digna de consideración es la suya, cualquier otra solo por serlo es expulsada instantáneamente. Por su parte, el racimo de incoherencias reunidas en el partido del gobierno ha hecho dos cosas: obedecer al Presidente y amagar con el desbordamiento de un proyecto para convertir a México en una ideocracia solipsista sostenida con mentiras y tesis sin fundamento.
El proceso electoral pondrá a prueba la capacidad del país de decidir entre el camino del partido gobernante o el diálogo y el razonamiento como base de las decisiones colectivas. Asumiendo que el gobierno y su partido seguirán utilizando los métodos de imposición política que han usado hasta hoy, la única forma de reencauzar democráticamente a la República es una amplia alianza electoral de la oposición con las consignas de garantizar la democracia y detener la destrucción. Es la única opción para colocar en la política gubernamental los objetivos centrales que ha extraviado: la igualdad social, el desarrollo económico y la reforma democrática de las instituciones del antiguo régimen que tan bien le han servido para imponer desde el Poder Ejecutivo el espejismo de una transformación de fantasía.
Twitter: @pacovaldesu
(Académico de la UNAM)